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lunes, 30 de septiembre de 2013

El Camino libre del Islam

El Camino libre del Islam


“Islam en la Encrucijada”


15/02/1995 - Autor: Muhámmad Asad - Fuente: Verde Islam 0



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Muhammad Asad
Muhammad Asad

El artículo que presentamos a continuación es parte del libro “Islam en la Encrucijada”, escrito por el gran pensador, hace tres años fallecido, Muhammad Asad. Pese al tiempo transcurrido desde su original publicación, ahora se cumplen 50 años, sorprende por la lucidez y actualidad del analisis que en él se hace. Su intención fue realizar una llamada de atención a los musulmanes sobre los riesgos de una imitación ciega de las formas sociales y valores occidentales, a la vez que una llamada a la preservación de las formas y valores de nuestro pasado que siguen teniendo aplicación a la realidad del Islam en cuanto que fuerza generadora de cultura, y a un despertar del espíritu de aquella ideologia islámica que procede del Sagrado Corán y de la Tradición del Profeta Muhammad.

Muhammad Assad no dudaba de que en el mundo musulmán se ha producido y se está produciendo un despertar, pero lamentaba que éste no fuera guiado por los auténticos valores del Corán y la Sunnah. Describe en su libro la confusión que se origina en el ansia de muchos musulmanes por aceptar ciegamente las formas sociales y de pensamiento surgidas en el mundo musulmán medieval, en lugar de volver resueltamente a la ideología quepresentan las únicas fuentes auténticas de Islam: el Corán y la Sunnah.

Pocas veces ha estado la humanidad tan inquieta intelectualmente como en nuestro tiempo. No sólo nos enfrentamos a multitud de problemas que requieren soluciones nuevas y sin precedentes, sino que también el ángulo de visión en que aparecen estos problemas ante nosotros difiere de cuanto hemos estados acostumbrados hasta el momento. La sociedad está travesando cambios fundamentales en todos los paises y el ritmo al que se producen varía de uno a otro país; pero en todos ellos es posible observar la misma energia apresurada que no deja lugar al detenimiento ni a la vacilación.

En este respecto el mundo de Islam no es una excepción. Vemos aqui también la desaparición gradual de viejas costumbres e ideas y la aparición de formas nuevas. ¿A donde nos lleva este desarrollo? ¿Cual es su alcance y profundidad? ¿En que medida se adecúa a la misión cultural de Islam?

No es mi intención contestar exhaustivamente todas estas preguntas. Me centraré más bien alrededor de uno sólo de los problemas con que se enfrentan los musulmanes hoy en dia: la actitud que deberían adoptar hacia la civilización occidental. Las extensas ramificaciones del tema nos han obligado a incluir en nuestro escrutinio ciertos aspectos básicos de Islam, y en particular lo que atañe al concepto de la Sunnah. Es imposible dar aquí nada mas que un simple perfil de un tema que es lo bastante amplio como para llenar muchos tomos. Pero no obstante, o quizás por esa razón, estoy seguro de que este breve esbozo servirá de estímulo para que otros sigan reflexionando sobre este importante problema.

Los musulmanes tienen derecho a saber, cuando un musulmán converso se dirige a ellos, como entró en Islam y qué le impulsó a ello. Por esta razón hablaré de mí mismo.

En 1922, dejé Austria, mi país natal, para viajar por Africa y Asia como enviado especial de varios periódicos europeos de vanguardia, y desde aquel año pasé el resto de mi vida en los paises islámicos de Oriente. Mi interés en los paises con los que entré en contacto fué al principio sólo el de un forastero. Lo que vi ante mi era un orden social y una forma de entender la vida distintos radicalmente de los europeos; y desde el primer momento se manifest.o en mi una simpatia por una concepción de la vida mas tranquila y yo diría que mas humana comparada con la forma de vida apresurada y mecanizada de Europa. Esta simpatia me llevó gradualmente a una búsqueda de las razones de tal diferencia, y empecé a interesarme por las enseñanzas religiosas de los musulmanes. Por aquel entonces, mi interés no era aún lo bastante fuerte para impulsarme a hacerme musulmán, pero me abrió un panorama nuevo de una sociedad humana progresiva, organizada con un mínimo de conflictos internos y un máximo de auténtico sentimiento de hermandad. La realidad de la vida musulmana del momento presente, sin embargo, parecía distar mucho de las posibilidades reales contenidas en las enseñanzas religiosas del Islam. Todo aquello que, en Islam, habia sido movimiento y progreso se habia vuelto indolencia y estancamiento entre los musulmanes; todo cuanto habia sido generosidad y abnegación se habia corrompido, entre los musulmanes actuales, dejando sólo estrechez de miras y apego a una vida fácil.

Movido por este descubrimiento e intrigado por la evidente disparidad entre el Pasado y el Ahora, traté de resolver el problema planteándolo desde un punto de vista mas íntimo: es decir, intenté imaginarme dentro del círculo de Islam. Se trataba de un experimento puramente intelectual; pero me ayudó a desvelar, en un tiempo muy corto, la solución correcta. Comprendí que la única razón de la decadencia social y cultural de los musulmanes era el hecho de que habian dejado de seguir las enseñanzas de Islam en su fuero interno. Islam seguía ahí; pero era un cuerpo sin alma. El elemento esencial que una vez habia creado la fortaleza del mundo musulmán era ahora el responsable de su debilidad: la sociedad islámica fué construida, desde sus comienzos, sobre una base exclusivamente religiosa, y el debilitamiento de esa base ha debilitado necesariamente la estructura cultural y es posible que llegue a provocar su desaparición final.

Cuanto más veía lo concretas e inmensamente prácticas que eran las enseñanzas de Islam, mas insistentes se hacían mis preguntas sobre porque habían abandonado los musulmanes su aplicacion integral a la vida real. Discutí este problema con muchos musulmanes educados en casi todos los paises desde el Desierto Líbio hasta los Pamires, desde el Bósforo hasta el mar Arábigo. Se convertió casi en una obsesión que acabó por eclipsar al resto de mis intereses intelectuales en el mundo de Islam. Esta inquisitividad se volvió tan intensa que hablaba yo a los musulmanes, sin ser yo uno de ellos, como si fuera mi deber defender el Islam de su negligencia e indolencia. Este cambio me pasó desapercibido, hasta que un dia durante el otoño de 1925, en las montañas de Afghanistan un jóven gobernador provincial me dijo:”Pero si tu ya eres musulmán, sólo que no lo sabes”. Estas palabras me impresionaron y me sumieron en el silencio. Pero cuando regresé de nuevo a Europa en 1926, comprendí que la única consecuencia lógica de mi actitud era el hacerme musulmán.

Estas fueron las circumstancias que me llevaron a hacerme musulmán. Desde entonces se me ha preguntado una y otra vez:”¿Por que te hiciste musulmán? ¿Que fué lo que te atrajo en especial?” y debo confesar que no tengo una respuesta particular que me satisfaga. No fué ninguna enseñanza concreta lo que me atrajo, sino toda la maravillosa estructura de enseñanzas morales y un programa práctico de vida de una coherencia inexplicable. Aún hoy, no podría decir cual de sus aspectos me atrae más que los otros. El Islam me parece una obra arquitectónica perfecta. Todos sus elementos han sido armoniosamente concebidos para complementarse y apoyarse mutuamente: nada está de más y nada falta; y el resultado es una estructura de total equilibrio y sólida compostura. Tal vez, este sentimiento de que todo en las enseñanzas y en los postulados del Islam está “en su lugar”, séa lo que haya creado la impresión mas fuerte en mí. Han podido haber, ademas, otras impresiones que hoy me resulta dificil analizar. Fué sobretodo una cuestión de amor; y el amor se compone de muchas cosas: de nuestros deseos y nuestra soledad, de nuestras aspiraciones y nuestras limitaciones, de nuestras habilidades y de nuestras deficiencias. Y este fué mi caso. Islam vino a mí como un ladrón que entra de noche en una casa; pero que, a diferencia del ladrón, vino para quedarse.

Desde entonces me esforcé por aprender todo lo que pude acerca del Islam. Estudié el Corán y las Tradiciones del Profeta. Estudié la lengua del Islam y su historia, y mucho de lo que había sido escrito sobre el tema, a favor y en contra. Pasé cerca de seis años en el Hiyáz y en Nachd, su mayor parte en Mecca y Medina, a fin de experimentar parte del entorno original en el que el Profeta árabe había predicado esta religion. Dado que el Hiyáz es zona de encuentro de musulmanes de muchos paises, pude comparar la mayoria de los diferentes puntos de vista religiosos y sociales imperantes en el mundo islámico de nuestros dias. Aquellos estudios y comparaciones me llevaron a la firme convicción de que el Islam, como fenómeno espiritual y social, sigue siendo con mucho, a pesar de todas las limitaciones creadas por las deficiencias de los musulmanes, la fuerza impulsora mas grande que la humanidad haya conocido; y la cuestión de su regeneración se convirtió, desde entonces, en el centro de gravedad de todos mis intereses.

Este escrito es una humilde contribución a ese gran objetivo. No pretende ser una exploración objetiva del tema, sino la presentación de un caso tal como yo lo veo: el caso del Islam frente a la civilización occidental. Y no está escrito para quienes tienen el Islam como uno de los muchos complementos, mas o menos utiles, de su vida social, sino para aquellos en cuyos corazones arde aún una chispa de la llama que ardía en los corazones de los Compañeros del Profeta, una llama que una vez engrandeció al Islam como orden social y como logro cultural.

El camino libre del islam

Uno de los lemas mas característicos de la era presente es “la conquista del espacio”’. Se han conseguido desarrollar medios de comunicación que van mas allá de los sueños de anteriores generaciones; y estos nuevos medios han puesto en marcha una transferencia de mercancias mucho más rápida y extensa de lo que la historia de la humanidad haya conocido nunca. El resultado de este desarrollo es la interdependencia económica de las naciones. No existe hoy ya nación ni grupo que pueda mantenerse apartado del resto del mundo. El desarrollo económico ha dejado de ser algo local y su carácter se ha vuelto mundial. Es un desarrollo que deja a un lado, al menos en sus tendencias, las fronteras políticas y las distancias geográficas, y trae consigo -y es posible que ésto séa aun mas importante que el lado puramente material del problema-, la necesidad continuada de transferir, no sólo mercancias sino tambien ideas y valores culturales.

Pero mientras que esas dos fuerzas, la económica y la cultural, a menudo van de la mano, sus normas dinámicas difieren. Las leyes elementales de la economía requieren que el intercambio de mercancias entre naciones séa mutuo; lo que supone que ninguna nación puede actuar sólo como compradora al tiempo que otra es siempre vendedora; a la larga ambas deben jugar ambos papeles simultáneamente, dando a la otra y tomando de ella, ya sea directamente o por intermedio de otros actores en este drama de fuerzas económicas. Sin embargo, en el campo cultural esta norma rígida de intercambio no es una necesidad, al menos no siempre una necesidad aparente: es decir, la transferencia de ideas e influencias culturales no está basada por necesidad en el principio de dar y tomar. Es algo natural el que ciertas naciones y civilizaciones que son pólitica y económicamente mas viriles ejerzan una fuerte fascinación sobre aquellas comunidades mas débiles o menos activas, y las influencien en las esferas intelectual y social sin verse ellas mismas influenciadas. Esta es la situación que existe hoy en las relaciones entre los mundos occidental e islámico.1

Desde el punto de vista del observador histórico, la fuerte influencia unilateral que la civilización occidental ejerce sobre el mundo islámico ya sea reconocida o no por los propios musulmanes, no es para sorprenderse, ya que es el resultado de un largo proceso histórico del que existen analogías en otras partes. Pero si bien el historiador, ocupado tan solo con la observación, puede quedarse satisfecho, para nosotros, los musulmanes, la cuestión queda pendiente. Para nosotros, que no somos meramente espectadores interesados, sino actores muy reales en este drama, para nosotros que nos consideramos seguidores del Profeta Muhammad, el problema realmente empieza aquí. Nosotros creemos que el Islam, a diferencia de otras religiones, no es tan solo una actitud espiritual en la mente, que puede ajustarse a distintas situaciones culturales, sino una órbita independiente de cultura y un sistema social de características claramente definidas. Cuando, como en el caso actual, una civilización extranjera extiende sus ramificaciones en nuestro interior produciendo cambios acusados en nuestro organismo cultural, hemos de cerciorarnos de si tal influencia extranjera coincide con la dirección de nuestras propias posibilidades culturales o va en contra de ellas; de si actúa como un suero vigorizante, o como un veneno.

La respuesta a esta pregunta puede obtenerse tan solo mediante el análisis. Debemos descubrir las motivaciones de ambas civilizaciones, la islámica y la del occidente moderno, para luego investigar si es posible la cooperación entre ellas. Dado que la civilización islámica es esencialmente religiosa, debemos, antes de nada, tratar de definir el papel general de la religión en la vida humana.

Lo que llamamos “actitud religiosa” es un resultado natural de la constitución intelectual y biológica del hombre. El hombre es incapaz de explicarse así mismo el misterio de la vida, el misterio del nacimiento y de la muerte, el misterio de la infinitud y de la eternidad. Su pensamiento se detiene ante murallas inexpugnables. Por ésto, sólo puede hacer dos cosas. Una es abandonar todo intento de entender la vida como totalidad. En ese caso, se apoyará únicamente en la evidencia que extrae de las experiencias externas y sus conclusiones estarán limitadas a esa esfera. Será capaz de comprender fragmentos aislados de la vida, que irán en aumento en número y claridad, bien rápida o lentamente, a medida que se incrementa el conocimiento humano de la naturaleza, pero que, en cualquier caso, seguirán siendo sólo fragmentos al tiempo que la comprensión de la totalidad misma seguirá fuera del alcance de los recursos metodológicos de la razón humana. Este es el camino que siguen las ciencias naturales. La otra posibilidad que puede perfectamente coexistir con la científica es el camino de la religión. Este conduce al hombre, mediante una experiencia interior, en su mayor parte intuitiva, a la aceptación de una explicación unitaria de la vida basada en la premisa de que existe un Poder Creativo supremo que gobierna el universo de acuerdo con un plan preconcebido que está mas allá de la comprensión humana. Como se acaba de decir, esta concepción no proscribe al hombre de una investigación de aquellos datos y fragmentos de la vida que se prestan a la observación externa al no existir un antagonismo inherente entre la percepción externa (científica) y la interna (religiosa). Pero esta última es, de hecho, la única posibilidad especulativa de concebir toda la vida como una unidad en su esencia y en su fuerza motriz; dicho brevemente, como una totalidad en armonía y en buen equilibrio. El término “armonía”, tan mal empleado en general, es muy importante en este contexto, porque presupone una actitud correspondiente en el hombre mismo. El ser humano religioso sabe que todo lo que ocurre dentro y fuera de él no puede en ningun caso ser el resultado de fuerzas ciegas desprovistas de conciencia y propósito; su fé le dice que es sólo la manifestación de la voluntad consciente de Dios y que se encuentra, por lo tanto, integrado orgánicamente dentro de un plan universal. De esta forma, el hombre consigue resolver el amargo enfrentamiento entre la personalidad humana y el mundo objetivo de datos y apariencias que designamos como Naturaleza. El ser humano, con todo el intricado mecanismo de su alma, con todos sus deseos y temores, sus sentimientos y las incertidumbres a que le lleva la especulación, se ve enfrentado a una Naturaleza en la cual la abundancia, la crueldad, el peligro y la seguridad se encuentran mezclados en forma maravillosa e inexplicable y aparentemente operan siguiendo líneas completamente distintas de los métodos y de la estructura de la mente humana. La filosofía puramente intelectual o la ciencia experimental no han logrado resolver este conflicto. Este es exactamente el punto en el que la religión entra en escena.

A la luz de la percepción y experiencia religiosas, la personalidad humana autoconsciente entra en una relación espiritualmente armoniosa con una Naturaleza muda, y aparentemente irresponsable, porque ambas, la consciencia individual del hombre y la Naturaleza dentro de él y a su alrededor, son tan solo manifestaciones coordinadas, aunque diferentes, de una misma Voluntad Creadora. El inmenso beneficio que la religion aporta así al hombre es el reconocimiento de que él es, y será siempre, una unidad bien planificada en el movimiento eterno de la Creación: una parte definida del infinito organismo del destino universal. La consecuencia psicológica de esta concepción es un sentimiento profundo de seguridad espiritua, ese equilibrio entre esperanzas y temores que diferencia al auténtico hombre religioso de cualquier religión del no religioso.

Esta posición fundamental es común a todas las grandes religiones, séan cuales fueran sus doctrinas específicas; e igualmente común a todas ellas es su llamamiento moral a que el hombre se someta a la manifiesta Voluntad de Dios. Pero el Islam, y sólo el Islam, va más allá de esta explicación y exhortación teóricas. No sólo nos enseña que toda la vida es esencialmente una unidad, pues procede de la Unidad Divina, sino que nos brinda también un método mediante el cual cada uno de nosotros puede reproducir, dentro de los limites de su vida terrenal como individuo, esta unidad de Idea y Acción, tanto en su existencia como en su conciencia. Para lograr este objetivo supremo de la vida el hombre, en el Islam, no es obligado a renunciar al mundo; no son precisas grandes austeridades a fin de abrir una puerta secreta que conduzca a la purificacion espiritual; la mente no se ve sometida a la presión de tener que creer en dogmas incomprensibles para conseguir la salvacion.

Tales exigencias son totalmente ajenas al Islam: porque no es ni una doctrina mística ni una filosofía. Es simplemente un programa de vida que esta de acuerdo con las “leyes de la naturaleza” decretadas por Dios para Su creación; y su logro mas elevado es una coordinación completa de los aspectos materiales y espirituales de la existencia humana. Estos dos aspectos no solo son “reconciliados”, en las enseñanzas del Islam, en el sentido de que no existe un conflicto inherente entre la existencia corporal y moral del hombre, sino que se insiste en que su coexistencia e inseparabilidad real son la base natural de la vida.

Esta es, a mi parecer, la razón de la forma peculiar que adopta la oración musulmana, en la que la se coordinan la concentración espiritual y ciertos movimientos corporales. Algunos críticos adversos al Islam, a menudo apuntan a esta forma de oración como prueba de que el Islam es una religión formalista y externa, y, de hecho, gentes de otras religiones, que están acostumbradas a separar claramente lo “espiritual” de lo “corporal” casi en la misma forma en que el lechero separa la nata de la leche, no pueden entender facilmente que en la leche entera del Islam ambos ingredientes coexisten y se expresan juntos armoniosamente, a pesar de tener composiciones distintas. En otras palabras, La oración musulmana consta de concentración mental y movimientos corporales porque la propia vida humana tiene la misma composición, y porque debemos dirigirnos a Dios por medio de la totalidad de facultades que El nos ha otorgado.

Otra demostración de esta actitud puede observarse en la ceremonia del tauaf, que es el rito de dar vueltas en torno a la Ka´abah en Mecca. Dado que el dar siete vueltas alrededor de la Ka’abah es una obligación indispensable para todo aquel que entra en la Ciudad Sagrada , y dado que el cumplimiento de esta obligación es uno de los puntos mas esenciales de la peregrinación a Mecca, tenemos el derecho a preguntarnos: ¿Que significado tiene ésto? ¿Es necesario expresar la devoción de una manera tan formalista?.

La respuesta es bastante obvia. Si nos movemos dando vueltas alrededor de un objeto haremos de ese objeto el punto central de nuestra acción. La Ka’abah, hacia la que todo musulman se vuelve en su oración, simboliza la Unidad de Dios. El movimiento corporal del peregrino en el tauaf simboliza la actividad de la vida humana. Por lo tanto, el tauaf implica que no sólo nuestros pensamientos devocionales deben estar centrados en la idea de Dios y Su Unidad, sino tambien nuestra vida práctica, nuestras acciones y propósitos de acuerdo con las palabras del Sagrado Corán:

“No he creado a los genios y a la humanidad con otro propósito que el de que Me adoren y sirvan.” (Surah 51:56)

De esta forma, el concepto de “adoración” en el Islam es diferente del de cualquier otra religión. Aquí no está restringido a las prácticas puramente devocionales, como la oración o el ayuno, sino que se extiende tambien sobre toda la vida práctica del hombre. Si el objetivo de toda nuestra vida ha de ser la adoración y el servicio a Dios, tenemos por fuerza que considerar esta vida, en todos sus aspectos, como una compleja responsabilidad moral. De esta forma, todas nuestras acciones, aún aquellas aparentemente triviales, deben ser realizadas como actos de adoración; es decir, deben ser realizadas conscientemente ya que forman parte del plan universal divino. Tal estado de cosas es un ideal lejano para un hombre de capacidad media; pero ¿acaso no es el propósito de la religión el hacer que los ideales cobren vida?.

Respecto a ello, la posición del Islam es clara. Nos enseña. primero, que el servicio y la adoración a Dios permanente, en todas las manifestaciones de la vida humana representa el auténtico sentido de esta vida; y, segundo, que el logro de este objetivo nos será imposible mientras sigamos dividiendo nuestra vida en dos partes, espiritual y material: ambas deben estar ligadas, en nuestra consciencia y en nuestras acciones, formando una entidad armoniosa. Nuestra noción de la Unidad de Dios debe estar reflejada en nuestros esfuerzos por unificar y coordinar los distintos aspectos de nuestra vida.

La consecuencia lógica de esta actitud crea otra diferencia mas entre el Islam y todos los demás sistemas religiosos que conozco. Esta reside en el hecho de que el Islam, como enseñanza, se propone definir no sólo las relaciones metafisicas entre el hombre y su Creador, sino también y con casi la misma insistencia las relaciones terrenales entre el individuo y su entorno social. No considera la vida terrenal como una mera concha vacía, o una sombra sin sentido del Mas Allá por venir, sino como una entidad positiva completa en si misma. Dios Mismo es una Unidad, tanto en esencia como en propósito y, por lo tanto, Su creación es ciertamente una unidad en su propósito, y quizás también en esencia. Ser conscientes de Dios en el amplio sentido que acaba de ser expuesto, resume, para el Islam, el significado de la vida humana. Y esta es la única concepción que nos muestra la posibilidad de que el hombre alcance la perfección en su vida terrenal como individuo. De entre todos los sistemas religiosos, sólo el Islam declara que es posible lograr la perfección individual en nuestra existencia terrenal. Islam no pospone esta realización hasta después de haber sido suprimidos los llamados deseos “corporales”, como dice la enseñanza cristiana; ni promete una serie continua de reencarnaciones en planos cada vez mas elevados, como es el caso del hinduismo; ni está de acuerdo con el budismo, según el cual la perfección y la salvación sólo pueden conseguirse mediante la aniquilación del Yo individual y de sus lazos emocionales con el mundo. No: el Islam es tajante en su afirmación de que el hombre puede alcanzar la perfección en su vida terrenal como individuo mediante el uso exhaustivo de todos sus dones naturales y posibilidades terrenales.

A fin de evitar malentendidos, será necesario definir el término “perfección” en el sentido en que es utilizado aquí. La idea de la perfección “absoluta” no puede ser considerada al tratar de seres humanos, limitados biológicamente, porque lo Absoluto pertenece exclusivamente a la esfera de los atributos divinos. La perfección humana en su auténtico sentido, psicológico y moral, debe necesariamente tener una connotación relativa y estrictamente limitada. Esto no significa la posesión de todas las buenas cualidades imaginables, ni tampoco la adquisición externa progresiva de cualidades nuevas, sino únicamente el desarrollo de las cualidades positivas existentes ya en el individuo de modo que se activen sus poderes innatos que de otro modo permanecerán latentes. Dada la natural variedad de fenómenos vitales, las cualidades innatas del hombre difieren en cada caso individual.

Sería absurdo, por lo tanto, suponer que todos los seres humanos deberían, o ni siquiera podrían, esforzarse por alcanzar un mismo “tipo” de perfección igual de absurdo que sería esperar que un perfecto caballo de carreras tuviera exactamente las mismas cualidades que un perfecto caballo de tiro. Ambos pueden ser perfectos individualmente y adecuados a su función, pero serán distintos, porque sus caracteres originales son distintos. Con los seres humanos el caso es similar. Si la perfección fuera uniformada en base a un “tipo” específico, como hace el Cristianismo con el tipo de santo ascético, los seres humanos tendrían que abandonar, cambiar o suprimir, todas sus diferencias individuales. Pero esto violaría la ley Divina de la variedad individual que opera sobre toda la vida en la Tierra.

Por esta razón, el Islam, que no es una religión de represión, permite al hombre un margen muy amplio en su existencia personal y social, para que las diversas cualidades, temperamentos e inclinaciones psicológicas de los diferentes individuos encuentren sus propias vias de desarrollo positivo de acuerdo con sus caracteristicas individuales. De esta forma, un hombre puede ser un asceta, o disfrutar plenamente de sus posibilidades sensuales dentro de los límites permitidos; puede ser un nómada que vaga por el desierto sin tener para comer al dia siguiente, o un mercader rico rodeado de sus mercancias: siempre que se someta consciente y sinceramente a las leyes decretadas por Dios, es libre de ajustar su vida personal a la forma mas acorde con su naturaleza. Su deber es sacar el mayor provecho a su vida para hacer honor asi al don que su Creador le ha otorgado; y, mediante su propio desarrollo, ayudar a sus prójimos en sus empeños espirituales, sociales y materiales. Pero como la forma de su vida individual no está en modo alguno fijada por un modelo único, es libre de elegir entre las ilimitadas posibilidades lícitas a su disposición. La base de este “liberalismo” en el Islam se halla en la concepción de que la naturaleza original del hombre es esencialmente buena. En contra de la idea cristiana de que el hombre nace pecador, o de las enseñanzas del Hinduismo de que es en su origen bajo e impuro y que debe atravesar penosamente una larga sucesión de transmigraciones en su camino hacia la perfección, la enseñanza islámica sostiene que el hombre nace puro y en el sentido ya explicado potencialmente perfecto. Dice el Sagrado Corán:

“En verdad, hemos creado al Hombre en la mejor forma...”

Pero inmediatamente el Corán prosigue:

“...y luego hemos hecho de él lo más abyecto, excepto aquellos que creen y hacen buenas obras.” (Surah 95:46)

En estos versos se expresa la doctrina de que el hombre es originalmente bueno y puro; y, además, de que la falta de una creencia en Dios y la ausencia de buenas obras puede destruir esta perfección original. Por otro lado, el hombre puede conservar, o recuperar, esa perfección individual original si toma conciencia de la Unidad de Dios y se somete a Sus leyes. De esta forma, de acuerdo con Islam, el mal no es esencial ni tampoco original; es una adquisición de la vida consciente del hombre, que se debe a un mal uso de las cualidades positivas que Dios concede a todo ser humano. Estas cualidades son diferentes para cada individuo, como ya se ha dicho, pero potencialmente perfectas en sí mismas en todos los casos; y su desarrollo completo es posible dentro del período de la vida individual del hombre en la Tierra. Damos por sentado que la vida despues de la muerte, dado el cambio completo en las condiciones del sentimiento y la percepción, nos proveerá de nuevas cualidades y facultades que harán posible el progreso ulterior del alma humana; sin embargo esto afecta sólo a nuestra vida futura. En esta vida terrenal, tambien, la enseñanza islámica sostiene taxativamente que podemos, cada uno de nosotros, alcanzar una medida plena de perfección desarrollando los rasgos positivos, ya existentes, de que están compuestas nuestras personalidades.

Sólo el Islam, entre todas las religiones, hace posible que el hombre disfrute plenamente de su vida terrenal sin verse obligado a abandonar su orientación espiritual. ¡Cuán distinta es esta concepción de la cristiana! De acuerdo con el dogma cristiano, la humanidad se tambalea bajo el peso de un pecado original cometido por Adán y Eva, y en consecuencia se considera a toda la vida humana, al menos en la teoria dogmática, como un oscuro valle de lágrimas. Es el campo de batalla de dos fuerzas opuestas: el Mal, representado por Satán, y el Bien, representado por Jesucristo.

Satán, haciendo uso de tentaciones corporales, trata de obstaculizar la marcha del alma humana hacia la luz eterna; y aunque el alma pertenece a Cristo, el cuerpo es el campo de acción de las influencias satánicas. Uno podría expresarlo de otra forma: el mundo de la Materia es esencialmente satánico, mientras que el mundo del Espíritu es divino y bueno. Todo lo que, en la naturaleza humana, es material, o “carnal”, como la teología cristiana prefiere llamarlo, es el resultado directo de la caída de Adán al sucumbir éste a las insinuaciones del infernal Príncipe de las Tinieblas y de la Materia. Por tanto, para alcanzar la salvación, el hombre debe apartar su corazón de este mundo de la carne para concentrarlo en el mundo espiritual futuro, en el que el “pecado original” es redimido por el sacrificio de Cristo en la cruz.

Aunque, en la práctica, este dogma no sea obedecido y nunca lo ha sido, la sola existencia de tal enseñanza tiende a producir un sentimiento permanente de mala conciencia en el hombre de inclinaciones religiosas, que se ve zarandeado entre la llamada perentoria a dejar el mundo y el impulso natural de su corazón a vivir y disfrutar de esta vida. La sola idea de la existencia de un pecado inevitable, por ser hereditario, y de su redención mística incomprensible para el intelecto medio a través del sufrimiento de Jesús en la cruz, erige una barrera entre el anhelo espiritual del hombre y sus legítimos deseos terrenales.

En el Islam no tenemos conocimiento de un “pecado original” y consideramos tal concepto como contrario a la idea de la justicia divina. Dios no hace responsable al hijo de las acciones de sus padres: ¿Cómo entonces, podría hacer a todas las innumerables generaciones de la humanidad, responsables de un pecado de desobediencia cometido por sus antepasados mas remotos? Sin duda es posible idear explicaciones filosóficas de tan extraña suposición, pero para el intelecto llano seguirá siendo tan artificial y tan poco satisfactoria como el mismo concepto de la Trinidad. Y así como no existe pecado hereditario, tampoco existe redención universal de la humanidad en las enseñanzas del Islam. La redención o la condenación son individuales. Cada musulmán se redime así mismo, ya que su corazón contiene todas las posibilidades de éxito o de fracaso espiritual. El Corán dice del hombre:

“En su favor contará el bien que haya hecho, y en su contra el mal que haya hecho.” (Surah 2:286).

Y en otro verso dice:

“Y del hombre no será sino aquello por lo que se esfuerza.” (Surah 53:39)

Si bien el Islam no comparte la deprimente visión de la vida expresada por la doctrina cristiana de Pablo, sí nos enseña a no dar a la vida terrenal el valor exagerado que le confiere la civilización occidental moderna. Mientras que la concepción cristiana presupone que la vida terrenal es un mal negocio, el Occidente moderno que no es identificable con el Cristianismo adora la vida de la misma forma que el glotón adora su comida: la devora pero no tiene respeto por ella. Por el contrario, el Islam contempla la vida con calma y respeto. No la adora, sino que la considera una etapa orgánica en nuestro camino hacia una existencia mas elevada. Pero precisamente porque es una etapa, y una etapa necesaria, el hombre no tiene derecho a despreciarla o ni siquiera a infravalorar su vida terrenal. Nuestro paso por este mundo es una parte necesaria y positiva del plan de Dios. La vida humana es, por lo tanto, de enorme valor; pero no debemos olvidar nunca que su valor es puramente instrumental. En el Islam no hay sitio para el optimismo materialista del occidente moderno que dice: “Mi reino es sólo de este mundo” ni tampoco para el desprecio a la vida del aforismo cristiano: “Mi reino no es de este mundo”. Islam toma la via de en medio. El Corán nos enseña a orar diciendo:

“iOh Señor nuestro!i Concédenos el bien en esta vida y el bien en la otra vida!” (Surah 2:201).

De esta forma, la plena valoración de este mundo y de lo que nos ofrece no es necesariamente un impedimento a nuestros esfuerzos espirituales. La prosperidad material es algo deseable, aunque no como objetivo en sí. El objetivo de todas nuestras actividades prácticas debería ser siempre la creación y el mantenimiento de aquellas condiciones personales y sociales que conduzcan al desarrollo de la fuerza moral en los seres humanos. De acuerdo con este principio, el Islam guía al hombre hacia una conciencia de responsabilidad moral en todo cuanto hace, ya sea grande o pequeño. El bienconocido mandato de los Evangelios: “Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” no tiene cabida en la estructura teológica del Islam porque, primero, todo se considera perteneciente a Dios y, segundo, porque el Islam no admite la existencia de un conflicto entre los requisitos morales y socioeconómicos de nuestra vida. En todos los casos no existe sino una alternativa: la alternativa entre el Bien y el Mal sin nada en medio, y de aquí surge la intensa insistencia en la acción como elemento indispensable de la moralidad.

Cada musulmán individual tiene que considerarse en cierta medida responsable de lo que está ocurriendo a su alrededor, y esforzarse por el establecimiento del Bien y la abolición del Mal, constantemente y en todas direcciones. Esta actitud es objeto de elogio en el verso coránico:

“Sóis la mejor comunidad que jamás haya surgido en la humanidad::ordenáis lo que está bien y prohibís lo que está mal.” (Surah 3:110).

Esta es la justificación moral del activismo agresivo del Islam: justificación de las primeras conquistas de los musulmanes y de su llamado “expansionismo”. El mundo del Islam fue a veces expansionista, si se insiste en usar este término; pero esta clase de activismo no provenía de un deseo de dominación; ni tenia que ver con un engrandecimiento económico o nacional, ni con una codicia por aumentar el bienestar de los musulmanes a costa de otras gentes; ni tampoco ha significado una coacción a los no creyentes para que se hagan musulmanes. Ha significado solamente, como significa hoy, la construcción de una estructura social para el mejor desarrollo espiritual posible del hombre. Porque, de acuerdo con las enseñanzas del Islam, el conocimiento moral obliga al hombre automáticamente a ser moralmente responsable. Un discernimiento meramente platónico entre el Bien y el Mal, sin el impulso a favorecer el Bien, el Mal es, en sí mismo, una grave inmoralidad, ya que la moralidad vive y muere con el empeño humano por establecer su dominio sobre la tierra.

Nota 1: Esta idea de “comprar” y “vender” en el sentido cultural, y del papel negativo del mundo musulmán actual en este respecto, fue recogida y desarrollada mas tarde por el eminente escritor argelino, el fallecido Malik bin Nabi, quien insistía en el hecho, señalado por primera vez en este libro, de que los musulmanes, una vez perdida su antigua creatividad, no sólo se han vuelto totalmente dependientes de las mercancías occidentales, sino que también se han convertido en meros “compradores” de tecnología y métodos de organización occidentales y de sus conceptos sociales y políticos , sin llegar a ser “vendedores”, es decir, sin a su vez transmitir a Occidente sus propios impulsos positivos.

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