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sábado, 29 de junio de 2013

Los Mayas y el Conocimiento Interior

Universo Maya y estados de conciencia





(A continuación un extracto de uno de los capítulos del libro "Los Mayas y el Conocimiento Interior")




El Universo Maya está compuesto por tres planos o regiones cósmicas regidos por deidades no siempre bien definidas, en cada uno de los cuales se manifiestan diferentes tipos de energía. Los tres mundos mayas son:

1. La Región Celeste: dividida en 13 estratos.

2. La Terrenal: es el mundo del medio, el plano intermedio, la corteza terrestre.

3. La Subterránea: Xibalbá, el Inframundo, el reino del más allá y de los muertos, conformado por 9 niveles.

A pesar de esta clara división, los tres mundos están íntimamente relacionados e incluso algunas veces se entremezclan. Se podría decir que forman un “continuum”, no hay líneas divisorias claras y precisas pues los tres forman parte del gran Árbol Cósmico o eje del universo, que alza su copa abarcando los cielos y hunde sus raíces en lo más profundo del inframundo. A través de este “árbol de la vida” es posible el tránsito de una región a otra, es la vía que comunica y entrelaza todo lo existente.
Estos tres niveles se diferencian entre sí por el tipo de energía que conforma y rige en cada uno de ellos. Las ener-gías se encuentran en continua transformación. La energía de la muerte por ej., es susceptible de transformarse en su opuesto y generar vida. Así, los dioses que moran en el inframundo pueden regir al mismo tiempo en algún nivel de los cielos a través de su aspecto contrario.
La cosmogonía maya no tiene solamente un carácter religioso o cosmológico, sino que a la vez tiene una dimensión interna, su reflejo se encontraba en el interior del hombre, de modo que los mismos planos energéticos del universo maya existían en el mundo psíquico del ser humano. Allí, en la estructura energética humana, se podían encontrar “niveles”.

El plano terrestre o parte más externa es el relacionado con la vida cotidiana, los hábitos y costumbres, el carácter, el modo de afrontar los quehaceres y circunstancias de cada día. Es este el nivel que se encuentra en el punto medio y a través del cual se conecta con los demás.

En niveles más profundos se ubican aquellas energías que conforman el “inframundo humano”. Se extiende hasta las capas más profundas del subconsciente donde, al igual que en Xibalbá, reinan la oscuridad y las sombras. Pertenece este aspecto a un “mundo interior” que no puede ser percibido sensorialmente. Para los mayas el inframundo era el mundo “de abajo“, del más allá. Con ello no se referían solamente a aquello que se encuentra más allá del portal de la muerte, sino también al mundo que se encuentra más allá de lo que consideramos “real”, más allá de los sentidos y de la percepción común. El mundo de abajo tenía un sentido de profundidad y no meramente espacial. El acceso a esta región de sombras y oscuridad tenía lugar después de la muerte o durante la vida a través de los ritos iniciáticos. En ambos casos la guía y el modelo a seguir era el relato de las hazañas de los gemelos divinos, Hunabpú e Ixbalanqué, que habían descendido al inframundo o Xibalbá, habían superado las pruebas del mundo de las sombras, habían muerto y renacido venciendo así a la propia muerte. Como ya dijimos, en las tumbas de los nobles era costumbre colocar cerámica con escenas del descenso y estancia de los gemelos en Xibalbá, como una especie de guía del inframundo con un papel similar al que cumplía el llamado “Libro de los Muertos” en el antiguo Egipto. Otra figura arquetípica era el mismo sol conocido en el mundo maya como el dios Kinich Ahau y cuyo ciclo significaba para los mayas, al igual que para los egipcios, la plasmación de un viaje iniciático con sus etapas de luz y oscuridad. Y por último hay que hacer referencia a Yum Kaax, el dios del maíz, que descendió al inframundo en busca de la semilla sagrada (el maíz), murió, resucitó y volvió al mundo de la luz para entregar a la humanidad el “conocimiento del maíz”.

El inframundo humano, como el cosmológico, es un lugar de muerte y de vida. Representa el profundo nivel de la psiquis en el que hay que penetrar para superar las pruebas iniciáticas que guardan relación con la muerte interna, es decir, con la eliminación y victoria sobre las energías negativas que moran en este nivel. Sólo entonces se produce el nuevo nacimiento o “resurrección”, después de haber transmutado lo negativo en positivo, las tinieblas en luz. Las pruebas y procesos del alma en Xibalbá son descritas con todo detalle en el Popol Vuh y las veremos con más detalle en el capítulo dedicado a “Xibalbá, el Camino Iniciático”.

También en el mundo interior humano, como fiel reflejo del cosmos, se ubican las regiones celestiales a las que se ascendía una vez superadas las pruebas del inframundo. El camino del alma desde los planos terrestres era muy preciso. El mundo del medio no llevaba directamente a los cielos, sino que obligatoriamente había primero que descender al inframundo y desde allí, superadas las pruebas, se producía el ascenso a regiones celestiales. Para la psiquis humana, este proceso significa una transmutación. Se trata de ingresar en el propio Xibalbá o mundo de abajo, en niveles profundos de la psiquis y llevar a cabo una transformación energética, o dicho de otro modo, eliminar las energías densas o negativas, es decir llevar a cabo la muerte psicológica, para renacer purificado en estratos más sutiles, de vibración energética superior.

Decíamos que los mayas subdividen el cielo en trece niveles horizontales, lo imaginaban como una pirámide escalonada que se asienta en el nivel terrestre donde tiene su base, y cuya representación es la montaña sagrada. Entre los mayas yucatecos el cielo era regido por Oxlahuntikú, que significa "Trece dios", una deidad que es una y trece simultáneamente y que representa la energía opuesta a los “Bolontikú”, los señores del inframundo. Aunque existía una deidad para cada uno de los estratos, en el nivel más alto del plano celeste reside el dios supremo, principio vital del cosmos, el dragón-serpiente Itzamná, que impregna con su energía todos los mundos, el celeste, el terrestre (donde adquiere otro nombre y características: Itzan Kab o Tierra-Iguana), y el inframundo. El grupo de divinidades denominado Oxlahún-Ti-Ku, "Trece Dioses" o energías sagradas que rigen el mundo superior, podían entenderse como otras tantas personalidades separadas, o colectivamente como una única fuerza. Contrastan con los Bolón-Ti-Ku o "Nueve Dioses" que regían el inframundo; alegóricamente tienen entre ellos la misma relación que la luz con las tinieblas. Cada uno de los trece niveles celestiales tiene sus propias características y en conjunto forman los mundos espirituales superiores. Las trece energías superiores eran invocadas en las plegarias en su aspecto de divinidades. Los Nueve Dioses del inframundo y la oscuridad gobernaban en interminable sucesión sobre un "ciclo" o "semana" de nueve noches. En muchas inscripciones de fechas se pueden ver los glifos correspondientes a ese ciclo de los Señores de la Noche.

Como citábamos en un capítulo anterior, en el libro del Chilam Balam de Chumayel se habla de la creación del mundo y de una lucha entre los dos grupos de dioses, interesante paralelo de la guerra en que San Miguel y las huestes celestiales vencieron y expulsaron del cielo al dragón de tinieblas y a todas las potestades del mal y la oscuridad. Realmente, la lucha entre Luz y Oscuridad es una constante en todas las teogo-nías y mitologías, tanto de oriente como de occidente, dándose también como reflejo en el interior del ser humano, donde moran ambos tipos de energía.

En cuanto a la Tierra, los mayas la imaginaron como una plancha plana cuadrangular, dividida en cuatro sectores o regiones, también cuadrangulares, idea que deriva de la observación de la trayectoria solar y que los mayas compartieron con los nahuas y con muchos otros pueblos antiguos del mundo. Las cuatro regiones correspondían a las cuatro "casas" del Sol. Dos en el Este y dos en el Oeste, también tenían en cuenta los puntos intercardinales que representaban los extremos que el Sol alcanzaba sobre el horizonte durante el año, los cuales correspondían a los equinoccios y los solsticios.

Cada región tenía como símbolos un color, una ceiba (enorme árbol con el tronco muy recto y abundante ramaje) con un ave posada sobre ella, un tipo de maíz, y diversos animales. Las ceibas sostenían el cielo al lado de dioses con forma humana o animal llamados Bacabs, que también aparecían como destructores y ordenadores de mundos. Tanto ceibas como pájaros eran del color de la región: negro para el oeste, blanco para el norte, rojo para el este y amarillo para el sur. Otros dos puntos esenciales en la cosmología maya son: el más alto en el centro del cielo, el cenit, y el más bajo en el centro del inframundo, el nadir. Estos dos puntos eran los dos extremos del eje vertical del mundo, por lo que el centro de la tierra, por donde pasa el eje, era el centro del universo, la quinta dirección, el punto de unión entre el cielo, la tierra y el inframundo.

Otra imagen simbólica del nivel terrestre era un cocodrilo o lagarto que flotaba sobre el agua y sobre cuyo dorso crecía la vegetación. Los mayas yucatecos lo llamaban Itzam-Kab-Ain, "Dragón-tierra-cocodrilo". El inframundo era el vientre de ese monstruo, por lo que además de ser lugar de la muerte, contenía semillas de nueva vida. En la superficie terrestre los mayas asociaban las entradas al inframundo con las cavernas como representaciones del vientre de la gran madre tierra. También los cenotes o lagos sagrados eran accesos al mundo de abajo.

Las cuatro regiones celestes y las infraterrestres, compar-tían los colores de la tierra. En las cuatro regiones celestes se ubicaban los Itzamnáes o Dragones, que eran la cuadruplicación del gran dragón Itzamná, el dios supremo; además de cuatro Chaacs, o dioses de la lluvia y cuatro Pahuahtunes, deidades de los vientos.

La existencia de esos tres planos: celeste, terrestre e inframundo, tuvo su plasmación en distintos ámbitos mayas: en la mitología, en la arqueoastronomía, es decir en su peculiar forma de estructurar sus ciudades de forma que constituyeran recintos sagrados a imagen del universo, y en la psiquis humana, que es el “espacio interior” donde tienen lugar los procesos que conducen a niveles de conciencia diferentes, y ello, como hemos señalado, mediante el descenso al propio inframundo para ascender a las esferas celestes una vez superadas las pruebas correspondientes. Este viaje interior tenía lugar bien después de la muerte física, o durante la misma vida mediante el ritual de la iniciación y sus procesos.
En cuanto al aspecto de la arqueoastronomía, ya vimos que los mayas dejaron plasmada su concepción del universo en la arquitectura de sus ciudades y edificios, como por ejemplo en las pirámides, verdadera representación de los tres mundos y en las que se concentra la energía necesaria para comunicarlos. El principal lugar de enterramiento subterráneo estaba alineado con el eje piramidal que formaba el camino a través del cual el alma del difunto descendía a Xibalbá para, una vez vencida la muerte, iniciar el ascenso hacia esferas superiores. En la construcción de las pirámides mayas se sigue el esquema de distintos niveles escalonados y una escalinata que conduce a la parte superior, donde se encuentra el templo que es el vórtice energético más poderoso. Varios de estos basamentos tienen trece niveles, simbolizando los trece estratos celestes, como en el Templo de la Cruz de Palenque, dedicado precisamente al dios celeste creador. Sin embargo, hay que tener en cuenta que los mayas no siempre ubicaban el inframundo hacia “abajo” en sentido espacial. Más bien daban a este plano un aspecto de profundidad que a veces era representado como lugar “hacia abajo” y otras como pirámide con los nueve niveles del inframundo. Así se puede observar que algunos basamentos piramidales también representaron el inframundo. Por ejemplo, (además de la pirámide de Kukulkán en Chichen Itzá que estudiamos más arriba) tenemos el Templo de las Inscripciones de Palenque, bajo el cual se halló la suntuosa sepultura del Señor Pacal, que consta de nueve niveles como representación de que los espíritus de los muertos debían recorrer nueve estratos para llegar a las profundidades de Xibalbá. El ciclo de vida iba de la tierra al inframundo y del inframundo al cielo. La vida en la tierra terminaba para pasar al inframundo, el lugar de los muertos, para luego ascender al cielo. El mismo camino debía recorrer el hombre que anhelaba el paso a niveles superiores de conciencia durante su existencia humana: Debía primero bajar a su propio inframundo donde tiene lugar el autodescubrimiento y diferentes pruebas, para poder ascender energéticamente a sus propios cielos. Los distintos planos también son niveles psíquicos, es decir, diferentes estados de conciencia.

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