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miércoles, 27 de abril de 2016

Hollycapitalismo: la excepción es la regla

unnamedpor Pedro Bustamante – Si hablamos de hollycapitalismo por oposición a capitalismo, como lo que parece ser un régimen cualitativamente diferente y no solo una fase más evolucionada del primero, es en buena medida por que en este la distinción clásica entre orden y crisis parece haberse invertido. Hasta el capitalismo se puede decir, en términos generales, que había una distinción neta entre ambos regímenes. El hollycapitalismo, por el contrario, estaría definido por la crisis. La crisis sería permanente, la excepción sería la regla.
Tratemos de profundizar en las nociones de crisis y orden y de comprender hasta qué punto esta hipótesis es acertada, y qué significaría esta excepcionalidad en el marco de las transformaciones que hoy vivimos. Para ello es necesario entender que, en términos generales, todos los regímenes de poder-religión se basan en esta dicotomía fundamental, en estar a su vez divididos en dos régimenes, orden y crisis. Para comprender en profundidad lo que significan estos términos hay que ponerlos en relación con otra dicotomía aún más básica, aún más profunda, como es la de prohibición y transgresión, que prácticamente coincide con la de lo profano y lo sagrado. Seguimos sobre todo la tradición de Roger Caillois y Georges Bataille.
La distinción entre el régimen de prohibición o profano y el régimen de transgresión o sagrado puede manifestarse en términos espaciales y/o temporales. Pero su verdadera distinción es de orden estructural. Lo que diferencia lo profano de lo sagrado es, precisamente, que en el régimen sagrado se transgreden las prohibiciones que en el régimen profano se deben respetar.
Hablar de prohibición-transgresión y de profano-sagrado es tanto como hacerlo de economía libidinoso-agresiva, de flujos de deseo, amenaza, goce y violencia. Así, el régimen de orden o de prohibición está caracterizado por transferencias de deseo y de amenaza. Evidentemente esto es posible solo en la medida en que las necesidades básicas de las comunidades estén cubiertas, en la medida en que existan recursos disponibles, haya trabajo, impere un cierto optimismo, etc. Cuando estas condiciones no se dan, se pasa de una manera u otra al régimen de crisis o de transgresión, en el que el deseo se desborda en forma de goce y la amenaza en forma de violencia. Este recurso a la violencia y al goce se da en ambos sentidos, de-abajo-a-arriba y de-arriba-a-abajo. Los dominados tienden a recurrir a la violencia para transformar el statu quo, de la misma manera que los dominadores tienden a hacer lo propio para conservarlo y para transformarlo a su favor. Y lo mismo puede decirse del goce, en la medida en que este puede ser también utilizado como un mecanismo de dominación.
De manera que hay una relación muy estrecha entre violencia y amenaza, por un lado, y goce y deseo, por el otro. Hablamos siempre de flujos de energía libidinoso-agresiva, que circulan a través de todo el cuerpo social, pero se canalizan particularmente en el marco de rituales hierogámico-sacrificiales. Una acumulación de flujos de deseo y de amenaza en el polo inferior del sistema pueden dar lugar a manifestaciones de goce y de violencia, y en el límite, a revoluciones de-abajo-a-arriba del orden establecido. Pero lo cierto es que este tipo de transformaciones de-abajo-a-arriba son menos frecuentes que las que se producen de-arriba-a-abajo, en la medida en que las élites político-religiosas tienden a controlar la máquina hierogámico-sacrificial, que controla a su vez los flujos libidinoso-agresivos sociales.
De manera que lo más habitual es que los flujos de goce y de violencia producidos en los rituales del poder-religión regulen los flujos correspondientes de deseo y de amenaza, de manera que el orden establecido se mantenga o se transforme según los intereses de los dominadores. En otras palabras, la violencia y el goce tienden a jugar un papel predominante con respecto a la amenaza y al deseo. La violencia tiende a anteceder a la amenaza y el goce tiende a anteceder al deseo. Insistimos en que nos referimos a la violencia y al goce, más o menos reales, más o menos simbólicos, pero en todo caso producidos en el marco del ritual hierogámico-sacrificial, en el escenario del poder-religión. Goce y violencia espectaculares, sintéticos, fabricados, medio reales y medio ficticios.
A partir de lo que hemos dicho podemos comprender mejor el significado de la dicotomía prohibición y transgresión, y con ello la de orden y crisis. Siempre en el marco de una economía de flujos libidinoso-agresivos, pero que es también una economía espectacular, simbólica y religiosa. Esto es lo que denominamos máquina hierogámico-sacrificial.
Pero profundicemos aún un poco más en las nociones de prohibición y transgresión. En las primeras culturas humanas la manera de instaurar las prohibiciones es transgredirlas. Esta es la paradoja que atraviesa la cultura humana desde su comienzo y que no la abandona jamás, en la medida en que el hombre tenga libre albedrío. Como han mostrado Michel Foucault, Gilles Deleuze y Félix Guattari, las primeras leyes se escriben en el cuerpo de los sacrificados. Los excesos de goce y de violencia marcan los cuerpos de los transgresores en el marco de rituales hierogámico-sacrificiales, que de esta manera regulan los flujos de deseo y de amenaza que han de regir en el orden establecido. Aquí tenemos otra vez la asimetría constitutiva entre goce y violencia, por un lado, y deseo y amenaza, por el otro, que existe en la medida en que la máquina hierogámico-sacrificial que subyace a todo régimen de poder-religión está operativa y es controlada de-arriba-a-abajo. Siempre que existe un régimen de poder-religión suficientemente fuerte es porque esta máquina hierogámico-sacrificial funciona con fluidez, y este funcionamiento se basa en un exceso constitutivo de goce y de violencia, requisito fundamental para controlar los flujos de deseo y de amenaza sociales.
Pues bien, en los ámbitos críticos, tanto espaciales como temporales, esta maquinaria deja de funcionar de una manera eficaz, lo que hace posible que otras máquinas hierogámico-sacrificiales surjan y operen en sentido contrario. La MHS cristiana primitiva enfrentándose a la MHS imperial romana en decadencia es un ejemplo de esta situación. Pero hay que comprender que, en estas situaciones, la batalla nunca está ganada de antemano. La MHS en crisis, amenazada en su supervivencia, puede aumentar la apuesta, incrementar la intensidad de los rituales. De hecho cuanto más desesperada esta, cuento más amenazada está por otras MHSs, es de esperar que más intensas, más demoledoras, más inesperadas sean sus arremetidas, que en última instancia son rituales de goce y de violencia, más o menos formalizados, pero goce y violencia al fin y al cabo, en la medida en que el deseo y la amenaza no son suficientes para garantizar el statu quo.
En lo que hay que insistir es en que el ritual hierogámico-sacrificial opera como una suerte de mecanismo de escape, de descompresión, de catarsis, de las energías libidinoso-agresivas, de aquellas que son excesivas para el funcionamiento fluido del sistema en el régimen de orden. Pero lo cierto es que también funciona como un mecanismo de compresión. Sobre todo en situaciones de crisis prolongada, de decadencia, de desafección de los dominados con respecto a los dominadores y en general con el sistema. En otras palabras, la MHS puede utilizarse con más o menos moderación, con más o menos intensidad. Puede ser una forma de liberar las energías excesivas de una comunidad, de catarsis saludable y regeneradora del sistema. Pero también puede servir para imponer regímenes cada vez más represivos, en la medida en que esta es la única manera como una máquina en un estado muy avanzado de decadencia puede sobrevivir.
Todo lo que venimos diciendo hay que interpretarlo a la vez en términos de flujos de energía libidinoso-agresiva y en términos de instauración de prohibiciones a través de transgresiones. En esta mecánica dicotómica, dinámica y paradójica se inscribe el dispositivo jurídico-penal. La ley, es decir, la prohibición, no tiene sentido sin la pena, es decir, la transgresión, que castiga a su vez la transgresión de la ley. La transgresión solo se puede contener con otra transgresión, aunque la primera sea individual y la segunda social, la primera sea profana y la segunda sagrada, la primera sea mala y la segunda buena. La violencia de la pena es considerada como buena, en la medida en que contribuya a la cohesión social. En este sentido está inscrita en la MHS. Y como hemos visto, la economía inherente a la MHS implica que la violencia de la pena tenga que ser ejemplar, amenazante, en definitiva, excesiva. Esto vuelve a confirmar la asimetría esencial entre la crisis y el orden, entre la transgresión y la prohibición, entre la violencia y la amenaza. Dicho de una manera muy simple, y como han señalado Deleuze y Guattari, el castigo es por definición anterior al delito. En otras palabras, para funcionar correctamente el aparato judicial tiene que ser injusto. La cuestión no es si es justo o no, sino cuánto y cómo de injusto parece.
Lo mismo que hemos dicho de la ley y de la pena podemos extenderlo al estado de derecho y al estado de excepción. En contra de lo que parecen indicar los términos, y como supo ver lúcidamente Walter Benjamin, el estado de excepción es la regla y el estado de derecho la excepción. Esto es otra forma de decir lo que venimos mostrando con respecto a la asimetría constitutiva de la violencia con respecto a la amenaza, del goce con respecto al deseo, de la transgresión con respecto a la prohibición. El goce y la violencia deben anteceder al deseo y a la amenaza, pues esta es la clave del control de la MHS y con ello de los flujos libidinoso-agresivos que cohesionan la sociedad.
Demos ahora un salto a nuestros tiempos. Veamos hasta qué punto tiene sentido hablar de una MHS capitalista. Pero también hasta qué punto tiene sentido distinguir entre una MHS capitalista y otra hollycapitalista, teniendo en cuenta la forma en que en ellas se da la alternancia de orden y crisis, de prohibición y transgresión, de derecho y excepción.
Pues bien, en el capitalismo y en el hollycapitalismo la mecánica hierogámico-sacrificial no es tan diferente, con la salvedad de que una parte de estos flujos libidinoso-agresivos operan en el marco de intercambios mercantiles. Los economistas dominantes nos han dicho que en el régimen capitalista todo puede ser reducido a mercancías que se intercambian en el mercado según el valor de cambio. Pero no han dicho tan a menudo que estos flujos materiales de hecho encarnan y se dan en paralelo a flujos inmateriales. De hecho el dinero no puede ser comprendido en todo su alcance sin esta lógica libidinoso-agresiva, que es también simbólica y religiosa.
Así es que los intercambios materiales no son más que parte de los intercambios totales, y de hecho están supeditados a los intercambios inmateriales. Aunque esto pueda en ocasiones quedar enmascarado por el propio sistema de intercambios materiales, en la medida en que los intercambios inmateriales están encarnados en los materiales y solo secundariamente se dan por separado. Pues bien, este es de hecho el caso del régimen capitalista. Karl Marx nos ha mostrado esta dimensión representativa, teatral, enmascaradora, de las mercancías. Frederic Jameson nos ha hablado de todo ello en Representar El capital.
En el capitalismo tardío, por el contrario, que nosotros preferimos denominar hollycapitalismo, los flujos de intercambio dominantes vuelven a ser los inmateriales, que en última instancia son flujos de energía libidinoso-agresiva. Si en el capitalismo los flujos inmateriales estaban supeditados a los materiales, en el hollycapitalismo son los inmateriales los que supeditan a los materiales. Esta es una distinción crucial, como veremos, pues supone la intensificación de la dimensión crítica del sistema, de su capacidad para producir dinero fiduciario, productos financieros, información, espectáculo. Todas estas producciones inmateriales son, en última instancia, productos de la MHS hollycapitalista, es decir goce y violencia sintéticos, fabricados, espectaculares. La pornografía y el terrorismo como paradigmas de la producción hollycapitalista.
En cuanto a las dicotomías orden-crisis y prohibición-transgresión, que atraviesan toda nuestra reflexión, en el régimen capitalista estas siguen dándose de una manera convencional. Entre orden y crisis tiende a haber una distinción neta. En el régimen hollycapitalista, por el contrario, esta distinción está marcada desde el principio por una característica específica. Hay que recordar que el hollycapitalismo es ya en sí un régimen de crisis con respecto al capitalismo. Esto es, muchos de los mecanismos que lo caracterizan fueron implementados para solucionar, o mejor dicho, para posponer, la crisis capitalista que amenazaba a la economía mundial en los años setenta del siglo XX. Así, la globalización puede entenderse como una manera de posponer la crisis capitalista, de otra manera inevitable, en la medida en que permitía reducir costos a través de la externalización de la producción. Lo mismo podemos decir del dinero fiduciario, de la financiarización de la economía y del sistema de deuda, que en definitiva son formas de externalizar las crisis de los centros a las periferias. En otras palabras, mientras que, en términos generales, el capitalismo tendía a estar basado en una distinción más marcada entre orden y crisis, el hollycapitalismo aparece ya constitutivamente como un régimen de crisis.
Algunos dirán que por qué consideramos al hollycapitalismo como un régimen distinto del capitalismo, sobre todo en la medida en que puede ser considerado como parte de este, como su dimensión crítica. Pero es que todo parece indicar, como decíamos al principio, que estamos ante un fenómeno específico, ante un nuevo paradigma. Precisamente estamos intendo mostrar esta diferencia constitutiva atendiendo a la manera en que en él se da la dicotomía orden y crisis.
Lo mismo podríamos decir de la dicotomía paz y guerra, que no es más que un distinción más marcada de la misma oposición. Si en el régimen capitalista había una clara oposición entre la guerra y la paz, en el hollycapitalista esta distinción tiende difuminarse cada vez más.
En otras palabras, si consiguiésemos demostrar que, en efecto, en el capitalismo las crisis adquieren una dimensión central, que son no tanto la excepción como la regla, entonces parece lógico pensar que estamos ante un fenómeno específico. Dicho de una manera más sencilla, que la crisis que hoy sufrimos no es un fenómeno puntual, algo que vaya a ser resuelto, sino una característica esencial, sistémica, paradigmática, que vendría a jugar un papel central en las transformaciones de los próximos años.
Volviendo a la MHS, hay que subrayar su enorme desarrollo en el capitalismo. Hay que aclarar que consideramos la guerra como parte de esta mecánica. Es indudable que la guerra capitalista se ha desarrollado exponencialmente con respecto a la precapitalista. Al hablar de guerra capitalista nos referimos a las guerras convencionales. Pues bien, la MHS hollycapitalista, incluida la bélica, supone también un salto cualitativo con respecto a la capitalista. Este régimen ha desarrollado una extraordinaria capacidad, que supera con mucho a la de otros imperios históricos, en el manejo de la MHS, en la producción de grandes rituales hierogámico-sacrificiales, extraordinariamente sofisticados en términos tecnológicos, pero también mediáticos, y que además pasan desapercibidos como tales para la mayor parte de la población, incluso para la mayor parte de los intelectuales, todos ellos manipulados por la propia maquinaria.
Así, no podemos negar que el régimen está atravesando una crisis profunda, pero al mismo tiempo, tiene una gran destreza y sofisticación en el manejo de la MHS, y esta sigue siendo muy efectiva en la medida en que la mayor parte de la población es víctima de su mecánica. De manera que esto lleva a poner en cuestión la misma noción de crisis como excepción con respecto al régimen de orden y refuerza nuestra hipótesis de que la crisis hollycapitalista coincide con la regla y que está aquí para quedarse.
Antes hemos visto que las crisis son fenómenos de doble filo, en la medida en que desafían el statu quo pero al mismo tiempo son oportunidades para su transformación en favor de los proyectos de dominación. Es importante subrayar esta ambivalencia, porque en definitiva estamos ante una economía de flujos libidinoso-agresivos y las grandes transformaciones sociales solo pueden darse si se dan grandes concentraciones de estos flujos. Esta es la clave de la MHS, aprovechar las energías de oposición pero recuperarlas en el sentido que interesa a los poderosos, mediante todo tipo de mecanismos de manipulación. En términos más convencionales, la MHS es siempre en algún grado totalitaria, populista, religiosa. Pero lo es más en la medida en que opera de manera más eficaz. El nazismo fue una MHS muy eficaz, muy intensa.
Pero es que esto mismo es lo que se puede percibir hoy. El grado de manipulación y fanatismo de los franceses en los recientes atentados terroristas de bandera falsa de Charlie Hebdo y del 13N de 2015 pone de manifiesto esta dimensión totalitaria, populista y religiosa hollycapitalista. Y al mismo tiempo confirma lo que venimos diciendo, que las élites hoy han alcanzado un grado de control y sofisticación en el manejo de la MHS muy elevado. Y este es uno de los factores fundamentales que van a incidir en las transformaciones de los próximos años. En otras palabras, no podemos comprender el presente según las lógicas del pasado. La situación de crisis que vivimos hoy podría ser en última instancia mucho más beneficiosa para las agendas de dominación de lo que creemos.
Nos encontramos por lo tanto en un momento crucial de la historia de la humanidad. El hollycapitalismo surge para conjurar la crisis capitalista. Es, en esencia, un régimen de crisis. Su propia mecánica consiste, más que en resolver o desencadenar las crisis de manera decisiva, como sucedió con el New Deal y con la Segunda Guerra Mundial, en posponer y en externalizar la crisis permanente, en aprovecharse de las crisis, en reciclar unas crisis para generar otras. La globalización abarata la producción pero produce miseria en grandes sectores de la población, que de hecho ya no pueden consumirla. El dinero ficticio crea liquidez en el sistema, pero esto es solo una ficción en la medida en que no se destina tanto a inversiones productivas como a actividades especulativas y destructivas. En suma todo el régimen hollycapitalista está atravesado de cabo a rabo por la crisis, que no conduce más que a una espiral de crisis permanente siempre amenazando con colapsar el sistema pero siempre diferida.
En este punto es necesario considerar la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial, si es que tiene sentido hablar en estos términos. Lo que diferencia a la Segunda Guerra Mundial de lo que podría ser una Tercera es un ingente desarrollo tecnológico, y en particular el de las armas termonucleares de destrucción masiva. Una Tercera Guerra Mundial podría conducir a una escalada incontrolada y a la devastación del planeta. De ahí que, en contra de lo que sucedió en la Primera y en la Segunda, todo parece indicar que una Tercera Guerra Mundial de alcance global será evitada por todos los medios por las grandes potencias. Esto no significa que no se puedan producir conflictos regionales de gran alcance, en los que las armas nucleares jueguen un papel importante, pero estos no debería superar ciertos límites.
Pero otra de las distinciones fundamentales entre las guerras capitalistas y las hollycapitalistas es que en las segundas aparece todo un repertorio de modalidades no convencionales, que también podemos llamar de cuarta y quinta generación, que de hecho suponen una renovación significativa de la MHS, en la medida en que ellas vuelve a ser central lo mediático, las mecánicas de victimización y culpabilización, de escenificación de buenos y malos, y diversas formas de enmascaramiento.
Lo que estamos tratando de decir es que lo que diferencia a las crisis capitalistas, como la de 1929, de las hollycapitalistas, como la de 2008, es que las primeras pueden resolverse mediante guerras globales, mientras que en las segundas estas guerras convencionales no superarían cierto alcance. Y además, que las crisis hollycapitalistas pueden tanto resolverse como provocarse, pero sobre todo, posponerse, reciclarse, catalizarse, con mucha más sofisticación y eficacia. Se trata en definitiva de desarrollos sustitutorios de la guerra convencional, en la línea de los planteados en el Informe de Iron Mountain, o en Armas silenciosas para guerras tranquilas. Como se ve, no hacemos más que incidir en la dimensión crítica, excepcional, transgresora, que proponemos como la central, normal, del hollycapitalismo.
En síntesis, el régimen hollycapitalista que hoy padecemos sufre una crisis muy aguda, subrayada por la oposición de los BRICS y el recrudecimiento de la guerra fría, particularmente entre el Imperio Atlantista y Rusia. Pero al mismo tiempo el grado de sofisticación alcanzado por la máquina hierogámico-sacrificial es muy elevado, su manejo por una élite enormemente poderosa y que actúa con un alto grado de impunidad ha alcanzado un nivel inusitado.
El 11S es una prueba elocuente de ello. Nos referimos no solo a los atentados de bandera falsa sino al conjunto de la máquina hierogámico-sacrificial en la que se inscriben, a su escenificación y dramatización en los medios de masas, hoy convertidos en propaganda de guerra, al dominio del discurso oficial fabricado en todos los ámbitos de poder de la sociedad. Lo mismo podríamos decir de otros tantos rituales hierogámico-sacriciales, de las pandemias de laboratorio a las catástrofes naturales provocadas por geoingeniería, del cambio climático escenificado a las revoluciones de colores, de la desfertilización masiva de la sociedad a la manipulación genética encubierta de toda la vida, incluida la humana.
Todo lo que venimos diciendo nos lleva a confirmar que el hollycapitalismo supone un cambio de paradigma fundamental con respecto al capitalismo. Y que una de las claves para entender este cambio de paradigma es precisamente que la crisis se convierte en permanente, que la excepción coincide con la regla. Insistimos en que hablar de crisis es hablar de guerra, aunque sea de guerra de cuarta y quinta generación, y que es también hablar de transgresión, en última instancia, de goce y de violencia sintéticos, fabricados, producidos, por el sistema.
Si no nos equivocamos en nuestra apreciación, lo que vamos a sufrir en los próximos años a nivel global, es una progresiva intensificación de este hollycapitalismo crítico, en la forma de una guerra de cuarta y quinta generación permanente y total, en todos los frentes, contra todos. Como sabemos las élites dominantes recurrirán al viejo divide y vencerás, que no deja de ser la mecánica de escenificación hierogámico-sacrificial, la de buenos y malos, víctimas y verdugos, todo ello mientras su obscenidad se esconde detrás de la escena. Por eso es importante que comprendamos esta mecánica y la desenmascaremos.
Podemos considerar el 11S de 2001 como el acto inaugural de este régimen distópico que tenderá a implantar progresivamente un Nuevo Orden Mundial orwelliano, en el que el régimen capitalista de intercambio de mercancías sea superado y de paso a un régimen hollycapitalista de intercambio de mercancías humanas regulado por flujos de deseo y de amenaza. Un gran ritual MKUltra y al mismo tiempo una gran producción hollywoodense. La ficción distópica convertida en realidad.
Pedro Bustamante es investigador independiente, arquitecto y artista. Su obra El imperio de la ficción: Capitalismo y sacrificios hollywoodenses ha sido publicada recientemente en Ediciones Libertarias.http://deliriousheterotopias.blogspot.com/

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