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viernes, 28 de abril de 2017


¿Qué consecuencias tendría una guerra nuclear con Corea del Norte?

Si Trump ataca, reconstruir Corea del Norte costará billones. Pero ese sería el menor de los problemas si lográramos terminar de una vez por todas con el régimen de Kim Jong-un.

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Si algo tiene a gala Donald Trump es su imprevisibilidad. Esa que le permite caminar siempre un paso por delante de competidores, rivales y enemigos. La imprevisibilidad tiene además una segunda ventaja: permite atribuirle los errores. “No he cometido un error: estoy siendo imprevisible y vosotros habéis mordido el anzuelo”. Pero también tiene una desventaja. Tu imprevisibilidad obliga a esos competidores, rivales y enemigos a predecir tus futuros hipotéticos movimientos “imprevisibles” y adelantarse a ellos.
El pasado día 8, la CNN informó de que el portaaviones Carl Vinson había recibido órdenes de cambiar sus planes, que eran los de navegar hasta Australia para unas maniobras conjuntas, y dirigirse hacia la península de Corea, donde el régimen norcoreano parecía estar a punto de realizar una prueba con uno de sus misiles nucleares. El cambio de planes fue confirmado por el consejero de Seguridad Nacional H.R. McMaster, por el secretario de Defensa James Mattis, por el portavoz de la Casa Blanca Sean Spicer y por el mismo Donald Trump. “Estamos enviando a la Armada. Tenemos submarinos, son muy poderosos, mucho más poderosos incluso que el portaaviones. Tenemos a los mejores soldados del mundo. Y digo esto: Kim Jong-un está equivocándose”.
El anuncio fue recibido por el régimen norcoreano como una amenaza explícita. La respuesta fue la habitual en él: subir la apuesta y amenazar al mundo con una guerra “termonuclear”.
Finalmente, sin embargo, ocurrió lo del conocido soneto con estrambote de Cervantes: “Y luego, in continente, caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada”. La prueba del misil norcoreano fue un fracaso –lo habitual en el régimen comunista– y el portaaviones estadounidense fue descubierto navegando en dirección contraria a la anunciada. A día de hoy se desconoce si el anuncio falso fue un error, una manera de resultar imprevisible o unas declaraciones malinterpretadas por una prensa siempre ávida de emociones fuertes. Porque la cúpula militar estadounidense anunció, efectivamente, un cambio de planes. Pero nunca dijo que ese cambio fuera inmediato.
Un ciudadano de Seúl, siguiendo las pruebas nucelares por televisión.
Hasta qué punto las declaraciones públicas de Kim Jong-un y sus generales son una bravuconada continúa siendo un misterio aún hasta para sus interlocutores habituales, los chinos. Pero lo que ha quedado demostrado a lo largo de los últimos años es que si Donald Trump es imprevisible, Kim Jong-un lo es aún más. Y la suma de dos imprevisibilidades es el caos. Un caos que a lo largo de la última semana podría haber conducido al mundo a una guerra nuclear de haberse dado una tormenta perfecta de declaraciones altisonantes, errores humanos y gestos malinterpretados.
Las consecuencias de una guerra entre los EE. UU. y sus aliados –básicamente Japón y Corea del Sur en este caso– contra una Corea del Norte que podría, o no, estar apoyada extraoficialmente por China son difíciles de predecir. Teóricamente, el régimen de Kim Jong-un cuenta con bombas nucleares, con armas químicas y biológicas, y con los misiles capaces de transportarlas. En la práctica y más allá de la propaganda norcoreana, la fiabilidad de esas armas es más que dudosa.
No parece difícil prever que Corea del Norte sería aplastada en una guerra abierta contra los EE. UU. El problema no es tanto determinar cómo sería derrocado Kim Jong-un o cuánto tardaría el país en caer –según la mayoría de analistas militares, y en el peor de los casos posibles, probablemente unos seis meses–, sino analizar qué ocurriría después.
Corea del Sur, la principal beneficiada de una derrota de Corea del Norte, se encontraría del día a la mañana con una población “extra” de casi 25 millones de personas. Existe un precedente histórico similar: la caída del muro de Berlín, cuando la Alemania democrática tuvo que integrar en el libre mercado a 16 millones de alemanes educados en el comunismo. Alemania lo consiguió, pero la Alemania del Este no es la Corea del Norte de 2017. Sus ciudadanos han sido educados como esclavos y su integración en una economía moderna sería muy complicada de gestionar.
Los cálculos más optimistas hablan de unos gastos y ayudas económicas del orden de los dos billones de dólares. Medio billón para financiar la guerra con el norte. Medio billón para reparar los daños provocados por la guerra. Y un billón para reactivar su economía. Y eso simplemente para recolocar a Corea del Norte en el sendero de las economías modernas, lo que llevaría un mínimo de cinco años y mucho más probablemente entre diez y quince.  
Más complicado aún sería integrar democráticamente a sus ciudadanos. Unos ciudadanos cuyo cerebro ha sido lavado a conciencia y que se encontrarían del día a la mañana con un mundo que no se parece en nada al que les ha vendido la dictadura. Las medicinas y la comida escasearían en el norte de la península y el desastre humanitario posterior rivalizaría con la hambruna de mediados de los años 90.
Kim Jong Un, asistiendo a unas maniobras de submarinos nucleares.
Pero esto serían únicamente los problemas asociados a la irrupción de Corea del Norte en el siglo XXI. Las consecuencias de la guerra en sí vendrían determinadas por un factor clave: si Kim Jong-un decide o no usar sus armas nucleares. El principal problema para Corea del Sur es que su capital Seúl, en la que viven diez millones de personas, se encuentra a sólo 195 kilómetros de Pyongyang, la capital de Corea del Norte, y a unos 50 de la frontera. Los misiles nucleares norcoreanos no tienen la capacidad de alcanzar los EE. UU. pero sí podrían ser lanzados contra Seúl.
Las consecuencias serían catastróficas. La bomba atómica que cayó sobre Hiroshima, una ciudad de un millón de habitantes en aquella época, mató a más de 100.000 personas. En Nagasaki murieron 120.000. 130.000 más resultaron heridas. Dependiendo de la potencia de la bomba que lanzara Corea del Norte, o de cuantas fueran lanzadas, esas cifras podrían multiplicarse por diez, veinte o treinta. Sería la mayor masacre de la historia.
Científicos rusos han investigado la hipotética trayectoria de la contaminación radioactiva posterior al estallido de una o varias bombas nucleares en Corea del Sur. Según Leonid Bolshov, del Instituto de Seguridad Nuclear de la Academia Rusa de las Ciencias, la polución amenazaría a China, la península coreana y Japón, pero no a Rusia. ¿El motivo? Los vientos procedentes de China y del desierto de Gobi, que soplan en dirección al océano Pacífico.
Los refugiados se contarían por millones. La mayoría de ellos intentarían cruzar la frontera china. China no los aceptaría de buena gana y no es improbable que durante la gestión de la crisis las tropas chinas encargadas del control de la frontera chocaran en algún momento con las de la potencia ocupante, previsiblemente EE. UU.
Un extenso estudio de la organización Rand ha analizado las posibles consecuencias de una caída del régimen de Corea del Norte. No sólo en caso de guerra, sino también en el de colapso por distintos motivos. Su conclusión es que el régimen está destinado a desmoronarse, aunque las posibilidades son varias.

1.

La primera posibilidad sería un cambio de liderazgo aunque no de régimen. Sería el caso de que Kim Jong-un fuera destituido por la fuerza o asesinado y sustituido por otro dirigente, con toda seguridad un general del ejército.

2.

La segunda posibilidad sería una caída del régimen de Kim Jong-un y la división del país en zonas de influencia controladas por distintos cabecillas militares pero sin que ninguno de ellos tuviera la fuerza suficiente para controlar el país en su conjunto. El resultado sería un reino de taifas comunistas.

3.

Una guerra civil. Es una obviedad que en el seno del ejército coreano existen facciones léales a Kim Jong-un y otras que no lo son tanto. La posibilidad de una guerra civil entre ambas no es ciencia ficción. El resultado de la disputa dependería de cuál de ellas controlara la mayor cantidad de armamento o tuviera el acceso a las armas nucleares (y la voluntad de utilizarlas).

4.

China podría cansarse de su ahijado ideológico e intervenir forzando un cambio de régimen. En ese caso es improbable que el gobierno chino tolerara el control por parte de Corea del Sur del norte del país. Lo más probable es que se instalara en Pyongyang un régimen títere mucho menos imprevisible y más fácil de controlar que el de Kim Jong-un.

5.

Una posibilidad nada desdeñable es la de una hambruna que condujera a revueltas en las calles. Corea del Norte se ha mostrado incapaz de alimentar a su población por su rechazo de la economía de mercado y la situación podría llegar a hacerse insostenible, aunque es improbable que una revuelta popular sin el apoyo del ejército llegara a cuajar.
Lo que parece claro es que ni a China ni a los EE. UU. ni a Corea del Sur les interesa una caída súbita del régimen, una guerra cuyos costes serían astronómicos y que podría desestabilizar la economía asiática, y las posteriores oleadas de millones de refugiados, sino más bien una transición controlada. Quién controla esa transición ya es harina de otro costal.

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