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jueves, 31 de julio de 2014

La cosmología original de la Ismailiyya

La cosmología original de la Ismailiyya


La visión cosmogónica descrita por los primeros ismailíes


31/07/2014 - Autor: Yibril ibn al-Waqt - Fuente: Webislam



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El cosmos ismailí

El pensamiento proto-ismailí datado desde el siglo II de la hégira lunar (siglo VIII de nuestra era), fue elaborado por los primeros discípulos y seguidores del Imam Ismâ'il ibn Ya'far, quienes se reunían en torno al círculo del Imam Ya'far al-Sâdiq. Ello refleja la estructura básica primordial de un sistema de reflexión religioso-cosmológica con carácter fuertemente gnóstico, en la cual se enmarcan fehacientemente dos principios fundamentales en la concepción ismailí que son la cosmogonía y la historia sagrada.

El tratado más antiguo del ismailismo es el Umm al-Kitâb (arquetipo del libro), preservada actualmente por los ismailíes Nizârî Mu'minshâhî, comunidad genuina que se encuentra en el Gorno-Badajshan, en las montañas del Pamir entre Tayikistán y Afganistán. El texto refleja fielmente la idea de la convicción de que a cada realidad zâhir (exterior, exotérica), corresponde una realidad bâtin (interior, esotérico). Esta distinción entre los aspectos zâhir y bâtin está enfocada principalmente en las sagradas escrituras y en las leyes religiosas de los Ahl al-Kitâb (la Gente del Libro). En consecuencia, el zâhir consiste en lo aparente y literal, generalmente aceptado por el significado de las escrituras reveladas y sus leyes establecidas, que cambia con cada Profeta, es decir, que las leyes religiosas enunciadas por los Profetas se sometieron a cambios periódicos, y que tuvieron que ser distinguidos de su significado interior y oculto. Así mismo, el bâtin consiste en las haqâ'iq (verdades espirituales) ocultas en las escrituras reveladas y en las leyes decretadas que permanecen inmutables y eternas, y se hacen evidentes en éstas a través de la explicación del ta'wîl (exégesis, interpretación esotérica), que es a menudo basado en el significado místico de las letras y los números, adscritas a la ciencia del Kitâb al-Yafr (libro escrito por el Imam 'Alî ibn Abî Tâlib, de exégesis predictiva de los valores numéricos de las consonantes iniciales que forman los primeros versículos de veintinueve suras coránicas).

Estas verdades eternas de la religión islámica, pudieron explicarse sólo para aquellos que se habían iniciado en la da'wa (convocatoria) ismailí y que reconocían la autoridad de la enseñanza del Profeta Muhammad, del Imam 'Alî y la de los Imames de Ahlul-Bayt, legítimos sucesores del linaje original, como las fuentes únicas del ta'wîl en la era islámica. De este modo, los ismailíes llegaron a ser considerados por el resto de la comunidad musulmana como los más representativos de la proposición shií del esoterismo por excelencia en el Islam.

Ahora bien, la doctrina gnóstica-cosmológica de los primeros ismailíes puede ser reconstruido a partir de la evidencia fragmentaria conservada en los textos ismailíes tardíos, la cual nos dice, que en el origen de los orígenes, el mubdi' (principio arcano) instaura una luz de la cual proceden tres kalimat (verbos, palabras), designados como irâdah (voluntad), amr (imperativo interior) y qawl (imperativo proferido), es decir, desde el inicio del misterio de los misterios, la Creación es la voluntad de un imperativo que profiere el verbo. El qawl que recapitula la triada, es el verbo creador, es decir, la mashî'a (vocación, intención) del ser puesto en el imperativo kun (esto). Dicho de otro modo, en el principio se crea primero el nûr (luz), a través de su irâdah y mashî'a, la cual es dirigida con el imperativo coránico creativo de Kun Fayakun (sé y ello es). La grafía árabe de este imperativo esencial evidencia las siete letras, que son las siete letras fuentes, la primera manifestación de la ley del septenario o de la héptada.

De estas siete letras proceden los siete elementos primigenios: Del primer instaurado, nûr, es creado el espacio; de los tres kalimat son respectivamente creados, el agua, la tiniebla y la luz visible, es decir, la luz de los cielos y la tierra; y de esta segunda triada proceden respectivamente, el humo o vapor cósmico, el limo o barro, y el fuego. Siete fuentes están así en el origen de la Creación primordial, los primeros efectos de esta ley del septenario se manifiesta en los siete cielos creados del principio-vapor, y en las siete tierras creadas del principio-limo, como siete ramificaciones que derivan de las siete fuentes.

Por otro lado, los nombres que designan las tres kalimat totalizan en su grafía árabe, doce letras, que es la primera manifestación de la dodécada. Sus signos en el cielo son los doce signos del zodiaco, y sus signos sobre la tierra son las doce yaza'ir (regiones). Cielos y tierra no era más que un bloque soldado por las tinieblas. El Principio Divino separa la luz y las tinieblas; hubo noche y hubo día, corroborando a su vez la ley del septenario, los siete días y las siete noches de la hebdómada (siete años) y la ley de la dodécada, las doce horas del día y las doce horas de la noche que forman el nictémero (un día).

Sin embargo, todos los elementos que proceden de las siete fuentes originales han sido dispuestas por diadas, y ahí mismo se perfila el misterio del nacimiento eterno del dîn (recompensa, religión) que es gnosis. Pues entre todos los pares de la héptada primordial, que son otros tantos aspectos manifestados de su imperativo kun, el Principio Divino elige una para sí misma, sacado de la quinta esencia de su voluntad profunda y del secreto de sus misterios, un par respecto al cual todos los demás son otros tantos símbolos. Es el par formado por el conocimiento y la luz, y esto es el dîn, la recompensa o religión absoluta en el sentido ismailí, consistente en el término kun, en donde sus letras kâf y nûn que a través de su duplicación, el nombre adquiere su forma femenina kûnî. En el imperativo Divino, el kûnî es creado a partir de su luz qadar (decreto), su visir y su asistente masculino, formando así los dos primeros aslan (principios) de la Creación. No obstante, estos principios están fuera de la heptada original; las letras consonantes de kûnî-qadar, también llamadas hurûf al-'ulwîyya (letras superiores) son todas las letras y los nombres que emergieron, y con los nombres aparecieron simultáneamente los mismos entes que simbolizaban. A través de kûnî, el Principio Divino produjo todos los kawwana (elementos) y por medio del qadar los determina.

Kûnî y qadar son también llamados como el sâbiq (antecedente) y el tâlî (precedente) y a menudo son identificados con los términos coránicos de qalam (pluma) y lawh (tabla). Juntos sus nombres en grafía árabe componen siete letras superiores, que son los arquetipos de los siete Profetas nâtiq (enunciador) y sus mensajes revelados. De kûnî se creó los siete karûbîyya (querubines o arcángeles) con nombres esotéricos fuera de su luz, y de qadar se creó y se nombró a los doce rûhânîyya (seres espirituales) intermediarios entre qadar y kûnî, que sin embargo, no fue disminuida por su Creación.

A partir de los dos primeros principios, kûnî-qadar, proceden los tres primeros de los rûhânîyya: Yadd, Fath y Jayâl, identificados con los tres ángeles Yibrîl (Gabriel), Mikâil (Miguel) e Isrâfil (Rafael), que asumen un papel primordial y son descritos como parte de una péntada junto con el kûnî y el qadar, que median entre el mundo espiritual y el mundo sensible.

El mundo material y sensible fue producido por kûnî a través de la Creación inicial del aire y el agua, lo que en lenguaje esotérico, son nombrados respectivamente como el 'arsh (trono) y el kursî (escaño). Las siete esferas y los siete mares de la Creación corresponden a los siete karûbîyya y los doce signos del zodiaco pertenecen a los doce rûhânîyya. Así tenemos la formación de la héptada y la dodécada terrenal.

No obstante, antes de la creación de qadar, kûnî por un momento no vio a ningún otro ser fuera de sí misma y orgullosamente pensó que estaba sola. Inmediatamente seis hudûd (rangos espirituales) emanaron de ella a través del Principio Divino, con el fin de enseñarle que había un Único omnipotente por encima de ella, sin el cual no tendría poder. Tres de estos rangos están por encima de kûnî y tres debajo de ella. Entonces kûnî reconoció a su Principio, testimoniando Lâ ilâha illâ Allâh.

Considerando esto en términos gnósticos, kûnî aparece como el Alma universal, principio activo del mundo y qadar es identificado expresamente como el Âdam al-Samâ'î (Adán celestial). Luego, además de la creación, kûnî ordenó a los karûbîyya, rûhânîyya y hudûd a postrarse ante qadar, al cual deseaban entregar el mandato. Todos obedecieron excepto Iblîs, el primero de los rangos inferiores, quien fue por lo tanto expulsado de los rangos y maldecido. Este evento en el mundo superior fue duplicado en el mundo inferior, de cómo Iblîs, de acuerdo con el Sagrado Corán, se negó a postrarse ante el Âdam al-Millî (Adán de la comunidad religiosa), en señal no de adoración, sino de reconocimiento de su superioridad sobre vosotros: «Y recuerda cuando Nosotros dijimos a los ángeles ¡Prosternaos ante Adán! Y todos ellos se prosternaron excepto Iblîs, que se negó y se llenó de arrogancia, y fue de los que no creen» (Suratul-Baqara 2, ayat 34). Los cinco rangos restantes, quienes se sometieron a la obediencia de kûnî, fueron tawahhum, irâdah, mashî'a, bidâyya y martaba.

Esta doctrina cosmológica-cosmogónica ismailí, explica cómo la actividad creadora divina, a través del intermediario de kûnî y qadar, da a luz a los seres del mundo celestial y espiritual, y también representa la creación del mundo sublunar y terrenal que culmina en la génesis del hombre.

En cuanto a la historia sagrada o hierohistoria cíclica, el Creador instituyó sobre la tierra una élite espiritual de hombres que son los templos del verbo profético, los tesoros de su sabiduría y los hermeneutas de su revelación. Forman una jerarquía esotérica cuya estructura simboliza con la del universo; cada grado de su jerarquía es en efecto, lo esotérico de una forma exterior, algo que es simbolizado por un fenómeno visible que constituye su símbolo, en otras palabras, cada uno simboliza con lo otro. Decimos que en el origen de la héptada primordial se encuentran los siete karûbîyya, que son los arcángeles extasiados de amor que el Principio Divino ha creado en el pleroma celestial. Estos karûbîyya son las formas teofánicas de los siete nombres divinos que son llamados los siete Imames de los nombres y cuyas formas de manifestación arquetípica en este mundo fueron a su vez, por sus altos conocimientos, los siete grandes Profetas.

En primer lugar, decimos que está el nâtiq (enunciador), aquel que comunica lo exotérico de las revelaciones divinas. Cada uno de los grandes Profetas es designado como Imam-Nâtiq, que simboliza con el sol que es su forma exotérica. En segundo lugar, está aquel que es su bâb (umbral), su prueba, en el que está investido lo esotérico, designado como Imam-Wasî, Imam heredero de un Profeta, que es el asâs (fundamento) del imamato de su período, la luna es su manifestación exotérica y su símbolo. Por otro lado, están los dâ'îs (emisarios) que «convocan» y que tienen a las estrellas como elemento exotérico y simbólico. Así, los siete grandes Profetas simbolizan con los siete cielos, los siete Imames del período de cada gran Profeta simbolizan con las siete tierras. Conjuntamente a ellos están los doce nuqaba (guías espirituales), que acompañan a cada gran Profeta simbolizado con los doce signos del zodiaco y los doce huŷŷat (garantes) que responden para cada Imam, simbolizado con las doce yaza'ir (regiones).

De acuerdo a esta visión cíclica, los ismailíes sostienen que la historia religiosa de la humanidad progresó a través de siete dawr (eras, épocas) proféticas de diversa duración, cada una de ellas inaugurada por un Profeta-Nâtiq, llevando un mensaje revelado por lo Divino, el cual en su aspecto exotérico contiene una ley religiosa. Cada uno de los primeros seis grandes Profeta-Nâtiq, como: Âdam (Adán), Nûh (Noé), Ibrâhîm (Abraham), Mûsâ (Moisés), 'Îsâ (Jesús) y Muhammad, fueron a su vez sucedidos por un wasî (legatario espiritual), también llamado sâmit (silencioso) y más tarde asâs, que eran quienes revelaban a la élite, las verdades esotéricas contenidas en la dimensión bâtini del mensaje de la época. Cada wasî fue sucedido por siete Imames, quienes custodiaban el verdadero significado de las escrituras sagradas y las leyes en sus aspectos zâhir y bâtin. El séptimo Imam de cada era, se eleva en el rango y se convierte en el nâtiq de la siguiente era, abrogando la ley de la época anterior y enunciando una nueva. Este patrón sólo cambiaría en la séptima era final de la historia.

En la sexta era perteneciente al Islam, fue la época del Profeta Muhammad, quien era el nâtiq, a su vez el Imam 'Alî fue el wasî (el asâs), y Muhammad ibn Ismâ'il fue el séptimo Imam y el nâtiq de la séptima era escatológica, que retornaría como el Qâ'im (resurrector), el Mahdî (salvador), que abrogaría la ley del Islam y revelaría las verdades esotéricas de las revelaciones anteriores. Durante su ausencia, el Imam-Nâtiq Muhammad ibn Ismâ'il fue representado por doce huŷŷat que residieron en las doce yaza'ir de la tierra. Debajo del Imam y los huŷŷat hubo una jerarquía de dâ'îs que estaban encargados de la iniciación e instrucción de la da'wa de los discípulos que hacían un juramento de iniciación y mantenían su voto en secreto.

En conclusión, esta visión cíclica original de la historia religiosa proto-ismailí fue modificada después de la reforma doctrinal del Imam Muhammad 'Ubaydullâh al-Mahdî bil-lâh en el inicio de la dinastía del califato Fatimí. De este modo, la séptima era había perdido su apelación de Espera exterior y cronológica, y fue propuesta infinitamente en el devenir escatológico, y que más tarde con el advenimiento de la Qiyamat al-Qiyamat (la Gran Resurrección) del ismailismo Nizârî, es concebido la eternidad del Imam-Qâ'im en su forma interior e individual del creyente.



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