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sábado, 28 de mayo de 2011

Los grandes señores del tiempo Los calendarios mayas

Los grandes señores del tiempo
Los calendarios mayas
Víctor Torres Roldán

Un gran acontecimiento se celebrará este 31 de enero para iniciar los festejos del Año Internacional de la Astronomía, a 400 años de Galileo. Sin embargo la riqueza maya es aún más antigua y, en muchos aspectos, más precisa.
Los impresionantes mayas
Los mayas dejaron múltiples tableros y estelas llenos de grifos, símbolos y números, que muestran su grandiosidad tanto astronómica como matemática. El calendario fue uno de sus grandes logros culturales, así como el centro de su vida; guiaba su existencia, los ciclos agrícolas, ceremoniales religiosos y costumbres familiares. Elaboraron un sistema muy preciso para medir el tiempo y lo hicieron no sólo a partir de lo que es obvio para un observador del cielo: el ciclo anual del sol, las fases de la luna, la estrella de la mañana, sino descifrando ciclos planetarios desconocidos para nosotros.
Para apreciar el esplendor maya hay que saber el cómo de sus logros y entender los ciclos astronómicos entrelazados en el calendario: el legado de generaciones de observadores del cielo que no tuvieron más instrumentos que sus ojos y un cerebro igual que el nuestro.
El secreto del calendario maya está en su simplicidad. Sus números reflejan los ciclos de los astros que se mueven por el camino del Sol; su lógica rastrea primero a los cuerpos brillantes y rápidos, para seguir luego a los más lentos y menos luminosos. El sistema seguía al Sol; luego a la Luna y a Venus; después a Marte; por último, a Júpiter y Saturno.
El registro de cada uno de estos ciclos genera una cuenta. El sistema de las cuatro series sobrepuestas se conoce como “la cuenta larga del calendario maya” y está compuesto por la solar o haab, de 365 días; la de los ciclos de la Luna; la ritual o tzolkin, de 260 días; y la de 360 días. El sincronismo de todas las cuentas formaba un sistema preciso, armónico y sagrado.
¿Cómo arreglar el tiempo?
El día o kin es la unidad natural que mide el tiempo y la cuenta de los soles. De la misma manera que en el calendario gregoriano, en el maya se producía un desfase al final del ciclo. Como el año solar es de 365.2422 días y nuestros antepasados no tenían fracciones, la cuenta se desplazaba un kin cada cuatro años. Las cuentas de la Luna y los planetas tampoco son de días enteros, pero hay que entender que los calendarios son abstracciones de una naturaleza imperfecta convertida en sistemas matemáticos perfectos. Para incluir las fracciones se pueden intercalar días como hacemos nosotros en el año bisiesto. Los mayas, en cambio, contaban ciclos sucesivos hasta completar la unidad. Ésta es la parte interesante.
Por ejemplo, aunque parece que el tzolkin de 260 días no es un ciclo astronómico, sí lo es. Los mayas completaban el ciclo al contar 59 tzolkins que hacen un calendario solar de 42 años.

El Códice de Dresde explica la visión astronómica de los mayas. Los símbolos describen los ritos fundamentales correspondientes a tiempos específicos.

La cuenta de las fases lunares es la medida intermedia del tiempo. Es un ciclo de 29.53059 días, muy sencillo de observar pero difícil de seguir de forma sistemática. Para darle unidad, alternaban series de 29 y 30 días.
El día en que nacieron los dioses
De esta manera, buscando series abstractas y perfectas, se construyó el calendario con variantes de la pregunta ¿cuándo regresa la Luna a la misma estrella en la misma fase? Los momentos de sincronía se marcaban con rituales y ceremonias, que podemos entender siguiendo diversas combinaciones planetarias que coincidan con la Luna.
Por ejemplo, la ceremonia del Fuego Nuevo se calcula al contar un periodo de 146 tzolkins (104 años en el calendario solar, Haab) en que Venus regresa a la misma posición en el firmamento.



Los mayas lograron ver que la Luna coincide en la misma fase con Júpiter cada 405 lunas y con Saturno cada 112 tzolkins; que los planetas mayores regresan juntos a la misma estrella cada tres katunes (21,600 días); que Saturno tiene un ciclo de 256 lunas (7,560 días); y resolvieron el complejo ciclo de Marte, que en Occidente no fue descifrado sino hasta el siglo XVII. Su solución solamente se revela a aquellos que tienen la paciencia de observar al planeta rojo durante 79 años. Marte tiene 37 ciclos intermedios de duraciones diferentes en distintas estrellas; el ciclo ideal de tres tzolkins fue obtenido por los mayas y usado para describir al planeta en sus códices.
Seguir a los astros era esencial, no sólo para obtener un conocimiento científico, agrícola o incluso social, era la base para entenderlo todo. Saber, por ejemplo, que la Luna llena entra en conjunción con Marte, Júpiter y Saturno cada doce katunes (86,400 días), servía al mismo tiempo para calcular el gran original del cielo, es decir, el plano como estaban ubicados los planetas en el momento de la creación, y así poder hablar, como posiblemente lo hacen los tableros de Palenque, del nacimiento de los dioses, es decir, de los planetas en días específicos, situados miles de años en el pasado. El calendario fue poblándose de significados al descubrir los ritmos de los planetas.
La esencia del tiempo
El calendario divinatorio o tzolkin contiene el único número que puede describir los movimientos aparentes del Sol, la Luna, Venus, Marte, Júpiter y Saturno; es el centro de un sistema que funciona como un ábaco de puntos y barras para calcular con el mínimo esfuerzo posiciones planetarias pasadas, presentes y futuras. El calendario maya es a los ciclos del sistema solar como la semilla al maíz, donde un solo grano lleva dentro de sí las instrucciones completas que le permiten recrear y perpetuar la planta entera.
El tzolkin es la cuenta que de alguna manera sigue el movimiento original del Sistema Solar. Su representación aparece con todos los astros en un movimiento congelado por la Luna llena. Este gigantesco estroboscopio planetario muestra una función del momento angular del universo maya, ahora reducido a la más absoluta simplicidad en una rueda de veinte dedos y trece vueltas. Lo impresionante es que este calendario ya estaba en funcionamiento 600 años antes de nuestra era y no podía haberse usado a menos que algunos de los ciclos astronómicos ya hubieran sido resueltos en ese pasado lejano.
Utilizada principalmente con fines proféticos y ceremoniales, la cuenta sagrada de 260 días ocupa la posición central del calendario, porque es en la magia de los números donde se encuentra el misterio último del universo. Para los antiguos, éstos dejaron de ser simples contadores secuenciales de puntos y barras para tomar forma y sustancia en finos grabados de seres fantásticos donde la plástica capturó en metáfora la esencia elusiva del tiempo. Así es como los mayas hicieron accesible a los sentidos el concepto abstracto de los espirales planetarios que se entrelazan como un gigantesco DNA en el vientre nocturno del cielo.
El Códice de Dresde explica la visión astronómica de los mayas. Los símbolos describen los ritos fundamentales correspondientes a tiempos específicos.

La sustancia del universo
El calendario es una herramienta maravillosa para calcular el inicio y principio de los ciclos astronómicos. Sin embargo, hay que tener cuidado para no confundir esto con charlatanería o profecías apocalípticas, los mayas jamás escribieron que en el solsticio de invierno del 2012 se acabaría el mundo como algunos indican; el fin del baktun 13 indica únicamente que Marte, Júpiter y Saturno regresarán a la posición que tuvieron el día del paso cenital del año 3114 antes de nuestra era.
Sólo grandes matemáticos astrónomos pudieron derivar esta maravilla, observando la conjunción de la Luna con los planetas. Fueron ellos quienes redujeron la complejidad de la interpretación del Sistema Solar mejor que ningún otro pueblo hasta nuestros días. Su elegancia y precisión hacen de este calendario uno de los mayores logros intelectuales del mundo mesoamericano.

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