JAVIER ESPINOSA
Alepo (Siria)

Los rebeldes establecen en Alepo la comuna de la revolución


Sitiados por el Ejército leal a Bashar Asad, los habitantes de Alepo han decidido olvidarse de cualquier posible asistencia internacional y desde hace días regentan la mitad de la villa con un espíritu propio de las revoluciones de libro.
Enviado especial
El ELS no sólo se ha desplegado por la mitad de la metrópoli sino que ahora se le ve conduciendo vehículos de bomberos, ambulancias, policías, protegiendo hospitales y hasta panaderías. Los insurrectos han establecido una estricta organización en la fábrica de pan de Shaar. Las mujeres han sido admitidas en el interior y allí aguardan en dos colas paralelas.

Los hombres han constituido una fila interminable, decenas y decenas de personas, a la entrada de una minúscula ventana desde donde se despachan las 24 hogazas de pan por persona. Es el máximo permitido.

«Hemos mantenido el precio, aunque todo es mucho más caro», explica Abu Jamse, uno de los jefes militares del barrio de Sakhur. Omar Shaijun llevaba tres horas esperando. «Tengo que conseguir pan para los 10 miembros de mi familia. Ésta es la única panadería que queda abierta en las zonas que controlan los rebeldes», indicó el joven.

Los trabajadores que asisten ahora esta factoría son una decena de voluntarios que intentan suplir la labor que antes hacían 40. «Estamos produciendo 20 toneladas de pan al día, antes vendíamos 30, pero la harina se nos acabará en 10 días», precisa el responsable del recinto. «¡No empujes al niño!», gritan. Los insurrectos vigilan el recinto con sus ametralladoras. No admiten ningún tipo de triquiñuela.

A metros de allí, otro grupo de rebeldes obliga a unos chavales a desalojar lo que resta de la comisaría del mismo arrabal. «El ELS ha establecido una fuerza de policía para evitar los robos ahora que hay un montón de casas vacías. En Tariq al Bab, por ejemplo, detuvieron a varios saqueadores los primeros días. No hay autoridad, así que el ELS ha tenido que hacerse cargo de la Administración de Alepo», explica Ahmad Haji, un habitante de la ciudad.

Centro de operaciones

El cuartel de policía, que todavía sigue ardiendo, es un reflejo del quebranto que ha sufrido la autoridad de Damasco en Alepo. Ahora, aquí rige la «Ley de la Revolución», como asevera Haji. El edificio está repleto de balazos e impactos de cohetes. Los opositores mataron a una veintena de agentes hace poco más de 48 horas y detuvieron a otros 19, incluidos dos generales. En la puerta de entrada ahora ondea la enseña de los alzados.

Los coches de las fuerzas de seguridad que no quedaron destruidos circulan decorados con banderas islámicas para incidir en el significativo cambio de mando que se ha registrado en esta zona de la urbe. Los alzados han reconvertido una escuela adornada con dibujos de Mickey Mouse y Bob Esponja como centro de operaciones, hospital de campaña y recinto penitenciario. El centro de asistencia ha encontrado ubicación en una de las antiguas clases. Frente a la pizarra han colocado varios archivadores llenos de medicinas y bolsas de algodón. Los sueros los han colgado de clavos incrustados en las paredes. A su lado han alineado cinco camillas.

«Desde que lo inauguramos el jueves hemos atendido a una decena de heridos y hemos recibido tres muertos. Estoy hablando sólo de este lugar», aclara Ahmed Sayat, un estudiante de medicina de 23 años, que atiende el dispensario junto a un doctor. Abu Jamse, el jefe de los milicianos, admite que hasta este viernes sus fuerzas han detenido a más de 250 uniformados gubernamentales «entre soldados, policías y shabiha [milicianos]». También reconoce que al menos en una ocasión, uno de ellos fue ejecutado de forma sumaria. «Esto es una revolución. Al que mata le matamos. Era un asesino y violador de mujeres», dice.

La comuna de Alepo vive en medio de una euforia contenida. Los jóvenes que acudieron a la movilización de Shaar portaban pancartas con mensajes como aquel que decía: «Hemos abierto la puerta de la libertad y cerrado la de la esclavitud». El mismo grupo se puso a corear uno de los himnos más populares de esta revuelta. «Cielo, cielo, mi nación es el cielo aunque esté ardiendo. Mi país es mi amor y hasta la tierra de su suelo huele bien», cantaban.

Pero también acudían al cielo para intentar mitigar la aprehensión que les genera la batalla decisiva que esperan librar con los refuerzos que ha enviado Damasco. La han apodado La guerra de liberación, el mismo eslogan que se coreó en todo el país durante las manifestaciones del viernes. Antes de disolver la concentración los opositores se juramentaron señalando al cielo con el índice. «¡Juramos ante mi Dios que seguimos apoyando a la revolución y que nunca nos rendiremos!», clamaron.

Abu Jamse sabe que la confrontación definitiva es inevitable. «Ayer noche [el jueves] llegaron 82 tanques», agrega el antiguo propietario de un restaurante reconvertido en miliciano. Ante la más que previsible acometida, los rebeldes están erigiendo decenas de barricadas, abriendo pequeños centros de asistencia en mezquitas y escuelas. «Es cierto que tendremos que enfrentarnos a ellos con cócteles molotov pero somos superiores: tenemos a Dios de nuestro lado», sentencia Abu Jamse.
Un nuevo bombardeo a Alepo por parte de las tropas de Asad pareció corroborar la teoría de Abu Jamse. Ahmed Batija relata que primero se registró un combate entre el Ejército Libre de Siria (ELS) y las tropas leales a Bashar Asad. «Después los helicópteros dispararon sus cohetes y destruyeron dos edificios», afirma.

Según su relato, las viviendas tenían cinco pisos cada una. Los cadáveres, añade, quedaron entremezclados con los escombros. «Cuando la gente salió a la calle gritando: ¡Dios es grande!, volvieron a disparar», precisó. Batija estaba junto a su primo Mohamed Jamis. El murió. Ahmed resultó alcanzado por la metralla en la espalda.

Los cadáveres quedaron troceados. Reducidos a despojos de carne difíciles de acarrear. Cuerpos sin cabezas. Brazos y piernas separados. Los doctores del hospital Deir Shifa los grabaron. Las imágenes de las víctimas son difíciles de visualizar.

«Fue a las 10.00 de la mañana. Mataron a mujeres y niños. El resto de la población de Fardús ha huido», precisó el chaval. Según la ONG Avaaz, murieron 17 personas y otras 75 resultaron heridas.

Fardús es otro nombre que añadir a la sangría que sufre Siria. La población de Alepo acogió ayer el suceso con resignación. Cientos se manifestaron pidiendo ayuda al único que piensan que todavía les escucha: Dios. «¡Oh Dios, el mundo nos ha olvidado! ¡Sólo nos quedas tú!», gritaban los congregados en el barrio de Shaar levantando sus manos al cielo.

ORBYT.es
>Videoanálisis de Sal Emergui.


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