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sábado, 29 de septiembre de 2012

Navegación en la Civilización del Islam

Navegación en la Civilización del Islam Tue, 2012-09-11 02:26 | admin Civilización del Islam Navegación Por: Ricardo H. S. Elía «El antiguo mar romano se convierte en un lago musulmán». George Marçais, historiador francés de arte islámico. Surgida en el centro de Arabia, la civilización islámica, por lo menos en sus comienzos, le volvió la espalda al mar. Esta actitud no estaba avalada para nada en el Sagrado Corán, donde se lee que «Dios es Quien ha sujetado el mar a vuestro servicio para que las naves lo surquen a una orden Suya para que busquéis Su favor» (Sura 45, Aleya 12; ver también Sura 14, Aleya 32). Sin embargo, en menos de dos siglos esta actitud cambiará radicalmente. Así, los marinos musulmanes aprenderán de los chinos el arte de navegar con la aguja de marear (una versión náutica de la brújula), para sus grandes viajes, y la darán a conocer a los europeos, quienes en el siglo XIV ya la manejarán habitualmente. Los navegantes islámicos también introducen en Europa el timón de codaste, un instrumento imprescindible para la navegación. Este era un sistema de dirección del barco por medio de un timón adosado a la roda de popa. Hasta el momento los barcos eran gobernados por uno o dos remos colocados verticalmente en el costado, hacia popa. Las maniobras con este sistema eran poco fiables, sobre todo con mal tiempo, exigiendo además varias personas para hacer los virajes. Paralelo al aporte de la brújula, el astrolabio y el timón de codaste, los nautas musulmanes difundieron la «vela latina» (la denominación es equívoca, pues puede hacer suponer que sea de origen latino, cuando en realidad fue un invento de los musulmanes), también conocida como de cuchillo o triangular, más fácilmente orientable, que permitía navegar con viento de costado, mientras las velas más usuales de la época, trapezoidales, exigían para poder navegar el viento de popa, circunstancia ésta que enlentecía sobremanera las singladuras, encareciendo los fletes. La marina musulmana es una de las grandes desconocidas. Basta hojear algunas enciclopedias y obras de divulgación para comprobar que suele ser habitual en la mayoría de ellas ignorar el poder naval de la civilización islámica y algunas de las indudables aportaciones que hizo en el campo de la náutica. Ahora sabemos que los sabios andalusíes, que consideraban la esfericidad de la Tierra, facilitaron el camino a quienes protagonizaron más tarde el descubrimiento de América (véase José Ruiz Vázquez: Influencia de la cultura árabe en las ideas geográficas de Cristóbal Colón, A2JCAI, IHAC, Madrid, 1985, pp. 579-584). El Islam dispuso de poderosas marinas de guerra, desde principios del siglo IX hasta fines del siglo XVII. Entre los siglos IX y XII los musulmanes se convirtieron en la primera potencia naval del mundo. Al-Ándalus (la España musulmana) contó con poderosas escuadras en Alicante, Almería y Cádiz, y el emir cordobés Abd ar-Rahmãn II reforzó su flota y construyó un astillero en Sevilla. En 844, 858 y 861 se produjeron ataques vikingos (llamados mayús “magos” por los musulmanes) contra las costas del sur de al-Ándalus. Según el testimonio de historiadores como Ibn Qutiyya (m. 977), Ibn Hayyãn (987-1076) y al-Maqqãri (1577-1632), la marina andalusí causó estragos entre los vikingos, marinos por demás experimentados, utilizando niwam al-naft (proyectiles incendiarios) y numerosísimos rumat (arqueros). Igualmente, las flotas de aglabíes, fatimíes, mamelucos y otomanos convirtieron durante varios siglos al Mediterráneo en una talasocracia musulmana cuyos detalles llenarían varios volúmenes. Para tener un parámetro de este vastísimo universo, citemos, por ejemplo, que hacia el año 840 numerosos barcos musulmanes remontaron las orillas del mar Adriático hasta el archipiélago dálmata y la desembocadura del Po. Al volver hacia el sur, ocuparon la ciudad de Ancona, situada a doscientos kilómetros de Roma. La primera flota musulmana En la primavera del año 649 (28 de la Hégira) una flota musulmana partió del puerto de Akka (Palestina) al tiempo que otra se hacía a la mar desde las costas egipcias; ambas tenían como objetivo la isla de Chipre. El artífice de esta expedición marítima, considerada como la primera que los musulmanes realizaron en el Mediterráneo, fue Mu’ãwiyah Ibn Abi Sufyãn (c.602-680), a la sazón gobernador de Siria y años más tarde primer soberano omeya; él mismo la dirigió en persona. Los historiadores árabes, especialmente al-Baladhuri (?-c.892), se hacen eco del empeño del fundador de la dinastía omeya en realizar esa primera empresa naval contra una isla que estaba bajo dominio bizantino y llaman la atención sobre su insistencia en convencer primero al segundo califa Umar Bin al-Jattãb y después a Uzmãn Ibn Affãn para realizarla. Hasta entonces se había impuesto, en el tema naval, una política meramente defensiva, cuyas medidas básicas consistieron en la fortificación de las costas, el establecimiento de vigilancia en las torres vigías y el asentamiento de contingentes militares, fundamentalmente persas, atraídos por medio de concesiones territoriales. Aquella primera empresa naval islámica en el Mediterráneo concluyó con la firma de un pacto y el sometimiento de la población de Chipre al pago de un tributo, sin que ningún destacamento militar ocupase la isla. El Mediterráneo, al que los árabes llamaban entonces Bahr ar-Rum (‘el Mar de los Romanos o de los Bizantinos’), estaba dominado, en su mayor parte, por Bizancio. La recuperación de Alejandría por la flota bizantina en 645-6, en una acción marítima en la que Chipre sería utilizada como base de operaciones, debió de ser lo que convenció al califa Uzmãn para acceder a los planes de Mu’ãwiyah de lanzar un ataque naval contra esa isla. La supremacía naval del Islam El siglo IX es la época en que se produjo la gran expansión marítima del Islam. Las conquistas de Creta, iniciada en el año 823, y de Sicilia, desde el 827, permitieron a los musulmanes dominar un amplio espacio marítimo. La hegemonía del Mediterráneo pasó así a manos del Islam. en esta época se constata una voluntad clara y decidida de establecerse en territorios insulares. En el caso de Creta, la conquista fue relativamente fácil; la realizó un grupo de marinos andalusíes (exilados de Córdoba) que unos años antes habían desembarcado en Alejandría provocando allí grandes disturbios, por lo que las autoridades egipcias (dependientes por entonces del califato abbasí y opuestos a los Omeyas cordobeses) les facilitaron su partida y establecimiento en Creta. Este episodio generó a su vez un intercambio diplomático entre Córdoba y Bizancio. En el caso de Sicilia, la lucha fue muy enconada; los aglabíes (dinastía árabe en Ifriqiyya que reinó entre 800-909), ayudados en ocasiones por otras fuerzas, como marinos andalusíes procedentes de Tortosa o incluso tropas napolitanas, no consiguieron hacerse con el control completo de la isla hasta comienzos del siglo X. Tanto Creta como Sicilia, además de disponer de cuantiosos recursos naturales y de constituir importantes mercados, eran nexos de unión que facilitaban, por su excelente ubicación geográfica, la comunicación marítima entre las costas occidentales y orientales. El siglo X marcó el auge del poder naval islámico en el Mediterráneo. Fue el período de mayor hegemonía musulmana en este mar, tanto en su cuenca occidental como oriental. El dominio de sus litorales sur, este y oeste y de las principales islas que lo jalonan lo posibilitó. A esta época se refiere el historiador y sociólogo Ibn Jaldún (1332-1406) cuando dice: «Los cristianos se vieron obligados a pasar sus flotas a la parte noreste del propio mar, con el objeto de aproximarse a los países marítimos de los francos y eslavos, y a las islas romanas, sin aventurarse para nada a salir de allí. En efecto, las escuadras islámicas acechaban a los cristianos como el león encarnizado acecha a su presa; sus buques, tan numerosos como bien equipados, cubrían la faz del mar, recorriéndolo en todos los sentidos, ya sea con fines pacíficos, o ya sea en son de guerra. De suerte que, de los cristianos no se veía flotar ni una tabla» (Ibn Jaldún: Introducción a la historia universal. Al-Muqaddimah, FCE, México, 1997, p. 469). Gran parte de ese dominio correspondió a los andalusíes, quienes llegaron a establecerse en puntos tan alejados como Creta y Fraxinetum. El resto del espacio naval mediterráneo estuvo bajo el control de los fatimíes (dinastía árabe reinante en Egipto y Palestina entre 909-1171). La marina de al-Ándalus Es idea comúnmente aceptada que a los omeyas andalusíes no pareció interesarles demasiado promover a nivel oficial el desarrollo naval hasta que, en el año 844, aparecieron los normandos o vikingos y causaron destrozos en las costas de al-Ándalus, llegando a penetrar por el Guadalquivir hasta Sevilla. A partir de entonces el emir omeya Abd ar-Rahmãn II adoptó una serie de medidas entre las que estaba la edificación de atarazanas, construyendo la de Sevilla, y el establecimiento de fuerzas militares en las zonas costeras, además de reclutar a marinos de las costas. Tan sólo unos años después, cuando se produjeron dos nuevas incursiones normandas en los años 858 y 861, una escuadra omeya custodiaba las costas atlánticas, haciendo frente a las naves vikingas con éxito. Con referencia a estos sucesos, el Bayãn al-mugrib fi-ijtisãr ajbar mulūk al-Ándalus (‘Exposición curiosa relativa al resumen de las noticias de los reyes de al-Ándalus y del Magreb’) del historiador andalusí Ibn Idhãri (m. 1320), señala cómo los emires omeyas, sobre todo Muhammad I (852-886), llevaron a cabo una verdadera política naval en el litoral andalusí atlántico. Según señala el antologista andalusí Abu Walid al-Himyari (m. 1048) —en su precioso diccionario geográfico intitulado Kitab al-Rawd al-mi’tãr fi jabar al-aktãr—, ese mismo emir envió una expedición de reconocimiento por el Océano que estuvo al mando de uno de los miembros de la primera gran familia de marinos andalusíes al servicio de la dinastía: Jashjash al-Bahri, que destacó en 861 al lograr una importante victoria naval sobre los vikingos, perdiendo entonces la vida. La formulación de un importante corpus jurídico sobre cuestiones relativas a las actividades comerciales realizadas por mar es otra buena prueba del desarrollo naval en el Islam. Es el caso del Kitãb akriyat al-sufūn (‘Libro del fletamiento de naves’), obra originaria de Muhammad Ibn Umar, autor de origen andalusí muerto en Egipto en 923, y completada por Abu Abi Firãs, quien vivió en la segunda mitad del siglo X y principios del XI. Junto al tráfico de mercancías, la civilización islámica, a través del precepto de la peregrinación a los santos lugares de La Meca y Medina y el fomento del estudio y el contacto directo con los maestros, favoreció igualmente un amplio tráfico de personas que desde Al-Ándalus y el Magreb se dirigían a Oriente y después volvían a sus lugares de origen trayendo consigo libros, conocimientos, movimientos culturales, modas, etc. Los diccionarios biográficos andalusíes dan buena prueba de ello (véase Francisco Morales Belda: La marina de al-Andalus, Ariel Barcelona, 1970; Jorge Lirola Delgado: El poder naval de Al-Andalus en la época del Califato Omeya, Universidad de Granada, Granada, 1993; Varios autores: Al-Andalus allende el Atlántico, Unesco/El Legado Andalusí, Granada, 1997). Los musulmanes en la Costa Azul El enclave naval musulmán de Fraxinetum (en árabe Farajshinit, también llamado Yabal al-qilãl o “Monte de las cimas”), localizado en la actual población de La Garde Freinet, muy próxima al Golfo de Saint Tropez, en la Provenza, que sobrevivió entre 889 y 975, es un tema que fue investigado exhaustivamente por Joseph Toussaint Reinaud (1795-1867) en su obra Invasions des Sarrazins en France, et de France en Savoie, en Piemont et en Suisse, París, 1836 (hay traducción inglesa de Haroon Khan Sherwani y publicada por Sheij Muhammad Ashraf con el título Muslim Colonies in France, Northern Italy & Switzerland, Lahore, Pakistán, 1955/1964). El nombre Fraxinetum proviene de los tiempos romanos y está derivado de la palabra fresno (en latín fraxini), un árbol común en los bosques vecinos al enclave (o sea que Fraxinetum sería un equivalente a Fresneda). Parece ser que entre 888 y 889 unos veinte andalusíes procedentes del litoral de Pechina (Almería), desembarcados de una pequeña nave, fueron la avanzada de una fuerza musulmana que se adueñó de la Costa Azul, más precisamente de la zona del golfo de St. Tropez, que aún hoy se conoce como la Côte des Maures (‘Costa de los Moros’), bajo el liderazgo de un caid (qã’id) llamado Nasr Ibn Ahmad, dependiente del emirato omeya de Córdoba. El episodio está confirmado por un cronista cristiano de la época llamado Liudprand de Cremona (c.922-c.972), un obispo e historiador lombardo que lo cita detalladamente en su obra (The Works of Liudprand of Cremona, traducido por F.A. Wright, George Routledge & Sons, Londres, 1930). (ver la continuación en archivo pdf)

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