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miércoles, 25 de abril de 2012

El odio Un mal mayor que se extiende en nuestros pueblos y ciudades

El odio Un mal mayor que se extiende en nuestros pueblos y ciudades Si consiguen que se les odie, han ganado. La mayoría de los ciudadanos europeos contemplan con perplejidad la actitud y respuestas del asesino del Oslo en el juicio por los 77 asesinatos. Algunos piensan que es un loco, es decir, una persona que ha perdido la razón, una razón social que es la síntesis de las vivencias culturales, sociales, ideológicas, religiosas, éticas, etc. Pero este personaje no está loco, simplemente su personalidad está construida sobre premisas culturales, ideológicas, éticas y religiosas adscritas a una visión de la humanidad que históricamente se pierde en la noche de los tiempos. El no está solo, ni se ha construido solo. Forma parte de un movimiento ideológico y social que nunca ha dejado de existir, que ha resistido a “los malos tiempos” en una clandestinidad perfectamente organizada. También sería un error pensar que este movimiento forma parte de la nostalgia de pasados puntuales donde obtuvieron hegemonía e incluso respaldo social, como fue el periodo nazi en algunos de los más importantes países europeos, pero también en Norte América, apoyados en los movimientos racistas. Anders Behring Breivik es la expresión de un modelo de confrontación más profundo, es la concreción de una visión del mundo y de la humanidad basada en la dominación de una minoría, disponiendo de un argumentario basado en superioridades: raza, pensamiento, estatus, economía y, claro está, por encargo y designación divina. Son en definitiva los pertenecientes a un reducido club que asume como fin último la necesidad de imponer una hegemonía basada en sus principios. A partir de esto su acción tiene dos caminos: seducir a otros en esa ideología para conseguir suficiente respaldo social como para imponerse por la vía política, a pesar de que los convencidos no coincidan ni sociológica, ni ideológica, ni racial, ni económica ni religiosamente con sus precursores, pero son el coro necesario y manipulable, fácilmente sacrificable en cuanto se consigue el objetivo, y por otro lado, el odio como alimento de toda la estrategia. La máxima concreción del odio son las diversas formas de violencia, ejercida sobre las ideas contrarias, sobre las sociedades tolerantes y por último, sobre las personas, utilizando la eliminación física como medida redentora y profiláctica que permite ajustar la realidad a su visión del mundo. Es el oportunismo que ofrece la crisis, señalando a los más desfavorecidos como responsables de las enfermedades que viven los estados y los mercados. Se viene haciendo desde siempre, y desde siempre consiguen que muchos y muchas ciudadanos/as se crean sus mentiras. En la grave crisis económica de los 70, la primera globalizada por el precio del petróleo, los emigrantes españoles en Alemania sufrieron el mismo acoso que hoy viven los millones de emigrantes latinos y africanos en muchos países europeos, pero ya se nos ha olvidado. El aparato propagandístico alemán señaló a los emigrantes españoles como la lacra que impedía que los alemanes pudieran disfrutar de un puesto de trabajo. Muchos perdieron a sus amigos alemanes, que dejaron incluso de hablar con ellos por miedo a una represión social silenciosa, más allá de las políticas de discriminación que empujaron a muchos a regresar a España. ¿Nos suena de algo? La última medida adoptada en nuestro país deja sin atención médica a los inmigrantes sin papeles. ¿De verdad alguien cree que esta medida generará algún ahorro significativo en los planes del Manostijeras? Seguro que no, pero sí profundiza en el sentimiento de rechazo social, en la diferencia, en la clasificación de seres humanos de primera y segunda clase. Los romanos ya lo tenían claro. Ser ciudadano era un privilegio reservado a unos pocos. El resto estaba a merced de los amos y del Estado. Ser hoy un ciudadano europeo significa “despegarse” de las miserias del resto del planeta, especialmente de aquellos a quienes les queda poco futuro. Francia vive el mayor crecimiento social de la extrema derecha, alcanzando casi un 20 % en los comicios del pasado domingo, pero no es un hecho aislado. El adormecimiento de la izquierda y su participación en el festín del capitalismo le ha llevado a mirar de reojo este crecimiento, mirando sin querer ver, y minimizando hasta el ridículo la importancia de lo que estaba sucediendo. Hoy se constata el problema, pero parece que aún impera la miopía en el liderazgo social de izquierdas. Pero estamos corriendo un riesgo aún mayor, y es promover una actitud de odio en quienes lo combaten. Ese es su máximo logro. Si consiguen que se les odie, han ganado. Cada vez hay mayor conciencia social y política sobre la fuerza de este movimiento, mal denominado neonazi, pues no tiene nada de nuevo, y el combate del odio requiere mantener la cabeza y los principios muy despiertos, porque el odio es contagioso, especialmente cuando se viven de cerca sus consecuencias, la perplejidad de las víctimas ante sus verdugos, a los que ni conocen ni han hecho nada de forma directa como para recibir el impacto de su odio, y el dolor, muchas veces insuperable, cuando la agresión ha llegado a segar la vida de algún ser humano. En esos momentos es cuando la fina línea entre el combate contra la intolerancia se puede volver intolerancia, y el combate contra el odio se puede tornar en odio hacia quienes lo promueven. La lucha por la justicia y el combate contra los que odian no debe afectar al corazón, que debe quedar libre y limpio con la confianza plena de que Allah es Quien imparte la verdadera justicia. Y para los hombres, que se aplique la justicia en esta tierra, y que los culpables paguen por sus delitos durante un tiempo, todo el tiempo necesario para que Allah les permita ser conscientes de sus actos, y puedan así desalojar el odio de sus corazones y pedir perdón por ello. Inshallah. Para todos, volver a realojar, ahora que hay tanto desalojo, la conciencia social, la solidaridad entre todos los seres humanos y en especial con los más desfavorecidos, alejados del poder y manipulados hasta en sus más íntimas convicciones. Sometiendo por la fuerza a todos aquellos que no coinciden con su dibujo del mundo, o bien eliminando a aquellos que se rebelan ante esa dominación. La forma en la que se desarrolla la expansión de ese movimiento es la promoción del odio, un sentimiento humano que es fácilmente alentable como mecanismo de respuesta casi inconsciente. Isabel Romero es vicepresidenta de la Plataforma Ciudadana contra la Islamofobia

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