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martes, 28 de abril de 2015

El Estado Islámico y la reinvención del califato

El Estado Islámico y la reinvención del califato

DAVID ALVARADO |  EL UNIVERSAL
domingo 19 de abril de 2015  12:00 AM
En junio de 2014, durante el primer día del mes sagrado de los musulmanes, el ramadán, Abu Bakr al Baghdadi se proclamó ante el mundo califa del Estado Islámico (EI), también conocido por su acrónimo en lengua árabe, Daesh. Y como tal, ya desde su primera aparición pública en la ciudad iraquí de Mosul, apenas un mes después, al Baghdadi apeló a los musulmanes a seguir sus postulados, a obedecerle, sin más. La pretendida entidad política del EI que es, ante todo, una máquina de guerra, se abrogaba el liderazgo religioso y espiritual de la umma, la comunidad de fieles musulmanes, a través de la recuperación de la tan simbólica institución del califato, extinta desde 1924 por obra y gracia de Mustafá Kemal. Fue Ataturk quien dio el golpe de gracia al imperio Otomano y, secularización y modernización mediante, a su dirigente político-religioso, el califa. Ahora, en pleno siglo XXI, la institución del califato irrumpe nuevamente como pretendida fuente de legitimidad del EI para apoyar sus oscuros designios de conquista y terror.

La muerte de Mahoma en el año 632 plantea de forma intempestiva el problema de la sucesión en el Islam. En ausencia de un heredero masculino que pudiera reclamar legítimamente esta responsabilidad, ni el Corán ni el profeta habían previsto una tal eventualidad y, por tanto, se habían precisado en modo alguno las condiciones para la cesión y transmisión del poder. El nacimiento de la religión mahometana, así como los cambios que implica en la organización de esta incipiente comunidad religiosa, habían profundamente alterado los sistemas social y político que estructuraban a las poblaciones de la Península Arábiga. Dentro de este particular contexto, las crónicas de la época aluden a tres días de arduas deliberaciones entre los compañeros del profeta, tras las cuales aquel quien había sido su más íntimo colaborador, aquel quien había sido designado por el propio Mahoma para dirigir el rezo cuando su estado de salud ya no se lo permitía, Abu Bakr, se impone como "califa", como "sucesor" (literalmente, en lengua árabe).

Noble de la tribu de los koraichitas a la que pertenecía el profeta, de quien era suegro, Abu Bakr extrae su legitimidad de la proximidad con Mahoma. Los exégetas oficialistas hacen hincapié en que la comunidad de fieles al completo le jura lealtad, como digno sucesor de Mahoma. Pero las querellas de sucesión existieron desde los comienzos del Islam. No sería exagerado afirmar que fueron estas mismas querellas las que condujeron, en parte, a la escisión entre sunitas y chiitas. Por otra parte, la designación de Abu Bakr sentó un perverso precedente, ya que instaura la primacía del tribalismo y nepotismo en el califato, un hecho que pervive. Ya sea el emir, el rey o el presidente de la República, los jefes de Estado musulmanes son demasiado proclives a imponer a los de su progenie como sucesores, en conformidad -dicen- con los preceptos islámicos. El califato nace, por tanto, para resolver un problema político concreto, el del vacío de poder tras la muerte del profeta. Estaba en juego era la continuidad del proyecto mahometano, del aún embrionario Islam, y de ahí la elección del "sucesor" en el entorno inmediato del profeta.

Llegado a Medina en el 622, Mahoma, mensajero de la revelación coránica, adquiere, por su sabiduría y carisma, una posición de arbitraje en el seno de las poblaciones recientemente islamizadas. Reúne en su persona el estatuto de jefe de Estado y jefe espiritual, funciones que adoptarán los sucesivos califas, quienes no heredarán, por cierto, la capacidad de introducir modificaciones en los dogmas religiosos, al considerarse que la "revelación" aportada por el profeta es total y completa. La cuestión del califato atraviesa la historia del pensamiento musulmán, ocupando un lugar central en los debates sobre la organización del poder islámico. En sus Prolegómenos, el historiador y sociólogo Ibn Jaldún (1332-1406) hace especial hincapié el doble rol, político y religioso, del califa en calidad de "sucesor" del profeta.

Sobre el plan religioso, el califa es el "guía supremo", encargado de proteger y difundir el mensaje divino, primer oficiante de la oración colectiva, guardián de la religión y de los santos lugares. Sobre el plan político, es el encargado de administrar el imperio y nombrar a sus subordinados y representantes en las diferentes provincias, responsable de impartir justicia y gestión del tesoro público, así como jefe supremo de las fuerzas armadas. Desde los orígenes de la institución, el califato no ha sido otra cosa que un ideal que se ha ido adaptando a diferentes momentos y realidades. La restitución del califato se ha producido en situaciones heterogéneas a lo largo de la historia. Fuente de todo poder legítimo en Islam como "sucesor" de Mahoma, en último término el califa representa al conjunto de la umma, de donde deriva la importancia de su simbolismo y, por ende, el interés del Estado Islámico en instrumentalizar su pretendida (re)institución.

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