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Por Roger Garaudy
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Texto extraído del libro de R. Garaudy ‘Los Mitos Fundacionales del Estado de Israel’
Título original: Roger Garaudy, Les Mythes fondateurs de la politique israélienne. 2a édicion: Samiszdat Roger Garaudy, Paris, 1996. No copyright. Reproduction libre. © Historia XXI Ap. C. 14.243 08080 – Barcelona 1a edición: Diciembre 1997 Traducción: José Luis Jérez Riesco. ISBN: B-84-923089-0-7 Depósito legal: B.48.721-97.
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El mito de los seis millones (El Holocausto)
Genocidio: destrucción metódica de un grupo étnico por exterminio de sus individuos.(Diccionario Larousse) A semejanza de la promesa divina contenida en la Biblia, el Genocidio es un elemento de justificación ideológica para la creación del Estado de Israel. (Tom Segev, Le Septième Million, Ed. Liana Levi, 1993. p. 588)
Tres términos se emplean frecuentemente para definir el trato que fue infligido a los judíos, por el nazismo: Genocidio, Holocausto, Shoah.
El término Genocidio, en un sentido preciso, por su propia etimología, significa exterminio de una raza. ¿Hubo, durante la guerra, un genocidio de judíos? El término genocidio, en todos los diccionarios, tiene un sentido concreto. La definición del Larousse por ejemplo (citada más arriba) no puede aplicarse al pie de la letra más que en el caso de la conquista de Canaán por Josué, donde se nos ha dicho que en cada ciudad conquistada: no quedó ningún superviviente.
La palabra fue empleada en Nuremberg de forma completamente errónea puesto que no se trataba del aniquilamiento de todo un pueblo, como fue el caso de los exterminios sagrados de los Amalecitas, de los Cananeos y de otros pueblos cuando el libro de Josué dice por ejemplo que en Eglón y en Hebrón: no quedó ningún superviviente o en Hagor: se pasaron a todos los seres humanos a cuchillo no dejaron vivo a ningún ser animado.
Por el contrario el judaísmo (su definición como raza pertenece al vocabulario hitleriano) ha conocido una expansión considerable en el mundo desde 1945.
Sin duda alguna los judíos fueron uno de los blancos preferidos de Hitler en razón de su teoría racista de la superioridad de la raza aria, y por la asimilación sistemática que hizo entre los judíos y el comunismo que era su principal enemigo (de ello dan testimonio las ejecuciones de millares de comunistas alemanes, y luego durante la guerra, su encarnizamiento contra los prisioneros eslavos). Creó el término judeo-bolchevique para definirlos a todos juntos.
Desde la creación de su partido nacionalsocialista resolvió en primer lugar extirpar el comunismo y expulsar a todos los judíos de Alemania y después de toda Europa cuando llegara a ser su amo. Y esto de la forma más inhumana: primero por la emigración, después por la expulsión, y, durante la Guerra, por el encarcelamiento en campos de concentración en la propia Alemania al principio. Después seguiría con la deportación, inicialmente a Madagascar, donde se constituiría un vasto ghetto de judíos europeos, y después hacia el Este a los territorios ocupados, sobre todo a Polonia, donde los eslavos, judíos y gitanos fueron diezmados, en primer lugar por los trabajos forzados al servicio de la producción de guerra, y después por las terribles epidemias de tifus de cuya magnitud dan testimonio la multiplicidad de hornos crematorios.
¿Cuál fue el balance atroz del ensañamiento hitleriano contra sus víctimas políticas o racistas?
La Segunda Guerra Mundial causó 50 millones de muertos de los que 17 millones eran soviéticos y 9 millones alemanes. Polonia, los demás países ocupados de Europa, y los millones de soldados de Africa o de Asia movilizados para esta Guerra que, como la Primera, había nacido por rivalidades occidentales, pagaron un pesado tributo de muertos.
La dominación hitleriana fue algo distinto de un vasto progrom en el que los judíos fueron, si no los únicos, al menos las principales víctimas, como una cierta propaganda quiera hacernos creer. Fue una catástrofe humana que, desgraciadamente, no tiene precedentes pues Hitler aplicó a los blancos lo que los colonialistas europeos, desde hacía cinco siglos, aplicaban a los hombres de color (20 millones de africanos fueron deportados a las Américas porque los negreros obtenían un esclavo por cada 10 muertos en la lucha por la captura. Esta trata costó a Africa de 100 a 200 millones de muertos), o lo que se hizo a los Indios de América, de los que 60 millones sobre 80 fueron aniquilados (también por trabajos forzados y por epidemias más que por las armas).
El mito era ventajoso para todos: hablar del mayor genocidio de la historia era para los colonialistas occidentales intentar olvidar sus propios crímenes, la diezma de los Indios de América y la trata de esclavos africanos, para Stalin, borrar sus represiones salvajes.
Para los dirigentes anglo-americanos era diluir la matanza de Dresde del 13 de febrero de 1945, que hizo perecer en las llamas causadas por las bombas de fósforo, en pocas horas, a 200.000 civiles y sin justificación militar, puesto que el ejército alemán se batía en retirada en todo el Frente del Este ante la ofensiva terrorífica de los soviéticos que en enero se encontraban ya en el Oder.
Más aún para los Estados Unidos, que lanzaron sobre Hiroshima y Nagasaki bombas atómicas causando más de 200.000 muertos y cerca de 150.000 heridos condenados a un problema mayor o menor de larga duración.
Los objetivos no eran militares sino políticos. Churchill escribía, en 1948, en su libro La Deuxième Guerre mondiale: sería falso suponer que la suerte de Japón se decidió por la bomba atómica.
El almirante americano William A. Leahy en su libro I was there (Yo estuve allí) confirma: En mi opinión el empleo de esta brutal arma en Hiroshima y Nagasaki no fue de gran ayuda en la guerra contra Japón.
En efecto, el Emperador de Japón Hirohito ya había iniciado la negociación para la rendición de su país, desde el 21 de mayo de 1945 a través de la Unión Soviética (que aún no se encontraba en guerra contra Japón), por mediación de su Ministro de Asuntos Exteriores y el Embajador soviético Malik. El Príncipe Konoye fue invitado a desplazarse a Moscú para negociar directamente con Molotov.
En Washington se conocían perfectamente las intenciones japonesas: Malik informaba de la correspondencia entre el Ministro de Asuntos Exteriores y su corresponsal en Moscú.
El objetivo perseguido no era por tanto militar sino político, como lo reconoce el Ministro americano del Aire, Finletter, al explicar que el empleo de las bombas atómicas tenía por finalidad poner a Japón Knock-out antes de la entrada de Rusia en guerra.
El almirante americano Leahy concluye (op. cit.): Al emplear las primeras bombas atómicas, nos pusimos al nivel moral de los bárbaros de la Edad Media esta arma nueva y terrorífica, que se utilizó en una guerra no civilizada, es una barbarie moderna, indigna de cristianos.
De esta forma todos estos dirigentes, a los que un verdadero Tribunal Internacional formado por países neutrales hubiera colocado en el banquillo de los criminales de guerra junto a Goering y su banda, descubrieron en las cámaras de gas, los genocidios y los holocaustos, una coartada inesperada para justificar, sino para borrar, sus propios crímenes contra la humanidad.
El historiador americano W. F. Albright, que fue Director de la American School of Oriental Research escribió en su mayor libro de síntesis De l’âge de pierre à la chrétienté. Le monothéisme et son évolution, tras justificar los exterminios sagrados de Josué en su invasión de Canaán, escribe: Nosotros, americanos no tenemos quizá derecho a juzgar a los Israelitas puesto que hemos exterminado a millares de indios en todos los rincones de nuestro gran país y hemos reunido a los que quedaron en grandes campos de concentración.
El término holocausto, aplicado al mismo drama desde los años setenta a partir del libro de Elie Wiesel: La Nuit (1958) y popularizado por el título de la película Holocausto, señala aún mejor la voluntad de hacer del crimen cometido contra los judíos un acontecimiento excepcional sin comparación posible con las matanzas de otras víctimas del nazismo, ni incluso con ningún otro crimen de la Historia, pues sus sufrimientos y sus muertes tenían de esta forma un carácter sagrado. El Larousse Universel  define así el holocausto: sacrificio utilizado por los judíos, y en el cual la víctima era completamente consumida por el fuego.
El martirio de los judíos se convirtió así en algo no comparable a cualquier otro sacrificio y lo más cercano a la Crucifixión de Jesús en la teología cristiana, inaugurando así una nueva época. Lo que permitió decir a un rabino: La creación del Estado de Israel fue la respuesta de Dios al Holocausto.
Para justificar el carácter sacral del Holocausto era necesario que hubiera habido un exterminio total, era necesario para ello que se contemplara una solución final del problema judío que fue el exterminio.
Ahora bien no se ha encontrado ningun texto que atestigue que la solución final del problema judío era, para los nazis, el exterminio.
El antisemitismo de Hitler esta vinculado, desde sus primeros discursos a la lucha contra el bolchevismo (emplea constantemente la expresión judeobolchevismo); los primeros campos de concentración que mandó construir estuvieron destinados a los comunistas alemanes y en ellos perecieron algunos miles, incluido su jefe Thaelman.
En cuanto a los judíos fueron imputados por él con las acusaciones más contradictorias: primeramente, eran decía los actores más activos de la revolución bolchevique (Trotski, Zinoviev, Kamenev, etc.); simultáneamente eran, según él, los capitalistas más explotadores del pueblo alemán.
Así pues era importante, después de haber liquidado al movimiento comunista, y preparado la expansión de Alemania hacia el Este, a la manera de los caballeros teutónicos, aplastar a la Unión Soviética, lo que fue, desde el principio hasta el final de su carrera, su preocupación central, obsesiva, y que se manifestó durante el período de su poder, en la ferocidad con los prisioneros eslavos (polacos y rusos). Creó también, durante la guerra contra la URSS, los Einsatzgruppen, es decir unidades encargadas de luchar especialmente contra la guerra de los partisanos soviéticos y eliminar a sus comisarios políticos, incluso cuando habían sido hechos prisioneros. Entre estos muchos judíos, heroicos, como sus camaradas eslavos, fueron masacrados.
Lo que demuestra las limitaciones de la propaganda sobre el antisemitismo soviético. No se puede pretender a la vez que los soviéticos separaran a los judíos de puestos importantes y afirmar al mismo tiempo que los judíos constituían la mayor parte de los comisarios políticos de los partisanos a quienes los Einsatzgruppen tenían la misión de abatir. Es difícil imaginarse una realidad semejante: que la dirección de los partisanos tras las líneas enemigas (donde la deserción y la colaboración eran lo más fácil) fuera confiada a los judíos si hubiera existido alguna desconfianza.
Cuando Hitler fuera el amo del continente, quería llevar a cabo una de las ideas más monstruosas de los nazis respecto a los judíos, vaciar Alemania y después Europa de ellos (judenrein).
Hitler procedió por etapas:
* la primera fue organizar su emigración en condiciones que le permitieran expoliar a los más ricos (ya vimos como los dirigentes sionistas de la Haavara colaboraron con eficacia en esta empresa, prometiendo, a cambio, romper el boycot de la Alemania hitleriana y no participar en el movimiento antifascista).
* la segunda etapa fue la expulsión pura y simple, cumpliendo el propósito de enviarles a todos a un ghetto mundial. Concretamente y tras la capitulación de Francia, a la isla de Madagascar, que pasaría a estar bajo control alemán, después que Francia indemnizara a los antiguos residentes franceses. El proyecto fue abandonado, no tanto por el hecho de las reticencias francesas, como en razón de la importancia del tonelaje de barcos necesario para llevar a cabo la operación que, en tiempo de guerra, Alemania no podía dedicar a esta tarea.
* la ocupación hitleriana del Este de Europa, y en especial Polonia, hizo posible lograr la solución final: vaciar Europa de judíos deportándoles en masa a estos campos exteriores. Fue aquí donde sufrieron los peores padecimientos, no sólo como todas las poblaciones civiles en tiempos de guerra, los bombardeos aéreos, el hambre y las privaciones de toda clase, las marchas forzadas, mortales para los más débiles, al evacuar los centros, sino también los trabajos forzados en las condiciones más inhumanas para contribuir al esfuerzo de guerra alemán. Auschwitz-Birkenau era, por ejemplo, el centro más activo de las industrias químicas de la I. G. Farben. Finalmente las epidemias, y en concreto el tifus, hicieron espantosos estragos en una población subalimentada y reducida al agotamiento.
¿Es necesario acudir a otros métodos para explicar la terrible mortalidad que sacudió a las víctimas de tales tratos, y a exagerar desmesuradamente las cifras, con el riesgo de verse posteriormente forazados a revisarlos a la baja? con ejemplos tan embarazosos como los citados en páginas anteriores o la del velódromo de Invierno de París que indicaba que el número de judíos que allí fueron encerrados era de 8.160 y no de 30.000 como indicaba la placa inicial, que ha sido ya retirada.
No se trata de establecer una contabilidad macabra.
El asesinato de un solo inocente, sea judío o no lo sea, constituye ya un crimen contra la humanidad. Pero si el número de víctimas no tiene, a este respecto, ninguna importancia, ¿por qué aumentarla, desde hace más de medio siglo hasta la cifra fatídica de los 6 millones? Por el contrario no tiene el mismo trato de intocable el número de víctimas no judías de Katyn, de Dresde o de Hiroshima y de Nagasaki, para las que nunca ha existido un número aúreo, contrariamente a lo sucedido con la cifra de los 6 millones que ha sido sacralizada, aunque haya sido preciso constantemente revisar a la baja este número de víctimas de una sola categoría, cuyos injustos padecimientos no se cuestionan.
Unicamente tomando como referencia el campo de Auschwitz-Birkenau:
8 millones según los Documents pour servir l’histoire de la guerre. Camps de concentration.
4 millones después del informe soviético al que el Tribunal de Nuremberg otorgó valor de prueba auténtica en virtud del artículo 21 de sus Estatutos que estipulaban que: los documentos e informes oficiales de las comisiones de investigación de los Gobiernos aliados tienen el valor de pruebas auténticas. Este mismo artículo 21 proclama: Este Tribunal no exigirá prueba alguna en hechos de notoriedad pública. Se les tendrá por acaecidos.
2 millones según el historiador León Poliakov en su Bréviaire de la haine, Calmann Lévy, 1974, p. 498.
1.250.000 , según el historiador Raul Hilberg en La Destruction des juifs d’Europe.
Ahora bien he aquí que en el transcurso de las profundas investigaciones históricas, hechas por sabios de todas las procedencias bajo la presión de los críticos revisionistas, el Director de Instituto de historia del tiempo presente en el CNRS, el Sr. François Bédarida, resume sus trabajos en un artículo aparecido en LeMonde y titulado: La evaluación de las víctimas de Auschwitz:
La memoria colectiva ha tomado la cifra de cuatro millones -la misma que figura en el informe soviético; la que hasta ahora figuraba en Auschwitz en el monumento erigido a la memoria de las víctimas del nazismo sin embargo en Jerusalén en el museo de Yad Vashem se indica un total muy por encima de la realidad.
Por consiguiente, desde el final de la Guerra, la memoria sabia se puso a trabajar. De estas investigaciones pacientes y minuciosas, resulta que la cifra de los cuatro millones no se basa en ninguna base seria, ni puede ser mantenida.
El Tribunal, en resumidas cuentas, se apoyó en una afirmación de Eichmann, que sostenía que la política de exterminio había causado la muerte a seis millones de judíos, de los que cuatro millones lo fueron en los campos de concentración. Si ahora tenemos en cuenta trabajos más recientes de investigación y estadísticas más fiables como es el caso de la obra de Raul Hilberg, La Destruction des juifs d’Europe, se llega a la conclusión de que la cifra aproximada es de un millón de muertos en Auschwitz. Un total corroborado por el conjunto de especialistas, que hoy se han puesto ya de acuerdo en que el número de victimas oscila entre las 950.000 como mínimo y 1.200.000 como máximo.
No se puede continuar, tras haber reducido oficialmente el número de víctimas de Auschwitz-Birkenau, de 4 millones a 1, seguir repitiendo la cifra global: 6 millones de judíos exterminados, según esta extraña aritmética: 6 3 = 6.
Esta importante rebaja afecta sólo al campo de Auschwitz. Una demostración del mismo género se podría efectuar para los demás campos.
Por ejemplo, ¿Cuántos muertos hubo en Majdanek?:
1.500.000 según Lucy Dawidowicz.
300.000 según Lea Rosch y Eberhard Jaeckel.
50.000 según Raul Hilberg.
Modificando los datos se sirve a la propaganda de los neo-nazis alemanes (o en Francia a un determinado partido de extrema derecha) que utilizan estos argumentos para decir cosas como éstas: Si habéis mentido sobre este problema del número de victimas ¿por qué no habíais de exagerar sobre los crímenes de Hitler?
No se combate la minimización criminal del horror nazi mediante mentiras piadosas, sino por la verdad que es la mejor acusadora de la barbarie.
Las mismas tergiversaciones inquietantes sobre los medios del asesinato de los judíos pueden engendrar igualmente la duda:
El New York Times del 3 de junio de 1942 habla de un edificio de ejecución donde se fusilaba a 1.000 judíos diarios.
El 7 de febrero de 1943, el mismo periódico habla de estaciones de envenenamiento de sangre en la Polonia ocupada.
En diciembre de 1945, en su libro Der letze Jude aus Polen, Europa-Verlag, Zurich, Nueva York, p. 290 y siguientes, Stefan Szende hace entrar a los judíos en una inmensa piscina por la que pasaba corriente de alta tensión para ejecutarlos. Concluye: El problema de la ejecución de millones de hombres estaba resuelto.
El documento de Nuremberg del 14 de diciembre de 1945 indica, en el atestado, que las víctimas eran escaldadas en cámaras de vapor hirviendo.
* Dos meses y medio más tarde (en febrero de 1946) el mismo Tribunal sustituye las cámaras de vapor de agua hirviendo por las cámaras de gas. En 1946 Simon Wiesenthal añade una variante a las cámaras de ejecución: tenían canalizaciones para recoger la grasa de los judíos asesinados para hacer con ella jabón. Cada pastilla de jabón llevaba la inscripción RJF (pura grasa judía). En 1958, en su libro La Nuit, no hace alusión alguna a las cámaras de gas, pero, en la traducción alemana (ediciones Ullstein)la palabra crematorio no fue traducida por krematorium, sino por cámara de gas.
Existieron otras versiones: como la de la muerte por la cal viva esparcida por los vagones, debida al polaco Jan Karski, autor del libro, Story of a secret State, Ed. The Riverside Press, Cambridge.
Pero las dos versiones más difundidas por la televisión, la prensa, los manuales escolares son la ejecución por el Zyklon B, y por otra parte, los camiones que mataban por una manipulación del gas que salía del tubo de escape de sus motores Diesel.
Lo menos que se puede decir en este caso para no dar pie a la propaganda de los admiradores de Hitler, es que es, al menos, sospechoso que no se haya ordenado ninguna prueba pericial, ni por el Tribunal de Nuremberg, ni por ningún otro Tribunal de los que hayan juzgado a los criminales de guerra, a fin de fijar definitivamente cuál fue el arma del crimen.
Otro ejemplo deplorable es el del campo de Dachau. La película que se proyectó durante el juicio de Nuremberg sobre las atrocidades nazis mostró una sola cámara de gas. Era la de Dachau. Fueron organizadas visitas turísticas y excursiones para los escolares en Dachau. Hoy un discreto letrero indica que nadie pudo ser gaseado allí debido a que la cámara de gas jamás fue terminada.
Al visitante o al peregrino se le indica que los gaseamientos tuvieron lugar en el Este, fuera del territorio que pertenecía a Alemania antes de la guerra.
Un comunicado de Martin Broszat, miembro del Instituto de Historia Contemporánea de Munich, publicado el 19 de agosto de 1960 en Die Zeit, reconocía en efecto: Ni en Dachau, ni en Bergen-Belsen, ni en Buchenwald los judíos u otros internos fueron gaseados el aniquilamiento masivo de judíos por gas comenzó en 1941-42 sobretodo en el territorio polaco ocupado (pero en ninguna parte del Antiguo Reich): en Auschwitz-Birkenau, en Sobibor, en Treblinka, Chelmno y Belzec.
Ahora bien hubo tantos testigos oculares de los gaseamientos en estos campos del Oeste como en los campos del Este.
Con ello no se dan más que argumentos a todos los que están deseando rehabilitar a Hitler y que se preguntan, por ejemplo, por qué se deben rechazar los relatos de los testigos oculares de los campos del Oeste y tenerse por ciertos los de los supervivientes de los campos del Este.
Es facilitarles argumentos para poner en duda la realidad indudable de las persecuciones, de los sufrimientos y de las muertes tanto de los judíos como de otros opositores al régimen nazi, como por ejemplo los comunistas alemanes que fueron las primeras víctimas, desde 1933, y para quienes fueron creados los primeros campos de concentración.
Además de los bombardeos que golpeaban indiscriminadamente a las poblaciones de los países en conflicto, los trabajos forzados, como el de los esclavos, las deportaciones constantes en condiciones inhumanas que dejaban a miles de cadáveres sobre las carreteras, la subalimentación más bárbara, las devastadoras epidemias de tifus, entre tanta tragedia ¿Es necesario, pues, para mantener a toda costa el carácter de excepcionalidad del Holocausto agitar los espectros de las cámaras de gas?
En 1980, por vez primera, el carácter excepcional de la matanza de los judíos fue puesto en tela de juicio por un célebre periodista, Boaz Evron:
Como si fuera la cosa más lógica, a cada huésped de honor se le lleva en una visita obligada a Yad Vashem () para hacerle comprender los sentimientos y la culpabilidad que de él se esperan.
Considerando que el mundo nos odia y nos persigue, nos creemos exentos de la necesidad de ser responsables de nuestros actos según su punto de vista. El aislamiento paranoico para informar al mundo de que sus leyes podían empujar a ciertos judíos a considerar a los no-judíos como sub-hombres, rivaliza de esta manera con el racismo de los nazis. Evron pone en guardia contra la tendencia a confundir la hostilidad de los árabes con el antisemitismo nazi : No se puede separar a la clase dirigente de un país de su propaganda política, pues ésta se presenta como una parte de su realidad. De esta forma, los gobiernos actúan en un mundo poblado de mitos y de monstruos que ellos mismos han creado.
Aunque existe en la creencia de millones de personas cuya buena fe es indiscutible, la confusión entre horno crematorio y cámara de gas, la existencia, en los campos de concentración hitlerianos de un número importante de hornos crematorios para intentar erradicar el contagio de las epidemias de tifus, no es un argumento suficiente. Existen hornos crematorios en todas las grandes ciudades, en París (en el cementerio del Père-Lachaise), en Londres y en todas las capitales importantes, y estas incineraciones no significan evidentemente una voluntad de exterminar a las poblaciones.
La puesta en escena del Museo de Dachau permitió engañar, no sólo a miles de niños a los que llevaron allí para enseñarles el dogma del holocausto, sino también a los adultos, como es el caso del Padre Morelli, dominico, que escribió en Terre de détresse: fijé mis ojos llenos de emoción sobre la siniestra ventanilla donde los verdugos nazis podían de forma similar ver retorcerse a los miserables gaseados.
No sólo fueron los antiguos deportados de Buchenwald o de Dachau los que se dejaron sugestionar por la leyenda tan cuidadosamente urdida. Un gran historiador francés, Michel de Boüard, Decano honorario de la Facultad de Caen, miembro del Instituto y antiguo deportado de Mauthausen, declaraba en 1986:
En la monografía sobre Mauthausen que realicé () en el 54, en dos ocasiones hablo de las cámaras de gas. El tiempo de reflexión transcurrido, me hacía repetir: ¿dónde he adquirido la convicción de que funcionaban cámaras de gas en Mauthausen? No fue durante mi estancia en el campo, puesto que ni yo ni nadie suponía que podía haberlas; es por tanto un bagaje que recibí después de la guerra, como algo admitido. Después señalé que en mi texto entonces basaba la mayor parte de mis afirmaciones en referencias no había nada relativo a las cámaras de gas.
Jean Gabriel Cohn-Bendit escribía: Luchemos pa ra que se destruyan las cámaras de gas que se enseñan a los turistas en los campos de concentración donde ahora se ha sabido que no las había en absoluto, bajo pena de que se nos vuelva a hacer creer más de lo que nosotros estamos seguros.
En la película que se proyectó en Nuremberg al Tribunal y a todos los acusados, la única cámara de gas que se presentó fue la de Dachau.
El 26 de agosto de 1960, el Sr. Broszat, en nombre del Instituto de Historia Contemporánea de Munich, de obediencia sionista, escribía en el Die Zeit: La cámara de gas de Dachau nunca fue terminada y jamás funcionó.
Desde el verano de 1973, un cartel, frente a las duchas, explica que: esta cámara de gas, camuflada como cuarto de duchas, no fue nunca puesta en servicio, añadiendo que los prisioneros condenados al gaseamiento fueron transportados al Este.
Pero la cámara de gas de Dachau fue la única que se presentó en fotografía a los acusados de Nuremberg, como uno de los lugares de exterminio masivo, y los acusados se lo creyeron, con excepción de Goering y de Streicher.