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martes, 28 de abril de 2015

El arte de entender el arte

La UNAM desarrolla un proyecto para saber cómo el cerebro actua ante las obras.

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¿Puede la belleza opacar el horror? Si partimos del concepto de belleza como una propiedad que puede llevarnos al deleite espiritual o emocional mediante la percepción visual humana, podemos citar al menos dos ejemplos al azar para una primera reflexión: Guernica (1937), cuadro en blanco y negro del célebre pintor Pablo Picasso, que alude a la guerra y la muerte genocida de civiles; y en otro extremo, Anna Akhmatova (1998) uno de los “cuadros fotográficos”,también en blanco y negro, de la serie “Love and Redemption”, de Joel Peter Witkin, una de sus literales naturalezas muertas en la que es imposible no mirar ese brazo cercenado y semicompleto al centro de la imagen, con la mano descansando sobre un reloj a punto de marcar las 12:00 horas, y colocada de tal forma que pareciera no estar inerte.
La posibilidad de que al menos una entre cientos de personas afirme que las anteriores son imágenes “bellas” a pesar del “horror”, existe. Pero ¿qué pasa en nuestro cerebro cuando estamos frente a una imagen así para considerarla de una u otra forma? En las últimas seis décadas se ha llevado a cabo una amplia investigación científica sobre cómo se percibe el mundo a través de la visión, desde sus aspectos físicos hasta la percepción de imágenes. Sin embargo, el cerebro aún mantiene en “secreto” muchos de sus mecanismos. En este caso, de lo que no hay duda es que las artes visuales conectan el cerebro del artista con el del espectador.
El conocimiento que empezamos a tener acerca del funcionamiento del cerebro y, en particular, de nuestro sistema visual nos ofrece una nueva perspectiva para entender el arte. Las ambiciosas neurociencias combinan múltiples disciplinas para comprender el sistema nervioso y todas sus funciones. Siendo el arte una creación del cerebro, debería ser posible usarlo para interpretar el arte. Sabemos que hay regiones en nuestro cerebro que responden a una pintura que consideramos bella, y hay respuestas de regiones ante una obra que consideramos fea”, expone el doctor Francisco Fernández de Miguel, integrante de la División de Neurociencias del Instituto de Fisiología Celular de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Fernández de Miguel también es director del Programa Arte y Cerebro, que nació en 2010 como parte de la planeación del Museo Tlatelolco, y abrió sus puertas al público en 2011 y cuya sede se encuentra en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco, que pertenece a la máxima casa de estudios.
Una de las vertientes de dicho proyecto —que puede considerarse pionero en el mundo en relación con obras de este tipo y un contexto museográfico—, se desarrolla in situ, con la participación de los visitantes al museo que abarca la historia prehispánica y colonial de la zona. Luego del recorrido por sus instalaciones, algunos voluntarios participan en una sesión de visualización de imágenes de arte prehispánico, donde se registra su actividad cerebral al responder lo que estas les provocan al verlas. Más tarde, esta información es analizada por un grupo interdisciplinario que incluye áreas como biología y psicología, además de la fisiología, y en el que previamente intervinieron las de diseño gráfico y artes visuales, así como ingeniería en computación.
Es así como los visitantes del recinto experimentan con las respuestas de su propio encéfalo ante el estímulo estético producido por pinturas prehispánicas, que nunca se habían utilizado para tal efecto. Entre ellas se encuentran el Mural de la Gran Diosa de Tetitla (Teotihuacán) y el Mural de la Batalla de Cacaxtla.
En síntesis, lo que sucede en estas sesiones es que el equipo registra la actividad eléctrica del cerebro mientras está recibiendo estímulos visuales relacionados con la pintura prehispánica.
El proceso
Mientras desarrolla una sesión, Ricardo Cruz, biólogo de la UNAM e integrante del equipo, explica cómo se coloca la gorra con los electrodos. Una vez puesta se limpian—con un poco de alcohol que se introduce con una jeringa— las regiones central, parietal, occipital y temporal de la cabeza, para evitar cualquier interferencia provocada por polvo, sudor, grasa, champú, maquillaje o gel.
Dentro del pequeño espacio físico destinado a este proyecto, se realiza el cuestionario para obtener datos sociodemográficos para la clasificación de la muestra de participantes, entre ellos: edad, escolaridad, género, si se cuenta con estudios de arte o no, si se han visitado museos anteriormente o no, si se ha consumido algún medicamento u otra sustancia, descanso o alguna deficiencia visual. Todo con la finalidad de detectar si hubiera algún factor fuera de lo ya registrado que tuviera una explicación fisiológica, social o alguna otra variable que obligara a eliminar la muestra. Ya sentado frente a una pantalla, el espectador debe realizar, en unos minutos, breves acciones como mover la cabeza, cerrar los ojos o levantar la mano para tener certeza del registro de actividad cerebral; luego comienza a ver imágenes de prueba con el fin de entender cuál es el procedimiento para oprimir los botones relacionados con las opciones de calificativos que se le dan respecto de cada imagen: cálida, fría, violenta, bella, entre otras. Algunas de las imágenes se reproducen de forma idéntica y otras se han manipulado digitalmente o se han puesto en contraste de blanco y negro, para registrar los efectos de cada cambio.

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El tiempo que le toma a un visitante participar en el proyecto oscila entre 20 y 30 minutos. Al finalizar puede llevarse el resultado de su actividad cerebral en una copia impresa del registro encefalográfico.
Uno de los aspectos interesantes en los resultados que vamos analizando es que, al parecer, las culturas prehispánicas hicieron el descubrimiento empírico de los colores a los que las neuronas en la corteza visual responden de manera positiva, y por lo que para el espectador puede resultar bella una imagen a partir de esa primera impresión, como sucede con el Mural de Cacaxtla, donde la mayor respuesta es esa, a pesar de que en él aparecen escenas sangrientas y violentas”, resalta Cruz.
El cerebro responde a ese principio independientemente de factores socioeconómicos como haber estudiado arte o no, por ejemplo. Se trata de un primer resultado que todavía está en proceso de evaluación e interpretación dentro del proyecto, que incluye el aspecto psicológico, añade el biólogo.

La interpretación
El objetivo primordial del Programa Arte y Cerebro es profundizar en el conocimiento acerca de cómo la composición de la forma y del color afectan nuestra percepción y las emociones que nos producen: ¿cómo entender el arte a partir de la actividad de nuestro cerebro y, en particular, de nuestro sistema visual? ¿Cómo comprender el funcionamiento de este órgano partiendo de una creación del cerebro mismo? Cuestionamientos que ya han obsesionado antes a otros científicos, como en el caso del inglés Semir Zeki, autor del libro Visión interior. Una investigación sobre el arte y el cerebro, y director del Instituto de Neuroestética del University College de Londres, Inglaterra, a quien se le atribuye en gran parte la obra fundacional de lo que se conoce como neuroestética, la cual busca establecer las bases biológicas y neurobiológicas de la experiencia estética.
Suponemos que los artistas visuales se están comunicando con nosotros a partir de la experimentación empírica, utilizando como punto de partida la fisiología del sistema visual, ya conocido bastante bien hoy en día —incluso dio lugar a un Premio Nobel de Fisiología en 1981 para David Hubel y Nils Wiesel—”, explica a Quo el doctor Fernández de Miguel, desde la Universidad de Berkeley.
Las pinturas prehispánicas son extraordinarias para este proyecto, destaca el fisiólogo, porque están estructuradas de una manera muy similar a como responden las neuronas de nuestro sistema visual, en relación con los colores utilizados en ellas.
En el sistema visual, la información que llega a la luz se codifica a partir de tres colores primarios: el azul, el verde y el rojo o RGB, como lo llaman los ingenieros en el caso de los monitores de computadoras y televisores, y son los mismos colores a los que responden las células visuales en la retina, indica. Pero cuando la información sale de la retina y viaja hacia el cerebro, a la corteza visual, las células ya no responden a un solo color, sino a contrastes: algunas neuronas responden a oposiciones entre azul y amarillo, y otras combinaciones de contrastes de dichos colores. Es decir, lo predominante en nuestro sistema visual es la respuesta hacia los contrastes.
El descubrimiento empírico de los oponentes cromáticos, que es como se conocen estos contrastes, se le atribuyen históricamente a Leonardo da Vinci, quien los utilizó en sus pinturas entre los siglos XV y XVI, pero cuando uno ve los murales de Cacaxtla o Tetitla, por ejemplo  (también sucede con murales en Oaxaca o Veracruz, en la zona maya) se advierte que están hechos con los mismos principios fundamentales.
Entonces lo que se le atribuye a Da Vinci para el Renacimiento resulta que 600 o 700 años atrás se hacía en Mesoamérica, lo cual da la impresión de que los artistas prehispánicos ya tenían muchos conocimientos básicos acerca de lo que es la percepción, y eso resulta muy interesante para nosotros. Así que estos murales, al tener estos principios y estar hechos en dos dimensiones, nos dan la posibilidad de estudiar cómo los contrastes cromáticos están influyendo en nuestra percepción”, señala Fernández de Miguel.
Aunque esta es una hipótesis destacada del Proyecto Arte y Cerebro, el equipo interdicisciplinario aclara que se encuentran en su primera fase de trabajo, por lo que los resultados aún son preliminares y falta camino que recorrer para la interpretación, pero a este planteamiento también se suman cuestionamientos justamente sobre los conceptos de violencia y belleza a partir de la percepción visual y la respuesta en el cerebro. Ejemplo de ello es también el Mural de Cacaxtla que, a diferencia de cuando lo ve en color con predominancia de azules, al mirarlo segmentado el espectador percibe mucha violencia.
Así surge otra pregunta: ¿en qué momento la violencia se transforma en belleza, cuál es el factor de transferencia y cómo predominan los contrastes cromáticos? Estos registros nos hablan acerca de qué regiones del cerebro están respondiendo a las imágenes y cómo podemos relacionar las zonas que están haciéndolo con la percepción visual y emocional de la gente”, dice Fernández de Miguel.
Ya se encuentra en marcha el proceso de análisis encefalográfico por parte de ingenieros en cómputo de estos y otros elementos de información obtenida en el Programa Arte y Cerebro, con los cuales se crearán sistemas de análisis de las señales de 19 áreas del cerebro. Los resultados podrían aportar mayor conocimiento sobre los enigmas del cerebro frente al arte y convertirse en un aporte universal para la investigación científica.
*Este reportaje fue publicado en el número espcial del cerebro de Revista QUO.
 

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