Libro en PDF 10 MITOS identidad mexicana (PROFECIA POSCOVID)

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sábado, 29 de julio de 2017

Nota del editor: Sebastián Riomalo es un analista experto en China y economía del desarrollo. Fue catedrático de la Universidad de los Andes (Colombia) para este tema y trabajó como analista económico para el Fondo de Población de las Naciones Unidas en Beijing, donde lideró proyectos relacionados con la política pública china. Es economista y abogado, tiene una Maestría en Políticas Públicas de la Universidad de Pekín y otra en Administración Pública y Gobierno del London School of Economics.
Un regalo para los bastardos estadounidenses”, dijo Kim Jong-un. Así definió el máximo dirigente comunista de Corea del Norte el misil intercontinental enviado por su país el pasado 4 de julio. Quizá con menor grandilocuencia, se podría definir también como otro acto más del régimen para provocar a la comunidad internacional. Acto seguido al lanzamiento vino el protocolo de siempre: Estados Unidos amenazó con nuevas sanciones al país y sus gobernantes, mientras que China llamó a la calma y a las vías diplomáticas para resolver las tensiones. Corea del Norte siguió impávido: un segundo misil similar fue disparado este viernes; como si David se burlara de Goliat.
A pesar de la afinidad comunista, China no es un gran entusiasta del régimen de Corea del Norte. Detrás del discurso anacrónico, se esconden dos países unidos por el cálculo estratégico y la geografía, más que por concepciones políticas. China quiere asegurar que es el único país de Asia Oriental con acceso a armas nucleares y se inquieta con la necesidad del segundo de tentar al mundo con su incipiente programa nuclear: sus actos generan inestabilidad y reducen el margen de maniobra de Beijing. Corea del Norte, en cambio, ve a China como un país impuro, alejado de la causa comunista y de quien ya no se puede fiar en geopolítica. Pero ambos se necesitan.
En términos puramente racionales, Corea del Norte no tiene incentivos para abandonar su programa nuclear. Es el único seguro del régimen para mantenerse en el poder. Lo único que lo protege de un atacante que no esté dispuesto a asumir las muertes de los cientos de miles que morirían en Japón y Corea del Sur luego de una retaliación de Kim Jong-un. La historia así lo demuestra: Gadafi, un tirano libio de similares proporciones, abandonó su programa nuclear en 2003 y 8 años fue derrocado gracias a la presión ejercida por las potencias occidentales. Si una nación tiene armamento nuclear, es más difícil permitir su implosión.
China, por su parte, tampoco tiene incentivos racionales para permitir la caída de Kim Jong-un. Corea del Norte se encuentra dentro de lo que China considera su zona estratégica y Beijing es el único que todavía tiene algo de control sobre dicho régimen. En caso de reactivación de las hostilidades militares con el sur, habría una alta probabilidad de un flujo en masa de refugiados hacia China y de una atomización del poder sobre las armas nucleares. Y, peor aún, se podría dar paso a la posibilidad de que tropas norteamericanas se posicionaran en plena frontera con China: desde 1951, Estados Unidos tiene tropas posicionadas en Corea del Sur; ante la debacle del régimen comunista y la reunificación de las Coreas, sus casi 30.000 soldados tendrían libertad de movilidad en toda la península coreana. Una verdadera desventaja militar.
Piensa mal y acertarás
De ahí que no sorprenda la repetida coreografía de política exterior. El dragón prefiere al malo conocido a pesar de que desprecie sus acciones. Pero entonces, ¿por qué ha accedido Beijing a sancionar a Corea del Norte en pasadas ocasiones?
Según el académico Jooyung Song, el gobierno chino intercede en contra de su aliado solo cuando considera que, de no hacerlo, existe el riesgo de que Estados Unidos intervenga de manera más directa en la península. Eso sí, cuando acepta sanciones, se asegura de que estas estén diseñadas de tal manera que no se ponga en verdadero peligro la existencia del régimen norcoreano. Es decir, China sanciona para darle un contentillo a Estados Unidos y al mundo, pero sabiendo que, de fondo, esta decisión no va a cambiar nada.
Esta actitud le permite, por un lado, mostrarse como un actor relativamente imparcial pero determinado, y a la vez, prolongar el statu quo. Pero las acciones que realmente desestabilizarían al régimen – como bloquear el contrabando fronterizo de alimentos y otros bienes básicos, o cerrar completamente su acceso a divisas – no están siendo verdaderamente consideradas.
La moraleja es, entonces, que China —al menos por ahora– no tiene una verdadera intención de aliarse con Estados Unidos en contra del gobierno de Kim Jong-un. Esto a pesar de estar genuinamente en contra de su proyecto nuclear y sus provocaciones constantes a la comunidad internacional. Y a futuro no se ve pronta solución. La única manera de que esta situación cambie es que China confíe en que, de darse la reunificación, Estados Unidos no aprovechará para trasladar sus tropas al norte de la península y aventajarse militarmente. Pero con el escalamiento de la retórica, y siendo Donald Trump la viva representación de la post-verdad, la confianza entre ambas potencias no está en su mejor momento.
Así pues, hasta que no haya un gobierno norteamericano que sepa persuadir a Beijing, es de esperar que se mantenga este teatro repetitivo, aun cuando más intenso. Entretanto, el Goliat americano seguirá amenazando y el chino buscará calmar los ánimos. Y David seguirá riéndose de los dos.

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