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miércoles, 30 de noviembre de 2011

La tradición estadounidense de los autoataques De Tonkin al 11-S

La tradición estadounidense de los autoataques De Tonkin al 11-S
Documentos desclasificados demuestran que al ataque del Golfo de Tonkin, que sirvió de pretexto para lanzar la guerra de Vietnam, nunca existió

Lo sabíamos, los dijimos, y ahora ellos nos lo han confirmado. Los incidentes del Golfo de Tonkin, donde supuestamente barcos torpederos norvietnamitas derribaron dos destructores norteamericanos, nunca existieron. Fueron una elaborada operación de inteligencia para justificar la escalada bélica en Vietnam, exigida por los círculos del complejo militar industrial.


De Tonkin al 11-S hay un hilo que une todas las actuaciones imperiales norteamericanas: necesitan generar un ataque –bien realizado por ellos mismos, bien consentido, bien provocado, bien “virtual”, como en el episodio del Golfo vietnamita– para romper las resistencias de la sociedad norteamericana, hasta empujarla a la fuerza a respaldar al Imperio.




Lo que pasó realmente en Tonkin

El incidente del Golfo de Tonkin se trató de una operación de inteligencia, destinada a inventar un ataque, con el objetivo de proporcionar a la Casa Blanca de Lyndon Jhonson munición política para justificar la implicación norteamericana en Vietnam.

El 4 de agosto de 1964, Washington comunica que dos destructores norteamericanos que navegaban por el Golfo de Tonkin han sido agredidos por barcos torpederos norvietnamitas. El secretario de Defensa estadounidense, Robert McNamara anuncia que “hay pruebas inequívocas de un segundo ataque no provocado contra EEUU”.

Estos incidentes serán el motivo esgrimido para obligar al Congreso norteamericano a conceder plenos poderes a Johnson (el sucesor de Kennedy) para iniciar la escalada bélica en Vietnam, demandada por los sectores más duros del complejo militar industrial.

Hasta aquí la historia oficial, a la que habría que catalogar con el lema de algunos telefilmes: cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Ya sabíamos –por la publicación el 13 de junio de 1971, a través del diario New York Times, de los llamados «papeles del Pentágono», un informe secreto elaborado por el Departamento de Defensa– de conversaciones telefónicas entre el Presidente y Robert McNamara, donde se desvelaba la existencia de operaciones secretas con el objetivo de provocar un ataque vietnamita que justificara la escalada bélica. Ahora sabemos lo que muchos teníamos como algo más que una sospecha: el segundo ataque nunca existió, fue un simple invento, una especie de “Cortina rasgada” –la película de Hitchcock donde EEUU es capaz de inventar una guerra inexistente–. Y lo sabemos porque lo dicen ellos. La inteligencia estadounidense acaba de desclasificar nuevos documentos que confirman que el gobierno de EEUU falsificó información para “fabricar” un ataque como el de Tonkin.

El más significativo de los documentos desclasificados es un informe escrito en 2001 por Robert Hanyok, historiador de la Agencia Nacional de Seguridad de EEUU, donde se afirma que los responsables del espionaje “distorsionaron deliberadamente” los datos, demostrando la inexistencia del ataque. Según Hanyokm los informes contenían “cambios en las traducciones sin explicación y la mezcla de mensajes sin relación en una sola comunicación”. El 90% de las comunicaciones relevantes interceptadas ese día a los norvietnamitas fueron omitidas, recortando y pegando las otras para que dieran el resultado, deseado pero irreal, de un ataque contra dos destructores norteamericanos. En realidad, tal y como confirma Hanyok, los supuestos atacantes ni siquiera sabían la localización de los destructores americanos USS Maddox y C. Turner Joy.

Se trató de una operación de inteligencia, destinada a inventar un ataque, con el objetivo de proporcionar a la Casa Blanca de Lyndon Jonson munición política para justificar la implicación norteamericana en Vietnam.


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La historia de EEUU está repleta de la necesidad de acudir a autoataques –provocados, permitidos, virtuales o directamente organizados– para justificar las voraces ambiciones de los círculos más militaristas.


¿Y por qué no compararlo con el 11-S?

Rumsfeld daba por sentado en el 2000 que es probable que el proceso de transformación de EEUU en «la fuerza dominante del futuro» se prolongue durante mucho tiempo si no se produce «algún acontecimiento catastrófico y catalizador, como un nuevo Pearl Harbor». Meses después sucedió el 11-S. ¿Casualidad?

Muchos son los comentaristas que han relacionado las revelaciones sobre la inexistencia del ataque norvietnamita en Tonkin con las mentiras sobre las armas de destrucción masiva en Irak. Según estas interpretaciones, persiste la tradición de los gobiernos norteamericanos de justificar su implicación en las guerras a base de mentiras. Pero ésta es la hipótesis más dulce, más suave para los centros de poder norteamericanos.

La realidad nos muestra otra mucho más brutal: en Tonkin se fabricó un autoataque virtual, inexistente pero que fue presentado por los servicios secretos, gobierno y prensa como real y tangible, y que provocó el mismo efecto político que si se hubiera producido: propiciar la entrada en una guerra, quebrando la resistencia de la población norteamericana.

La historia de EEUU está repleta de la necesidad de los centros imperiales más agresivos de acudir a autoataques –provocados, permitidos, virtuales o directamente organizados– para justificar las voraces ambiciones de los círculos más militaristas. Sucedió con el hundimiento del acorazado Maine en La Habana, con el bombardeo de Peral Harbor… y con el 11-S.

Inmediatamente después de producirse el atentado contra las Torres Gemelas, escribimos en el nº 17 del De Verdad de 2001: «Es muy posible que la cadena de horrendos ataques haya sido obra de los talibanes, pero esto no altera la sustancia del problema. También en Pearl Harbor el ataque fue obra de los japoneses. ¿Es creíble pensar que los talibanes, creados, financiados, armados y formados por la CIA para combatir la invasión soviética de Afganistán, no estén infiltrados de algún modo por ellos? ¿Nos quieren hacer creer que el FBI o la CIA no sabían nada de esto? No podemos decir en qué consiste la trama, no disponemos de las fuentes de información necesarias. Pero si ellos hicieron la guerra bajo la consigna de «Recordad el Maine», ahora SI; ahora todos los pueblos del mundo tenemos que recordar El Maine, recordar Pearl Harbor, recordar el asesinato de Kennedy.... Porque no tendremos los datos, pero sí la memoria».

Dos años más tarde, el ex ministro de medio ambiente de Tony Blair, representante del ala izquierda del laborismo que se opuso con firmeza a la guerra de Irak, hacia un repaso de todos los puntos oscuros sobre la investigación del 11-S, aportando datos que demostraban como importantes aparatos de Estado norteamericanos tenían conocimiento de los atentados de Nueva Cork meses antes de producirse.

Las investigaciones colocaban ante la pista con tal precisión que sólo la decisión de enterrarlas en el cajón de un despacho central permitió el desenlace del 11-S que todos conocemos. Los servicios de espionaje norteamericanos acumularon desde diciembre de 2000 numerosos indicios de que Bin Laden preparaba un gran atentado en EE UU y conocían desde años antes los planes de Al Qaeda de utilizar pilotos suicidas para destruir edificios con aviones. Varios servicios de inteligencia de países árabes habían advertido a Washington de la inminencia de un ataque de Al Qaeda sobre territorio estadounidense. Y miembros del FBI han denunciado la paralización, por parte de las cúpulas de la Agencia, de investigaciones que iban encaminadas a desmantelar la trama terrorista antes de los atentados. Incluso el 6 de agosto de 2001, los servicios secretos norteamericanos pusieron a disposición de Bush un informe titulado: «Bin Laden decidido a golpear en EE UU», donde se especificaba el posible secuestro de aviones comerciales

El ex ministro británico concluía su artículo con un veredicto contundente: «Con semejantes antecedentes, no resulta sorprendente que haya quienes han visto en la incapacidad de EEUU a la hora de prevenir los atentados del 11-S el montaje de un magnífico pretexto para atacar Afganistán con una guerra que, sin duda alguna, había sido cuidadosamente planificada con antelación. No faltan antecedentes. Los archivos nacionales de EEUU han puesto de manifiesto que el presidente Roosevelt recurrió exactamente a esta argucia en relación con Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941. Se recibieron por adelantado noticias de los ataques, pero la información nunca legó a la flota estadounidense. La consiguiente indignación nacional convenció a la hasta entonces reticente opinión publica a entrar en la II Guerra Mundial

De manera semejante, el borrador del PNAC (Proyecto para un Nuevo Siglo Norteamericano, organización a la que pertenecen Donald Rumsfeld o Dick Chenney) de septiembre del 2000 da por sentado que es probable que el proceso de transformación de EEUU en «la fuerza dominante del futuro» se prolongue durante mucho tiempo si no se produce «algún acontecimiento catastrófico y catalizador, como un nuevo Pearl Harbor». Los atentados del 11 de septiembre permitieron que EEUU apretara el botón de adelante en una estrategia que se corresponde exactamente con las prioridades del PNAC que, de no haber sido así, habría resultado imposible de llevar a la práctica».


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Tradiciones norteamericanas: los autoataques

La historia de EE UU está plagada de auto-ataques que han permitido su expansión hasta convertirse en la principal superpotencia mundial.

Cada una de las guerras que han transformado a los EE UU en la principal potencia mundial han estado precedidas de una supuesta agresión externa cuya principal repercusión ha sido la de movilizar a la sociedad norteamericana hacia las necesidades y costes que requiere la expansión del Imperio. Pero existen múltiples pruebas de que cada una de estas agresiones han sido en realidad auto-ataques, unas veces organizados por ellos mismos, otras provocados o simplemente consentidos. La historia de EE UU está plagada de auto-ataques que han permitido su expansión hasta convertirse en la principal superpotencia mundial.



1836.- El Alamo...

(autoataque consentido)




La «tradición» americana en esta práctica se remonta al siglo XIX. En


1836, el general mexicano Santa Ana puso sitio al fuerte El Alamo, donde había acantonadas fuerzas de EE UU. El objetivo de la acción era someter Texas, que había sido «invadida» por miles de estadounidenses allí afincados. Doce días después, el asedio concluyó con la muerte de los defensores del puesto. El general San Huston, que estaba cercano al lugar, no acudió, sin embargo, en auxilio de los sitiados. Pero sí derrotó a Santa Ana después en San Jacinto. Los americanos prefirieron sacrificar El Alamo para, tras la segunda victoria al grito de «¡Recordad El Alamo!», anexionarse Texas y luego invadir México, al que arrebataron California, Arizona y parte de la frontera.




1898.- Hundimiento de El Maine... (autoataque)




El 15 de febrero de 1898, una explosión provoca el hundimiento del acorazado norteamericano Maine en las aguas cubanas, provocando la muerte a 264 marineros y 20 oficiales. EEUU acusó de manera inmediata a España, pero hoy sabemos- entre otras informaciones por una investigación de la marina estadounidense- que fueron los propios norteamericanos los que autoinmolaron a sus compatriotas. España no sólo negó cualquier implicación, sino que apoyó la creación de una comisión de investigación internacional, incapaz de actuar debido al rotundo rechazo estadounidense.

La génesis se sitúa cinco años antes, cuando los jingoes, equivalentes a los actuales halcones, decidieron que el Caribe era la llave para su expansión por el continente. Un mes antes de los incidentes Theodor Roosvelt (entonces vicesecretario de Marina y posteriormente presidente, representante directo de los sectores más agresivos) declara que “hemos reunido una flota que arrasará el Caribe”. Será el imperio mediático de Hearst, el ciudadano Kane de Wells, quien, en colaboración directa con Roosvelt, preparará el clima de guerra. Desde un año antes, los corresponsales de sus periódicos enviarán crónicas inventadas desde Cuba denunciando la crueldad de los españoles. Días antes del hundimiento de El Maine, el mejor dibujante del New York Journal, Frederick Remington, es enviado a Cuba para cubrir una guerra inminente. Escribió a su jefe unas líneas desde La Habana: «Aquí no hay ninguna guerra. Pido que se me haga regresar». Hearst le telegrafió la siguiente respuesta: «Quédese allí. Suminístrenos dibujos, yo le suministraré la guerra». Horas después del atentado, antes de que se distribuyera ninguna información, Hearst, imponiéndose al director del periódico, publica en portada: “El Maine partido en dos por un infernal artefacto del enemigo”. “Recordad el Maine” va a ser el lema de una persistente campaña dirigida a vencer las resistencias de la sociedad norteamericana hacia la entrada en una guerra.

Tras la guerra, EEUU se anexiona los restos del imperio colonial español (Cuba, Puerto Rico, Filipinas...). Inicia el siglo XX como el único guardián del continente americano y la doctrina Monroe «América para los americanos» convierte a EEUU en una gran potencia imperial.



1941.- Bombardeo japonés a Pearl Harbor... (autoataque permitido)




El 8 de diciembre de 1941, la aviación japonesa bombardea la base naval norteamericana en Pearl Harbor (Hawai). Una parte importante de la flota estadounidense en el Pacífico es destruida, y 2.500 militares perecen en el ataque. En 1993, la publicación por parte del servicio secreto británico de 1.300 documentos permitió conocer que Churchill conocía de antemano los planes de ataque japonés. La información se la había suministrado Washington. Los servicios de inteligencia norteamericanos habían descifrado los códigos e interceptado los mensajes entre el Gobierno japonés y sus embajadores, agentes y espías en todo el mundo de forma que las altas autoridades de Washington conocían secretamente la creciente disposición del Gobierno japonés a ese ataque.

No sólo no procedieron a avisar a su propios soldados, ni a tomar las medidas de seguridad necesarias, sino que colocaron un anzuelo.


Días antes del ataque, desplazaron de Pearl Harbor los portaviones, que luego serían decisivos en la superioridad militar yanqui, y reunieron una buena cantidad de navíos secundarios, pero que constituían la oportunidad que estaba esperando el militarismo nipón.

Lo que antes era un rechazo popular, y también de la mayoría de representantes políticos, a la entrada en la contienda bélica se transforma en la movilización general de La derrota de Alemania y el desgaste sufrido por las potencias europeas vencedoras provocó que EE UU se convirtiera en una superpotencia con capacidad de acceder a la supremacía global.




1963.- Asesinato de Kennedy... (autoataque)




«Cada día que pasa siento un mayor temor del poder que ha alcanzado el complejo militar industrial», la frase pronunciada por el presidente Eisenhower al finalizar su mandato, es la clave para comprender uno de los episodios no aclarados de la reciente historia norteamericana.


El 22 de Noviembre de 1963 el presidente Kennedy es asesinado en Dallas, casi 40 años después sigue sin resolverse la incongruente versión oficial del magnicidio. Hasta una película de Hollywood señala a la CIA y al Pentágono como los autores materiales de los hechos.


Ante las evidencias del complot para su eliminación las comisiones de investigación, la policía y sobre todo los servicios secretos, se empeñaron en eliminar pruebas y atribuir el homicidio a un individuo (Lee Harvy Oswald) que, tras ser detenido, es asesinado. La famosa “teoría de la bala”, por la cual un solo proyectil había herido a tres personas siguiendo una trayectoria inverosímil, es la única base de la culpabilidad de Oswald.

Los sectores más duros del Imperio no podían tolerar en plena guerra fría su política de apaciguamiento. La enorme popularidad de Kennedy aconsejó la solución final de eliminar el obstáculo por la fuerza.

Joan Arna

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