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miércoles, 29 de abril de 2015

La musica en el Islam (II): Los místicos

14/01/2007 - Autor: http://www.temakel.com/ - Fuente: musicaislam
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Danza derviche
Danza derviche
Al-Gazalí 

Es  un jurista de la talla de Abu Hamid Ibn Muhammad al-Gazalí (1058-1111), conocido en la Europa medieval como Algacel, a quien se debe acreditar el mérito de reivindicar la música en el Islam por sus convincentes argumentos en favor de ese arte universal. En su discusión sobre la música y el éxtasis da seis razones para considerar el canto como fuerza más potente para producir el éxtasis. Al-Gazalí, nacido en Gazal, Jorasán (Irán), no se limitó a permitir el canto y la música sino también la danza, tras afirmar que todos son medios de intensificar el sentimiento religioso. Al-Gazalí consagró el octavo libro de su obra Ihiá ‘Ulum al-Din «La vivificación de las ciencias de la fe», llamado Kitab adab al-samá ua al-uaÿd, al buen uso de la música y del canto en la vida espiritual. En este trabajo realizado a los comienzos del siglo XII, habla de la música en cuanto a vehículo para alcanzar la Unión mística con Dios. Hace una distinción entre la percepción sensual de la música y la espiritual. En esta obra, el místico persa prolonga las tesis del libro de al-Muhasibí al-Anazí (781-857), Kitab ar-Ri’aia li-huquq Allah ua-l-qiyam biha (traducido al inglés por Margaret Smith con el título: An early mystic of Bagdad: A study of the life and teachings of Harith Ibn Asad al-Muhasibi, Shelder Press, Londres, 1935). En una parte de su tratado, al-Gazalí reconoce el poder de la música sobre el corazón humano: «No es posible entrar en el corazón humano sino pasando por la antecámara de los oídos. Los asuntos musicales, medidos y placenteros, destacan lo que hay en el corazón y revelan sus bellezas y defectos» (Al-Gazalí: Ihiá ‘Ulum al-Din. Parte 3, libro 8, vol. 2, pág. 237; trad. al inglés por Duncan Black MacDonald en su artículo: Emotional religion in Islam as affected by music and singing, Journal of Royal Asiatic Society, Londres, 1901, pág. 199). Véase Al-Gazalí: Ihiá ‘Ulum al-Din, 4 vols, El Cairo, 1933. 

Para al-Gazalí, como para todos los polígrafos del Islam, desde al-Kindí a Averroes, pasando por al-Farabí, al-Ma’sudí y Avicena, todo lo bello proviene de Dios, y asimismo la música (cfr. F. Jabre: La Notion de certitude selon Ghazali dans ses origines psychologiques et historiques, París, 1958; Al-Gazhali: Le livre du licite et de l’illicite, J. Vrin, París, 1981; E. Ormsby: Theodicy in Islamic Thought, Princeton University Press, Princeton, NJ, 1984). 

Rumí 

Gracias a los esfuerzos de este moralista, filósofo y teólogo, la música se fijó como rasgo constitutivo de los rituales de las cofradías místicas musulmanas, como es el caso de los mevlevíes, la cofradía sufí de derviches, fundada en Konia (hoy Turquía) por el poeta persa Ÿalaluddín ar-Rumí (ver aparte). Los mevlevíes (de la voz árabe maulana, mevlana en turco, "nuestro maestro", sobrenombre de ar-Rumí), alcanzan el éxtasis místico (uaÿd) en virtud de la danza (samá’), símbolo del baile de los planetas. Los derviches (del persa darwish: "visitador de puertas") mevlevíes giran sobre sí mismo hasta conseguir el éxtasis. La danza es acompañada de flautas, atabales, tamboriles, esa especie de violines llamados kamanché, y laúdes de mástil largo como el saz turco. Esta tradición musical se desarrolló a través de la ceremonia maulawiyya llamada Ain Sharif, que ha tenido compositores famosos como Mustafá Dede (1610-1675, Mustafá Itri (1640-1711), o el derviche Alí Siraÿaní (m. 1714). 

Otro característica del misticismo islámico es el dhikr ("recuerdo, memoria, invocación de los nombres de Dios"). El dhikr es la repetición de alguna palabra laudatoria en exaltación de Dios acompañada o no de movimientos rítmicos, música y danza. Rumí dijo: «El samá’ es el adorno del alma que ayuda a ésta a descubrir el amor, a experimentar el escalofrío del encuentro, a despojarse de los velos y a sentirse en presencia de Dios» (cfr. Eva de Vitray-Meyerovitch: Mystique et poésie en Islam, Djalal Uddin Rumi et l’ordre des derviches tourneurs, Desclée De Brouwer, París, 1972).

El polígrafo granadino Ibn al-Jatib en una de sus últimas obras la Nufadat al-ÿirab fi ‘ulalat al-igtirab ("Sacudida de alforjas para entretener el exilio"), Manuscrito de El Escorial Nº 1750, nos relata una recepción en la Alhambra, ofrecida por el sultán nazarí Muhammad V en 1362, durante la fiesta de inauguración de varias salas de la "fortaleza roja": «Al acabarse las recitaciones subió de tono el tumultuoso ruido del dikr, que rebotaba en unas y otras paredes, duplicado por el eco de la nueva construcción. En el dhikr compitieron los expertos con la masa del vulgo. Hizo mucha mella en los ánimos. En las imaginaciones irrumpieron sentimientos de sumisión al poder divino y de desgarramiento por el temor de Dios, que acabaron por producir enajenaciones. Tras ella vino la vuelta en sí. Y entonces la cerrada atmósfera se nubló con el humo del ámbar de Sihr, cuya nube entoldó a los circunstantes. Fue vertida el agua de rosas, caída sobre las ramas de la familiaridad como un diluvio, hasta el punto que gotearon las barbas y se calaron las vestiduras. La flauta empezó a sonar para cerrar el programa protocolario» (traducción de Emilio García Gómez en su obra, Foco de antigua luz sobre la Alhambra, Madrid, 1988, págs. 155-6). 

Otros tratados importantes sobre la música elaborados por estudiosos musulmanes son los de Iahia al-Munaÿÿin al-Bagdadí (856-912), autor de un Risala fi l-musiqui (Ed. Z. Yusuf, El Cairo, 1964), Abu al-Faraÿ al-Isfahaní (897-967), con su monumental «Libro de las canciones» (Kitab al-Agani) en 21 tomos, Ibn Zaila (m. 1048), Safiuddín (m. 1294), Qutb al-Din al-Shirazí (1236-1311), teórico persa que compuso Durrat al-Taÿ (Perla de la Corona), Abd al-Qadir (m. 1435) y al-Ladiqí (siglo XVI). Para una detallada relación, véase Amnon Shiloah: Music in the World of Islam, Scolar P., Aldershot, 1995; The Theory of Music in Arabic writings c. 900-1900, Henle, Munich, 1979. 

La civilización islámica conoció su apogeo a fines del siglo X, momento en que se integraron artistas, talentos y tradiciones de todo el mundo musulmán, sin distinción de origen étnico o de religión: árabes, iranios, turcos, musulmanes, judíos, cristianos e hindúes. Los buÿíes y fatimíes en el Oriente, y los andalusíes de Córdoba en Occidente hicieron del Dar al-Islam un verdadero paraíso terrenal. Eran los tiempos en que en un extremo enseñaba Avicena, e Ibn Hazm en el otro. Fue también la época en que los diversos estilos musicales y sus respectivos criterios estéticos se establecieron con precisión —intervalos, figuras melódicas y rítmicas—, y en que el músico debía improvisar y generar un «arrebato» (tarab) entre sus oyentes, adecuándose a la tradición de la poesía cantada. 

El irlandés Farmer señala este parámetro: «El cultivo de la música en todas sus ramas por los musulmanes, reduce a la insignificancia la dedicación a este arte en la historia de cualquier otro país» (cfr. The Sources of Arabian Music, Glasgow, 1940). La destrucción del califato de Bagdad en 1258 por los mongoles rompió esta cohesión artística y apañó la gestación de elementos reaccionarios como Ibn Taimiyya (1263-1338) que cercenaron las iniciativas y creaciones intelectuales, sepultando el acervo cultural de la Edad de Oro del Islam. Aislado del Próximo Oriente árabe, Irán abandonó el laúd (ud) y configuró su propia música de acuerdo con un legado multisecular y utilizando instrumentos puramente iranios como el tar, el setar, el santur y el kamanché (cfr. Musical Instruments of the World. The First and Only Comprehemsive Illustrated Encyclopedia of Its Kind. More than 4.000 Original Drawings, Bantam Books, Nueva York, 1978, págs. 154-227). 

La música persa o irania se basó en un repertorio melódico rico en sutiles adornos y en un extraordinario abanico de combinaciones vocales (trinos y registros entrecortados). El poeta persa Sa’adi (1213-1283) habla de un niño «que cantaba una melodía tan lastimera que detenía a un pájaro en su vuelo». La obra más recomendable de consulta es la editada por Stanley Sadie: The New Grove. Dictionary of Music and Musicians, 20 vols. Vol. 1: Arab Music, págs. 514-539; Vol. 9: Iran. Art Music, págs. 292-309; Islamic religious music, págs. 342-349, Macmillan Publishers, Londres, 1980 (en Buenos Aires es asequible en la Biblioteca de la Facultad de Artes y Ciencias Musicales de la U.C.A., Av. Alicia Moreau de Justo —ex A. Dávila— 1500 - Puerto Madero, Edificio San Alberto Magno, subsuelo). 

El ceremonial musical del ta’zieh y la conmemoración de Ashura 

Al-Husain Ibn Alí (629-680), hijo de Alí Ibn Abi Talib (600-661) y Fátima az-Zahrá (615-632), y nieto del Profeta Muhammad (la Bendición y la Paz sean con él y su descendencia purificada), fue asesinado en el llano de Karbalá (Irak), el viernes 10 de Muharram del año 61 de la Hégira (10 de octubre de 680) por los esbirros de Yazid Ibn Mu’auiah (643-683). Este martirio de al-Husain, tercer Imam de la escuela duodecimana, ha sido evocado no sólo por todos los musulmanes sunníes y shiíes, sino incluso por grandes escritores e historiadores occidentales como el inglés Edward Gibbon (1737-1794), en su Historia de la decadencia y ruina del imperio romano (Turner, Madrid, 1984, págs. 249-258), o el francés Ernest Renan (1823-1892) en sus Estudios Religiosos, Alda, Buenos Aires, 1945, págs. 169-231). Véase Lewis Pelly: The Miracle Play of Hasan and Husain, 2 tomos, Allen, Londres, 1970; M.A. Amir Moezzin: Le Guide divin dans le shi’isme originel, Verdier, París, 1992. 

El drama de Karbalá tuvo una gigantesca repercusión en todo el Mundo Islámico e incluso entre los no musulmanes. El emperador bizantino Constantino IV Pogonato (654-685) demostró su indignación ante el asesinato de al-Husain Ibn Alí en una carta enviada a Yazid: «Han matado a un Profeta o al hijo de un Profeta» (Al-Yaqubí: Tarij, ed. M.Th. Houtsma, vol. II. Leiden, 1883; Dar Sadir, Beirut, 1960, Vol.II, pág. 242). «El martirio de Husain se convirtió en el prototipo de las luchas contra la injusticia, del sufrimiento. El corazón del shiísmo esta ahí, en ese suplicio que es al mismo tiempo rebelión y signo de esperanza» (Yann Richard: El Islam shií, Bellaterra, Barcelona, 1996, pág. 46). El islamólogo húngaro de origen judío Ignaz Goldziher (1850-1921) tiene mucho que decir sobre al-Husain y Karbalá: «Los shiíes modernos y letrados encontraron en la disposición para el duelo que caracteriza a su fe, grandes valores religiosos. Encuentran en él un elemento de sentimiento humanitario de nobleza: «Llorar por Husain —dice un indio shií que también escribió en inglés obras de filosofía y matemáticas— es lo que determina el precio de nuestra vida y de nuestro espíritu; si no fuera así, seríamos las más ingratas de las criaturas. En el paraíso todavía llevaremos el duelo por Husain». Es la condición de la existencia musulmana. El duelo por Husain es la verdadera marca del Islam. Es imposible para un shií no llorar. Su corazón es una tumba viviente, la verdadera tumba del jefe de los mártires decapitados» (I. Goldziher: Le Dogme et la Loi de l’Islam, Paul Geuthner, París, 1973, pág. 168 y 55; I. Goldziher: Introduction to Islamic Theology and Law, Princeton University Press, Princeton, 1981) 
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