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lunes, 21 de mayo de 2018

La Economía Islámica y el Proyecto Global

Nuevos Aspectos y Problemas de una Paradoja Secular

15/12/1996 - Autor: Hashim Cabrera - Fuente: Verde Islam 5
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 Interés inquietante
Los musulmanes que vivimos en Europa, asistimos a una escenificación llena de contradicciones en lo que al conocimiento y valoración del Islam se refiere. Al lado de actitudes políticas paradójicas como la del apoyo al golpe militar en Argelia tras la victoria electoral de los musulmanes o la instrumentalización de hechos aislados, expresión de otras tantas actitudes punibles —léanse casos Salman Rushdie, Naghib Mahfouz— que producen en la conciencia común la inevitable identificación del Islam con el fanatismo; junto a esta actualización, digo, del viejo contencioso, aparecen —casi siempre en ámbitos más restringidos y especializados, pocas veces en los grandes medios de comunicación— las voces de científicos e intelectuales que señalan algunas de las excelencias que el Islam posee. En determinados foros se reconoce que existen principios islámicos que podrían aportar soluciones a muchos de los problemas pendientes que tiene hoy la humanidad, en aquellos ámbitos donde el sistema laicoindustrial hace aguas. Ya citábamos en un anterior análisis, concretamente en el número de Verde Islam dedicado a la Ciencia, la reflexión que se hacía el vicepresidente de los estados Unidos, Al Gore, a propósito del Islam y la cuestión medioambiental. Hoy no podemos menos que sentir una justificada inquietud al comprobar cómo economistas neoliberales, neoclásicos según su propia terminología, vuelven su mirada hacia otros modos de concebir la economía, justo en el momento en que la pugna entre los modelos históricos de sociedad en el siglo XX, Capitalismo y Comunismo, se resuelve con el aparente triunfo del primero.
Antecedentes
En un sentido general, podemos considerar la Economía como una ciencia que trata de definir y racionalizar el uso de los recursos disponibles, las formas de producción de bienes y servicios y su relación con el trabajo que ha de realizar el ser humano para procurarse esos mismos bienes y servicios que le sirven para satisfacer sus necesidades.
Existe acuerdo unánime en reconocer la naturaleza unitaria de la vida islámica, es decir, la relación indisoluble entre todos sus aspectos y facetas —moral, económica, científica, cultural— que componen una forma integral de existencia. Otras sociedades tradicionales han desarrollado también formas de vivir unitarias, teniendo una experiencia integrada de sus actividades.
Tanto las sociedades llamadas “primitivas” como aquellas otras que se consideran más “evolucionadas”—industrializadas—han contado siempre con leyes y mecanismos tendentes a racionalizar la producción de bienes y a redistribuir la riqueza entre los miembros de la comunidad. En algunas sociedades, el jefe de la tribu es a la vez árbitro de las operaciones económicas. En las monarquías medievales serían el rey y los nobles los detentadores de la administración. Del mero intercambio de productos se pasa a la introducción de la moneda como valor de cambio que facilita las transacciones. Se fijan patrones y se llega a determinados convencionalismos, fórmulas aceptadas por todos los implicados en el proceso.
Durante la Edad Media europea, las nuevas realidades económicas de las sociedades emergentes, la reintroducción de la moneda a consecuencia del desarrollo de la artesanía y de las nuevas formas de producción y, sobre todo, la vía de intercambio cultural y económico que supusieron las diferentes Cruzadas, preocuparon especialmente a los teólogos cristianos, quienes en muchos casos criticaron e incluso condenaron aquellas actividades que contradecían los principios morales derivados de la creencia religiosa. Llegan a formular el principio de justicia conmutativa, referido a la igualdad que debe reinar entre las partes al producirse un intercambio. Teólogos de la talla de Alberto Magno y Tomás de Aquino, realizaron estudios tendentes a determinar cuáles deberían ser el justo precio y el justo salario, ya que la tradición cristiana había perdido, o tal vez nunca tuvo, los criterios prácticos necesarios para organizar la vida económica dentro del ámbito de su creencia, es decir, aquellos aspectos de la Revelación que afectan a ésta y a otras facetas de la vida cotidiana. También condenaron taxativamente la usura, considerada como un mal social, fuente de todo tipo de injusticias.
Todo ello nos lleva a reflexionar sobre la dimensión moral de las actividades económicas y su relación estructural con la forma de vida practicada por los individuos de una determinada comunidad.
Materia prima
Como en tantos otros ámbitos de la experiencia humana, la dimensión ética de los saberes fue debilitándose con el comienzo de la Edad Moderna, a causa de los profundos cambios en la concepción del mundo que implicaron el Renacimiento y la Reforma, preparando al hombre moderno para la experiencia del individualismo filosófico y existencial. La Civitas Dei del Medioevo estaba transformándose ya en la Civitas Homini. En el centro de la antigua Almendra Mística, Leonardo Da Vinci dibujaba ahora la nueva cruz: un ser humano desnudo con los brazos abiertos en dos posiciones, como Ícaro antes de iniciar su vuelo hacia el sol y que acabó —como nos contaba la vieja mitología indoeuropea— en una desastrosa caída. Ser humano de cuatro brazos, como esa Kali del Hinduismo que es a la vez diosa destructora y creadora, devoradora de la existencia, representación de las energías que cierran los ciclos de la Creación y de la Historia. Se estaba preparando así la reposición de un viejo drama, aquel que la Revelación nos narra a través de la figura del ángel rebelde —Iblis— y de su consecuente caída a los infiernos. Tras ella, Iblis, Shaytán o Demonio, se acerca al ser humano primordial, como dice el Qur’an:
“Pero entonces Satán les susurró a ambos a fin de hacerles conscientes de su desnudez, de la cual no se habían apercibido hasta entonces; y dijo: `Vuestro Sustentador sólo os ha prohibido este árbol no fuera a ser que os volvierais como ángeles, o fuerais a vivir eternamente.”
Qur’an (7, 20)
 
La cita no tendría mayor importancia en este contexto si no hubiese sido retomada con tanta claridad por el pensamiento europeo moderno: el mito faústico de Goethe resume como ningún otro el drama del espíritu de la Modernidad, así como Milton recreó en toda su crudeza los antecedentes en El Paraíso Perdido.
En el tránsito hacia la Modernidad, la economía occidental sufrió un desarrollo inusitado a consecuencia de diversos factores, entre los que cabe señalar el legado científico y cultural que Europa recibió del Islam. El saber del mundo grecorromano, unido a las técnicas y a las formas de producción desarrolladas por los musulmanes fueron asimiladas por los pueblos de Europa en un proceso que tuvo lugar durante toda la Edad Media, sobre todo en las diferentes Cruzadas, y en la gigantesca experiencia de intercambio económico y cultural que supuso el Estado Andalusí, que acabó con la rendición de los últimos reyes nazaríes de Granada.
A esto habría que añadir los “descubrimientos” geográficos que se produjeron casi al mismo tiempo, y el desarrollo de la navegación, que abriría nuevas y rentables rutas comerciales. La sociedad rural y artesanal estaba dando paso a un mundo mercantil y manufacturero. Todos esos factores fueron corformando las sociedades nucleares de los modernos estados europeos, con la explotación de nuevos recursos y con la afluencia del oro y la plata provenientes de América. Según está demostrando recientemente la historiadora andaluza Isabel Alvarez de Toledo, la afluencia del oro americano y su impacto en el proceso de transformación socioeconómica de Occidente es anterior a la fecha que se reconoce desde la historiografía oficial. Según ella, habría que adelantar en más de doscientos años esa fecha, pues no podría explicarse el incremento de oro en Europa, solamente con el “oro de la Guinea de Africa”, como bien ha explicado en diversos trabajos de investigación publicados en Verde Islam. Una gran parte de ese oro circulaba libremente en forma de moneda acuñada por los distintos reinos musulmanes del Magreb y la Península Ibérica durante los siglos XII, XIII y XIV, en una extensa zona de libremercado. Por ello habría que revisar y matizar las causas históricas y los orígenes de eso que hoy se denomina Sociedad Mercantil, base del Liberalismo Económico o Economía Moderna.
La sociedad mercantil
El nuevo paradigma propició —en la Europa emergente— la formulación de la primera Teoría Económica, denominada Mercantilismo, según la cual, la riqueza de una comunidad estaría basada en la cantidad de oro y plata que tenía acumulada.
Comenzaba así una concepción en la que fácilmente podía confundirse la riqueza con el símbolo que la representaba —el oro, la plata, o el actualmente casi anacrónico papel moneda— creándose la ilusión de que era posible obtener una balanza de pagos eternamente activa, un infinito proceso de crecimiento.
Ya en el siglo XVII asistimos al desarrollo de políticas “proteccionistas” que trataron de favorecer los intereses de las economías nacionales europeas mediante la aplicación de aranceles. La relación entre estos y la redefinición del concepto de frontera es bastante evidente, si tenemos en cuenta que, en estos momentos se están prefigurando los distintos estados del continente.
Esta política trajo como consecuencia el declive de la agricultura en beneficio de la incipiente industria, e hizo necesaria la creciente intervención de unas instituciones públicas que, con ello, asumirían una de las funciones del Estado Moderno.
El alumbramiento ilustrado
Pero será la Época Ilustrada, a través de los textos de los enciclopedistas, la que alumbrará los primeros intentos de considerar a la Economía como ciencia, otorgándole —como a las demás disciplinas— una autonomía que hasta ese momento no había tenido por haber estado inmersa en tradiciones de pensamiento en las que la visión del mundo había sido, en mayor o menor grado, consecuencia de una anterior concepción unitaria.
La experiencia teocéntrica del universo estaba siendo sustituida por un antropocentrismo que estaba situando al ser humano en el centro y origen de todas las cosas. No había que buscar ya respuestas trascendentes a los distintos aspectos de la vida humana. Tan sólo hacía falta separar las partes, analizarlas desapasionadamente, libres ya de las limitaciones de la Teología y de la Metafísica.
Esta fragmentación y secularización de los saberes que produjo el pensamiento ilustrado han sido una constante de la cultura occidental hasta nuestros días, hasta este momento en el que la propia cultura ve cerrarse un ciclo de su historia y comienza a redefinirse como algo distinto de aquello que termina, mirando de nuevo hacia otro sitio.
Los ilustrados europeos trataron de fundamentar sus teorías sobre un denominado orden natural. En el caso de la Teoría Económica, trataron de averiguar cuál era ese orden natural que regulaba las transacciones e intercambios, introduciéndose el concepto de Providencia. Pensaron que, puesto que ninguna acción podía ser contraria a ese orden natural, los individuos, al buscar la satisfacción de sus necesidades, están, indirectamente y sin pretenderlo, contribuyendo al bien general. Así se enfatizaba una de las premisas del ideario ilustrado, la de la libertad individual, en detrimento de la intervención del Estado, quedando ésta reducida a impedir el desarrollo de algunas lacras económicas como el monopolio, que actuaban claramente en contra de los intereses de la comunidad.
Nacimiento de una Teoría
La Revolución Industrial en Inglaterra con el desarrollo de la máquina de vapor, la Revolución Francesa con la concepción de la libertad individual, y la filosofía de David Hume, defensora del principio de cooperación entre los individuos y las naciones, fueron los ingredientes que hicieron posible la denominada Teoría Económica Clásica, que comienza su andadura con la reflexión de Adam Smith, quien fue el primero en desarrollar, sistematizar y difundir sus principios en la obra “Ensayo sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones”.
Adam Smith define el concepto económico de producción mediante la división del trabajo y la confluencia de todos los sectores productivos: agrícola, industrial, artesanal, comercial, etc. El problema de los precios lo resuelve el propio sistema, puesto que la oferta está regulada por la demanda de los productos, siendo la libre actividad la que garantiza la diversidad y el bienestar general. Así pues, y según esta teoría, el Estado debe abstenerse de intervenir en el proceso, tanto a nivel interior como a nivel internacional, ya que supone un obstáculo para las libertades individuales, cuya suma produce y regula el sistema entero. Un orden oculto e invisible recorre todo el proceso económico.
Así planteado, este cuerpo teórico tiene todos los ingredientes para ser considerado con toda propiedad como una religión mistérica, antecedente histórico de ese Monoteísmo del Mercado denunciado en nuestro tiempo por Roger Garaudy. Todo ello no ha de sorprendernos si tenemos en cuenta que el sustrato filosófico del mundo grecorromano invocado por muchos espíritus ilustrados —así como el de los pueblos anglosajones y germánicos— es de raíz indoeuropea, o sea de concepción mágico-naturalista. El Naturgeist o Espíritu de la Naturaleza, el Orden Natural o el Élan Vital de Henry Bergson, son todos ellos conceptos nacidos de esa misma matriz cultural, la misma de la que, en nuestros días, ha brotado la llamada Cultura de la Imagen. Sus signos están por todas partes y su gramática compone hoy el discurso publicitario de la oferta económica, sirviendo al objetivo básico de crear nuevas necesidades a través de una iconografía magnificada y ampliamente revitalizada.
Pronto se pudo comprobar que la máquina económica no funcionaba tan bien por sí sola.
El genocidio malthusiano
Por citar un ejemplo, el pastor protestante Thomas Robert Malthus, economista clásico de la Escuela Inglesa —y casualmente, también funcionario de la Compañía de las Indias Orientales— se dio cuenta de que el incremento incontrolado de la producción no garantizaba por sí solo el bienestar. Planteó la tesis y el problema de la superpoblación, que aún hoy tiene cogidos a los teóricos del sistema. Según Malthus, la demografía crece en proporción geométrica, en tanto que la producción de bienes lo hace de manera aritmética, lo cual desemboca en la escasez, por lo que la única manera de garantizar el funcionamiento del sistema es mediante el control de la demografía, de la natalidad.
Dicho control lo ejercerían las guerras, el hambre y las epidemias en sentido activo, o la planificación familiar según opciones más contemporáneas. Los genocidios de la población de los países objeto de la colonización, caso de la devastación de comunidades enteras en América, África o Asia, como la aplicación, en la actualidad, de programas masivos de esterilización —o de “genocidio preventivo” usando el término acuñado por UNICEF— en el tercer mundo, son la consecuencia del principio de Malthus, cuya persistencia doctrinal muestra la resistencia del modelo socioeconómico a revisar sus planteamientos, aunque éstos no den solución a los problemas que pretendían resolver. Esto crea más que fundadas sospechas sobre las verdaderas intenciones. El principio malthusiano no ha sido demostrado más que en función de los intereses de los grupos humanos dominantes y de los países más favorecidos, que ven en el crecimiento de la población global una amenaza para su nivel de vida, dado que hay más bocas que alimentar, y un riesgo estratégico añadido, en un sentido meramente cuantitativo.
Homo homini lupus
De la misma forma que, al analizar la concepción moderna de la ciencia en el número anterior de Verde Islam, hablábamos de la influencia de las teorías de Charles Darwin en la moral científica del siglo XX, hemos de mencionar aquí que el transplante del darvinismo a la economía, y la asunción de la filosofía de Hobbes —homo homini lupus, el hombre es un lobo para el hombre— abonaron el campo ideológico para poder sembrar sin problema las semillas de la libre competencia en un mercado donde —como en la propia naturaleza— triunfarán los más fuertes, que en este caso son aquellos que tienen aseguradas las fuentes de las materias primas, las vías comerciales, la tecnología de almacenaje, y sobre todo la financiación, herramienta especulativa que facilita la imposición de los precios a los más débiles.
La otra cara de la moneda
A poco de nacer el liberalismo, a principios del XIX, eclosionó un movimiento de signo contrario. Todo el pensamiento de Marx y Engels iba a orientarse en una dirección muy distinta. Estos filósofos, cuyas ideas nacieron —como el moderno proletariado— al calor de las rugientes máquinas de vapor, pusieron el énfasis en los aspectos sociales del sistema, en el control de los medios de producción y en el interés colectivo. El aumento de la producción de bienes era una cosa y el beneficio consecuente era otra. Para ellos estaba claro que quien tuviese en sus manos los medios y herramientas de producción tendría consecuentemente, además de la riqueza, el control político de los individuos. El libre mercado por sí solo no garantizaba la distribución de la riqueza sino que, por el contrario, aceleraba aún más el proceso de concentración del Capital, cuya consecuencia inmediata era un aumento de la desigualdad entre las diversas clases sociales. El Materialismo Histórico, a través del Método Dialéctico, explicaba la formación y desarrollo de las clases sociales y los mecanismos de perpetuación de un status quo que hacía imposible cumplir con los objetivos de Igualdad y Solidaridad, también enunciados por cierto en el Ideario Ilustrado. La abolición histórica de las clases sociales debería llevarse a cabo mediante la conocida fórmula de la construcción dictatorial y temporal de un Estado Proletario. Así pues, para Karl Marx y Friederic Engels, el Estado no sólo debía intervenir en el proceso económico, sino que debería ser su único administrador y regulador. Según este modelo no ha de existir la propiedad privada, pues todo pertenece a la colectividad, al Estado, quien ha de tomar la iniciativa en el proceso. El Estado ha de determinar, cuándo, qué, cuánto y cómo ha de producirse, quiénes producen y para quienes se produce. Desaparece así en este modelo la iniciativa privada. Por contra, el Estado tiene la obligación de atender a las necesidades de los individuos, construyendo viviendas, produciendo los alimentos y creando fábricas y escuelas para todos. Se sacrifica aquí el primer principio del Ideario al segundo, la Libertad quedaría supeditada al principio de Igualdad.
Una estrategia concertada
La pugna entre las dos concepciones modernas segregadas por la Ilustración no sólo se ha librado en las arenas de la Teoría y de la Ideología. Ambos sistemas, Liberalismo y Comunismo, han dibujado el mapa político y bélico en la cartografía de casi todo el siglo XX. Cada uno usaba del contrario en el dialéctico y analítico proceso de construcción del rostro final de la identidad moderna.
Durante el inicio de la llamada Guerra Fría, se establecen las estrategias económicas para cerrar con éxito la Edad Moderna.
Se crean el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial bajo el auspicio de las ya fuertes compañías multinacionales. Estos organismos tendrán como misión regular el intercambio económico a nivel global y elaborar los planes para la imposición universal de lo que Roger Garaudy llama acertadamente el Monoteísmo del Mercado. Sobre ello dice el filósofo francés que “Así se prolongó el viejo desorden colonial, con lo que Bush denominó Nuevo Orden Internacional, con la diferencia de que éste es un colonialismo unificado bajo la dirección americana, donde los antiguos colonizadores europeos son hoy los vasallos: el Tratado de Maastrich, que ha creado una Europa de los Mercaderes a partir del club de los antiguos colonialistas (Inglaterra, Francia, Bélgica, España, etc...) precisa que Europa será el pilar europeo de la Alianza Atlántica.”
La moderna división del mundo en bloques —Este/Oeste, Capitalismo/Comunismo— deviene en la posmodernidad hacia el establecimiento de la frontera Norte/Sur, como ya hemos señalado en numerosas ocasiones. La antigua fractura era, en apariencia, ideológica, la nueva es descarnadamente economicista.
Y sin embargo, tanto su base doctrinal como su rostro propagandístico siguen teniendo todos los ingredientes propios de las religiones indoeuropeas, naturalistas y mistéricas. La fe que antes era depositada en el Progreso —darwinismo social— trata de recolocarse ahora en el Mercado Único como valor absoluto —neodarwinismo económico.
El proceso de colonización ya ha dado sus frutos. Casi todos los pueblos y culturas han perdido su identidad o están en trance de perderla al paso de las cosechadoras multinacionales. La diversidad social y cultural es segada por un sistema único de valores, por un sólo código económico que se expande por todos los rincones del planeta.
Podría argumentarse que tal vez sea ésta una visión catastrofista, que el capitalismo histórico ha tenido y tiene otros rostros. Es cierto que el capitalismo que se practica en Europa ha sido históricamente diferente del desarrollado en Estados Unidos o Japón, que dentro del propio sistema existen mecanismos de redistribución de la riqueza, etc. Eso, en honor a la verdad, es cierto en el caso de la superposición del modelo político socialdemócrata al modelo económico capitalista, en las sociedades donde se ha producido esa conjunción, que han sido todas ellas miembros destacados del club de los países privilegiados. Pero no es menos cierto el hecho de que, de la misma manera que se ha solventado la oposición Capitalismo/Comunismo —en el terreno de los modelos de sociedad— en aras de la Globalidad, ahora tratan de reducirse los diferentes modelos históricos liberales a uno solo. Dándose la circunstancia de que la variante que ahora se propone como paradigma único tiene todos los inconvenientes del capitalismo primitivo y salvaje, y ninguno o muy pocos de esos elementos correctores que podrían hacerlo más humano, menos descaradamente injusto.
Nuevo orden, nueva iglesia
Cuando finalmente uno de los dos contendientes arroja la toalla entre los cascotes del Muro de Berlín, el llamado Mundo Libre canta victoria y abre botellas de champagne creyendo ilusoriamente que se han resuelto todos los problemas. Pero la cuestión no es tan simple.
Ahora, los economistas liberales, aquellos que se autodefinen como neoclásicos, se dan cuenta de que los problemas siguen ahí, de que asistimos a un tiempo en el que las premisas que hicieron posible la historia occidental durante casi tres siglos ya no sirven, que las ideas se transforman, que los sistemas caen y que urge obtener respuestas a muchos de los interrogantes que se ciernen hoy sobre el ser humano, un ser desacralizado y desvalorizado que ha pagado un alto precio para ser miembro de la nueva iglesia.
Parece ser que las nuevas tecnologías no son sólo herramientas de producción de objetos y bienes sino que albergan en su vientre posibilidades de relación e intercambio de información según pautas que poco o nada tienen ya que ver con los ideales de los franceses del siglo XVIII, con el mundo de la letra impresa o con los cenáculos de una intelectualidad que no se encarna ya en ninguna figura.
En este estado de la cuestión donde se preconiza la continuidad del Nuevo Viejo Orden, aparecen problemas realmente nuevos y distintos para los que no se tienen tan a mano las soluciones, a pesar de la gravedad de muchos de ellos. Ya hemos analizado en las páginas de Verde Islam el problema medioambiental, que tan ligado está a una concepción determinada del mundo y a sus consecuencias. Dicha visión, desacralizada y alienante, ha fundamentado asimismo la concepción económica cuyas secuelas padecen hoy la mayoría de los habitantes del planeta. El uso abusivo de los recursos, el despilfarro y la usura han compuesto un paisaje negativo que amenaza con convertirse en una irresoluble paradoja.
El final de una historia
En los últimos años han aparecido algunas teorías que tratan de definir la situación presente. Una de ellas preconiza el llamado Fin de la Historia. Su defensor, el japonés Fukuyama nos habla de que vivimos en la época final de las edades y las naciones, que han de disolverse necesariamente en una comunidad global que ya ha resuelto sus diferencias, y por lo tanto, también su historia. Instaurado por doquier el sistema económico único, desaparecidas las comunidades históricas, desdibujado ya el sentimiento de pertenencia a éste o a aquel movimiento o cultura, la Historia como tal, según nos dice, deja de tener sentido. Todo ello a consecuencia de la necesaria asunción de los valores socioeconómicos que hoy predominan en el mundo, y con la condición —predecible— de un incremento del bienestar general de la Humanidad. Estos postulados, bien defendidos por los teóricos del neoliberalismo norteamericano, y magistralmente propagados por los medios de comunicación de masas, exigen un último esfuerzo de fe en el progreso —esta vez bajo la forma variante de fe en el mercado— para culminar un proceso, cuyos beneficios para la comunidad global están aún por demostrarse y cuyas negativas secuelas se evidencian por todas partes.
Teoría de la Confrontación
Una idea de signo contrario, que se maneja con cierta insistencia es la llamada Teoría de la Confrontación o Choque de civilizaciones, surgida de las tesis de Huntington, según las cuales, no pueden solventarse las diferencias porque existen aún en nuestro planeta formas de vida que son incompatibles. Estas diferencias, según el escritor inglés, no son sólo de tipo político, religioso o ideológico sino que se adentran en las prácticas existenciales de las distintas áreas culturales que aún sobreviven en el planeta. Con el desarrollo económico predecible a causa de una tecnología cada vez más potente y eficaz, las diferentes creencias y sensibilidades acabarán entrando en conflicto. Cita el ejemplo de la relación actual entre el mundo islámico y el occidental como prueba candente de sus tesis, prediciendo una inevitablemente confrontación entre ambos. Aflora así de nuevo el pesimismo malthusiano en el pensamiento posmoderno, y no lo hace en el sentido del final de la Historia, sino en el de una continuidad atroz, actualizando viejos y gastados estereotipos, que sólo pueden revitalizarse si tenemos en cuenta el proceso de sustracción de la información histórica y su reescritura interesada casi desde la introducción del papel en Europa por los árabes.
A pesar de la rotundidad de ambas propuestas, no dejan de ser planteamientos teóricos. Tal vez lo más interesante sea la constatación de que, en el seno de la cultura euroamericana, existe la sensación de que lo que está ocurriendo es de una naturaleza diferente.
Los signos de la posmodernidad
Como fatal repetición en la historia del pensamiento europeo, los filósofos franceses que esbozaron el ideario posmoderno, atisbaron hace escasos años que la edad cultural que ahora nos llega es ya otra. La fragmentación de los saberes y la descomposición de las vanguardias intelectuales han dado paso a una sociedad desesctructurada, sin proyecto social definido más allá de los valores vigentes de la apariencia y el consumo de bienes, ya sean éstos productos materiales o culturales, tecnologías o signos. El postilustrado Jean Baudrillard analiza la transformación social de los valores y de los símbolos, que caen o desaparecen al ser sustituidos los escenarios tradicionales por otros nuevos y virtuales: la televisión, el ordenador personal, la videoconferencia, las autopistas de la información...hasta desembocar en la realidad virtual. Son los nuevos medios que acaban destrozando las pautas de lenguaje —modos de comunicación— con las que hasta hoy se han estado construyendo los proyectos sociales. Así pues está llegando otra cultura o tal vez otra civilización.
Todas estas descripciones de la contemporaneidad han sido hechas desde ámbitos diversos, con la conciencia de que la Edad Moderna, como cualquier otra edad, tuvo su principio y tiene ahora su fin.
New Age
Por su parte, el pensamiento científico contemporáneo comienza a manejar conceptos e ideas que enlazan directamente con visiones unitarias del mundo, contenidas en las grandes tradiciones espirituales. La Ciencia, el Arte, la Economía, parecen estar invocando un principio general que las articule dentro de un sistema coherente de pensamiento, no fragmentado, no roto como el discurso que ahora las soporta. La visión holográfica de Karl Pribram, la Teoría de los Campos Morfogenéticos de Rupert Sheldrake, la Geometría Fractal de Mandelbrot o el Modelo de Formas de Color de Karl Gertsner, por no hablar de la Física de Partículas o de la Mecánica Cuántica Unificada de David Bohm, nos están hablando de un mundo que tiene que ver muy poco con ese universo de ruedas y palancas que nos legó la iconografía ilustrada. Es más bien un mundo de vasta complejidad y belleza que sólo puede resolverse en la mente humana a través del hilo conductor de la Unicidad, de una experiencia humana integrada e integradora. Las nuevas tecnologías nos aportan el concepto de Realidad Virtual, que debería contraponerse a una pretendida Realidad Real. Ello nos remite a una experiencia en la que la relatividad de los valores está siempre presente, en tanto que el hilo conductor de la experiencia, el criterio que hace posible cualquier lectura e interpretación de los acontecimientos se nos escapa.
Esta unicidad ausente pero necesaria está siendo instrumentalizada por los poderes tradicionales en los ámbitos político y social a través de la venta de la idea de Globalidad, de Mercado Único, fomentando la conciencia de la necesidad de unificar las diversas estructuras socioeconómicas que hoy conviven en el planeta, los distintos mercados, en un solo Supermercado Global. Allí habrán de exponerse al consumidor los productos fabricados por unas cuantas macrofábricas robotizadas.
Pero en este asunto de la Economía no caben los eufemismos. Los pueblos nacen, crecen y mueren, se relacionan entre sí, intercambiando signos y productos al mismo tiempo. Sin embargo, la esperanza puesta en la tecnología de punta no ha generado en la sociedad la euforia que produjeron la máquina de vapor o el aeroplano porque la sociedad es ya otra —es menos sociedad y más individuo— y entre ambos sucesos los pueblos han visto cómo ese Progreso que se les anunció no sólo no resolvió sus problemas sino que, en la mayoría de los casos, les empobreció al despojarlos de un entorno rico y natural que hasta ese momento había cubierto sus necesidades básicas. También ahora tienen cierta conciencia de que el proceso les sustrajo las culturas que constituían su forma coherente de vivir en el mundo.
La Revolución Informática, que ha sido denominada Tercera Revolución Industrial en función del poder transformador que se le atribuye, no tiene la fuerza sugestiva necesaria como para implicar a las comunidades en un proyecto común de futuro, porque los signos que expresaron la idea del progreso están gastados, porque se ha abusado de esa imaginería hasta la extenuación.
Los pueblos colonizados y las distintas culturas que los han soportado hasta hoy, han visto cómo el Progreso ha esquilmado sus fuentes de aprovisionamiento tradicionales, cómo el monocultivo ha devorado la diversidad de sus especies compañeras, sumiéndolos en la pobreza y el hambre.
La dictadura del mercado
Del colonialismo militarizado hemos pasado a la dominación económica mediante la imposición de unas determinadas e incuestionables leyes de intercambio de bienes.
Los llamados “ajustes estructurales” que impone el Fondo Monetario Internacional son las herramientas para completar el plan de homogeneización socioeconómica. Recordemos el análisis que hacíamos en Verde Islam a propósito de la Cumbre Euromediterránea de Barcelona, donde se exigía a los países de la Orilla Sur la introducción de políticas de ajuste acordes a los planes de globalidad inspirados por el FMI, aunque dichos planes supongan un mayor empobrecimiento, un aumento de la deuda exterior y una mayor desestructuración social, con el riesgo añadido que ello supone.
Pero el Nuevo Viejo Orden no tiene miedo a las revueltas, no siente ningún pudor al realizar las que hoy se denominan “intervenciones quirúrgicas”, como pueden ser abortar un proceso electoral en Argelia, bombardear a la bestia negra de Libia o masacrar a la población de Bagdad en aras de vender un producto electoral en Estados Unidos o hacer una demostración en clave reality-show de las nuevas tecnologías militares, permitir el genocidio anunciado de la población bosnia o intentar el de los chechenos en el Caúcaso.
Estrategias
Las recetas que suele dar el FMI a los países en vías de desarrollo para que puedan acceder al Club Global, implican la implantación del Neoliberalismo en su más cruda versión, sin los elementos correctores que existen en algunos de los países más ricos. Así, se impone la libertad de precios, con lo que las grandes compañías multinacionales tienen asegurada una clientela dócil.
Para incrementar —en teoría— la producción y el empleo habrán de congelarse los salarios, con lo que aumentará el beneficio de las empresas. Disminución de la función pública, con lo que las prestaciones sociales disminuyen de manera significativa: la Escuela Pública, la Sanidad, las pensiones ,etc. Las empresas públicas habrán de privatizarse para garantizar así que el mercado estará exclusivamente en manos de las compañías multinacionales. Sin embargo, en la receta no aparece nunca la recomendación de reducir los gastos de defensa, ya que estas naciones son clientes de una poderosa industria multinacional del armamento que les suministra en la mayoría de los casos una tecnología ya obsoleta comparada con la que producen para sí mismos. Recordemos la pantomima de la Guerra del Golfo con el consecuente incremento de las compras de armamento por parte de los países del Golfo Pérsico, operación que ha convertido a algunos de los países “ricos” de la zona en deudores a largo plazo de la corporación financiera internacional y, por lo tanto, en aliados sin demasiado margen de actuación.
En esa dinámica, las pequeñas industrias, la agricultura tradicional, el negocio familiar y las diversas fórmulas de transacción económica son arrasadas al paso de la Gran Máquina que produce bienes, dinero y objetos que son muchas veces ajenos a la propia cultura de estos pueblos. Las sucesivas devaluaciones de las monedas nacionales favorecen las exportaciones en detrimento del consumo de productos propios, con lo que las ya maltrechas infraestructuras productivas nacionales y regionales reciben así el rejón de muerte.
Como dice Garaudy “La imposibilidad de una subsistencia autónoma en los pueblos cuya economía ha sido desestructurada por quinientos años de colonización y cincuenta años de FMI, ha conducido a un endeudamiento tal de estos países, que el pago de los intereses de la deuda es superior a la pretendida ayuda financiera de los países ricos. Aunque, en realidad, en ese Monoteísmo del Mercado, cuya expresión económica es el liberalismo totalitario, son los pobres quienes subvencionan a los ricos. Desde 1980 hasta 1990, el nivel de vida de Iberoamérica ha bajado en un 15%, el de Africa en un 3O%.”
Un modelo enfermo
Sin embargo, en un mundo ya sólo definido por la cifra y por un consumo desprovisto en gran medida de finalidad, el agotamiento del proyecto social y el empobrecimiento paralelo en el terreno de las ideas —la incapacidad de plantear utopías realizables— hacen que la mirada se vuelva de nuevo hacia otro sitio, descubriéndose entonces que existen otras formas de vivir, de pensar y sentir. En el mundo están todavía los restos de las comunidades históricas como los restos de la fauna y la flora. Los supervivientes, en muchos casos residuales y testimoniales, de la Edad Industrial, aparecen en algún caso concreto como alternativa o como amenaza. Otras formas de vida, de pensamiento, de relación, otras formas de entender el arte o la economía están ahí como las piezas vivas del Museo Ilustrado de la Historia, a la vez que se pretende terminar el proceso de análisis, la vivisección cultural, el inventario global.
El Interes por el Islam
La necesidad de hallar soluciones a los nuevos problemas está llevando a muchos científicos y pensadores a escudriñar en el pasado premoderno, no fuera a ser que la Modernidad hubiese echado tierra --como ha sido habitual en todos los períodos históricos— sobre alguna fórmula antigua interesante que pudiera ser hoy retomada, recuperada para el presente.
Pero no es ahora el momento de las recetas mágicas. Lo que se hace necesario es un cambio profundo en la manera de vivir, de concebir la existencia.
Sin embargo, se siguen buscando soluciones que puedan permitir al sistema adaptarse y sobrevivir, como un reptil a cuya vida se quisiera añadir una última y lustrosa epidermis. Tal ha sido hasta ahora la estrategia del capitalismo: la adecuación de sus estructuras a las nuevas realidades para perpetuar un estado determinado del poder.
Los problemas de la economía son determinantes a la hora de elaborar planes y proyectos. Podríamos decir que la política está casi por completo mediatizada por las realidades económicas, de tal forma que cuando se proponen foros internacionales o áreas de cooperación, se hace en función de la capacidad de implantación de las empresas multinacionales que controlan la producción de bienes y, a través de la creación de necesidades, el mercado.
En ese marco de nuevos intereses podríamos situar las iniciativas que, cada vez con mayor frecuencia, tratan de analizar el Islam desde diversos puntos de vista, con evidentes intenciones de asimilación —en el caso de los seguidores de Fukuyama— o de exterminio —en el caso de los creyentes huntingtonianos.
En relación a la sociedad islámica, la crónica siempre nos habló de un período de esplendor científico, tecnológico y cultural, de crecimiento económico y justicia social. En las valoraciones que el pensamiento occidental ha hecho sobre el mundo islámico siempre hubo un tinte paradójico: atraso/evolución, dogmatismo/tolerancia, ignorancia/sabiduría, han sido calificativos usados indistintamente, según el interés del momento, para definir al mundo musulmán. Sin embargo, los logros en el terreno de las ciencias y de las técnicas, los avances en el terreno social que tuvieron lugar entre los musulmanes son hechos innegables. También el hecho de que el Islam preconizara un modelo social y político multinacional lo hace interesante/peligroso en este momento.
Todos estos factores, además de la circunstancia de que las sociedades islámicas favorecieran el comercio y el intercambio, procurando un intenso incremento de la riqueza dentro de un sistema que incluye la justicia social, hacen que los economistas de Europa y Estados Unidos se interesen de forma creciente por este aspecto poco o mal conocido del Islam. La Economía Islámica interesa hoy, sobre todo si tenemos en cuenta que, incluso en el área de los países de mayoría musulmana, son pocos los que actualmente desarrollan una economía de este tipo en sentido estricto.
Habría que mencionar aquí que el cambio global no sólo está afectando al llamado mundo occidental, sino a todas las áreas culturales. El letargo político, social, económico y cultural sufrido por los pueblos musulmanes durante el siglo XX, está dando paso a un cierto y claro despertar, sobre todo en el terreno del pensamiento.
Hacia otro discurso económico
Muchas son las voces islámicas que hoy día se hacen oír en los foros de debate, en los más diversos ámbitos.
En el de la economía, que es el que ahora nos ocupa, hemos de destacar los trabajos de los doctores M. Umar Chapra y Khurshid Ahmad, de la Islamic Foundation, con sede en Londres.
El Dr. Umar Chapra es uno de los más prestigiosos economistas internacionales, conocedor en profundidad de los problemas que aquejan hoy al neoliberalismo económico. En su obra “Islam and the Economic Challenge”, tras hacer un análisis exhaustivo de los modelos económicos occidentales de los últimos trescientos años y señalar sus aciertos y deficiencias, pone el dedo en la llaga de la situación presente.
El estado de dependencia económica y tecnológica de los países de mayoría musulmana, las secuelas de pobreza y marginación, las lacras sociales que les introdujo el colonialismo, todo ello les está llevando a una reflexión acerca de las formas de vivir y de entender la sociedad. La conciencia de que el Progreso anunciado por occidente —bajo las fórmulas aparentemente antagónicas del Capitalismo y el Socialismo— les llevó sobre todo degradación y pobreza, está provocando un despertar del pensamiento islámico en lo referente a la economía, una salida del estupor producido tras una experiencia paradójica de hondo calado. Chapra reconoce que la paradoja se explica desde la propia naturaleza del Capitalismo, el Socialismo y el Estado del Bienestar, cuyas seculares estrategias fueron siempre depredadoras de fórmulas diferentes a ellas.
Otro concepto del bienestar
En el caso de los países de mayoría musulmana, la reflexión que se está produciendo, afecta sobre todo a los conceptos de “Falah” y de “Hayat”, es decir, de Bienestar y Calidad de Vida, sobre todo a causa de la diferente apreciación que los musulmanes tienen de estas realidades en relación a la cultura europea.
Islam siempre ha defendido que es posible para el ser humano gozar de bienestar y de calidad de vida dentro de los límites de la Sharíah —Ley Islámica—; nunca fue, en ese sentido, un sistema de vida ascético negador del disfrute de los bienes terrenales como en el caso de un judeocristianismo al que fue necesario transformar para poder introducir en las naciones cristianas de Europa las pautas de la Modernidad y los principios del Liberalismo.
Falah no es sólo bienestar físico sino que atiende tanto a las necesidades materiales como a las espirituales del ser humano.
Hayat tayyibah es calidad de vida, fruto de la atención a las necesidades integrales de la persona. No posee la connotación de significado de “buena vida”, en el sentido, por ejemplo, de darse la buena vida que tiene en otras culturas que sobrevaloran la diversión, o usan de fórmulas de bienestar del tipo “dinero, mujeres y alcohol” o la más reciente “droga, sexo y rock & roll”.
La diferencia esencial entre el modelo económico occidental y el islámico, reside en que, para el primero, la economía es una ciencia humana independiente, con leyes propias, cuyo funcionamiento endogámico sólo existe en relación a sus propias estructuras. Se trata de un sistema desacralizado que está meramente basado en el cálculo y en la aritmética. Admite las transacciones inciertas y permite el préstamo de capital con interés. Este sistema, basado en el impreciso concepto de Orden Natural no ha podido, evidentemente, unificar las distintas dimensiones del ser humano ni, por tanto, satisfacer integralmente sus necesidades. La economía islámica, por el contrario, como las restantes actividades sociales de los musulmanes, hunde sus raíces en un superior Criterio, en un Corpus normativo trascendente que es el Corán, Revelación Divina que en este caso atiende tanto a las necesidades espirituales del ser humano como a aquellas otras que afectan a su vida material. Esa ética o moral económica que buscaron en vano los precursores cristianos del Capitalismo, aparece con toda nitidez en la Sharíah —Ley Islámica. La síntesis, que para occidente ha sido hasta hoy imposible, entre las necesidades individuales y el bienestar de la comunidad se encuentra perfectamente descrita en el Corán.
Moralidad económica
El reconocimiento que se hace en el Islam de la propiedad privada no es obstáculo para que existan asimismo mecanismos de redistribución de la riqueza, como el Zakat, que equilibra las desigualdades propias de un sistema económico de libertades. Por otro lado, existen normas morales que afectan a la vida económica y que tienen por finalidad proteger a los individuos de transacciones inciertas y operaciones que les llevarían irremediablemente a la decadencia moral y a la pobreza.
El reconocimiento de la propiedad privada es manifiesto en el Corán y el Hadiz. Bujari transmitió el siguiente:
“El Día de la Resurrección, siete vastas tierras rodearán el cuello de quien se apodere injustamente de un palmo de tierra que no le pertenezca.”
Y también transmitido por Bujari:
“Aquel que muere en defensa de sus propiedades, es considerado Shahid –mártir—“
Contrariamente a lo que piensan algunos que desconocen el Islam, éste concedió a la mujer los mismos derechos económicos que al hombre: derecho a la propiedad privada, al comercio, a contraer todo tipo de acuerdos y a realizar transacciones, a vender y alquilar, a hacer donaciones, participar en sociedades mercantiles, etc. Esta equiparación supuso un auténtico proceso de liberación de la mujer de aquellas trabas que le impedían el libre desarrollo de sus capacidades, como ocurría en las sociedades árabes, persas y romanas preislámicas.
La prohibición de la usura —riba— no habría de resultarnos hoy tan sorprendente, sobre todo teniendo en cuenta que su legalidad ha sido cuestionada por todas las grandes tradiciones, incluido el propio cristianismo. Hasta no hace mucho tiempo, la propia Iglesia Católica veía en esta fórmula de préstamo una lacra y un peligro para la comunidad.
En relación al trabajo, el Islam reconoce el derecho al trabajo como uno de los derechos básicos de la persona. Sobre la explotación y abuso de unos hombres por otros, dice el hadiz Qudsi, transmitido por Bujari:
“Seré enemigo de tres personas en el Día de la Resurrección: de un hombre que dio en Mi Nombre y traicionó, de uno que vendió a un hombre libre y cobró su precio, y de uno que hizo trabajar a otro, y habiendo cumplido éste con su trabajo, no le pagó lo acordado.”
Y además, la economía islámica no es una disciplina separada de las demás ciencias o saberes, sino la aplicación en un ámbito específico de un único criterio rector que dimana de la fe compartida por los miembros de la comunidad. Este carácter que podríamos denominar “religioso” no implica en el caso del Islam ---como pudiera haber ocurrido en el caso de otras tradiciones, como la judeocristiana— una actitud anticientífica o supersticiosa. Nunca el Islam negó el ejercicio racional a la hora de desarrollar las actividades humanas. Por el contrario, desde el propio Corán se alienta al ser humano a buscar el conocimiento y a hacer un uso adecuado del aql —inteligencia creadora.
Ninguna de las modalidades socioeconómicas que occidente ha injertado en el cuerpo de las sociedades islámicas, tras la destrucción del califato, ha conseguido mejorar el falah o el hayyat tayyibah de las comunidades donde se efectuó tan anormal transplante.
La necesaria islamización
Según Chapra, el cambio que se debiera producir en los países de mayoría musulmana implica una actualización de la visión islámica del Bienestar y la Calidad de Vida para todos, contando con la limitación y disminución de recursos que padecen. Esto no sólo exige una moral elevada sino además el desarrollo de la hermandad y de la justicia social, la cual no puede realizarse a menos que sus mermados recursos sean usados para erradicar la pobreza, cubrir necesidades y minimizar las desigualdades de renta y riqueza. En lugar de ello, muchos países de mayoría musulmana están, como muchos otros en vías de desarrollo, sumergidos en un laberinto de dificultades macroeconómicas, sin conseguir asumir esta visión.
La paradoja, según la reflexión de Umar Chapra, estriba en que el concepto occidental de riqueza no satisface las necesidades del hombre. Los países ricos no son más felices que los países pobres. “¿Por qué hay ciudadanos de los países ricos —se pregunta— que son infelices después de cuatro décadas de paz y prosperidad, y por qué existen dificultades —no por falta de dinero, sino debidas a la alienación— en medio de la abundancia?
¿Cuáles son las razones que llevan a esta experiencia paradójica? La primera de ellas sería que la felicidad no está solo en función de la satisfacción de las necesidades físicas, corporales, como enfatizaron las ideologías subyacentes al Capitalismo y al Socialismo. En segundo lugar, dada la disminución de los recursos, no es posible obtener un nivel de calidad material de vida para todos los individuos.
La felicidad, según se desprende de la lectura del Corán es el resultado de la paz espiritual.”
Cabría insertar aquí el comentario de Roger Garaudy a propósito de esta cuestión cuando, al referirse a la insatisfacción de los jóvenes occidentales y a la búsqueda de la felicidad por medio de las drogas dice que “...en el Sur se muere por falta de medios, en el Norte, por falta de fines.”
Una experiencia vital con sentido
En ausencia de una dimensión moral, la posesión de bienes materiales empieza y acaba en sí misma, no produciendo en este caso ningún bienestar. La ostentación, el despilfarro y el mal uso de los recursos pueden situarse entre las causas que hacen imposible una distribución más equitativa de la riqueza.
Los países de mayoría musulmana necesitan desarrollar su propia estrategia, de acuerdo a sus principios y valores, a su modo intrínseco de vivir.
El problema que hoy tiene planteado el Estado del Bienestar es cómo resolver los desequilibrios que él mismo ha producido. La revitalización de la primitiva idea capitalista de que el mercado, por sí solo, regula el sistema económico, está generando un aumento de las desigualdades y una mayor desprotección de los desfavorecidos, con lo cual se hace difícil el crecimiento a un nivel general, el incremento del consumo y, por tanto, de la producción en los países pobres, que son los mercados más amplios en lo que al número de consumidores potenciales se refiere.
Frente a esto, la islamización de los países de mayoría musulmana implica un serio compromiso de desarrollar una estrategia islámica que tenga en cuenta las dimensiones material y espiritual que debe tener todo Estado del Bienestar, para que éste alcance a todos los individuos, estableciendo una situación socioeconómica justa, con la referencia central del Mensaje Islámico. En lo que se refiere al bienestar espiritual, éste sólo puede obtenerse con el acercamiento del ser humano hacia su Creador, lo cual es posible dentro de Islam, pero no dentro de un sistema laico y secular. En el aspecto material, la islamización supone hacer un uso y distribución adecuados de todos los recursos disponibles, los cuales en sentido estricto pertenecen a Allah, de los que somos usufructuarios. Así sí es posible componer un Estado de Bienestar para todos en el sentido a que antes hicimos referencia. La islamización, por tanto, no implica una ausencia de liberalización, sino que ésta se halla regulada por determinados mecanismos de control. Tanto el ámbito privado como el público deben someter sus decisiones y estrategias al filtro de los valores morales contenidos en la Shariah antes de acceder a su inserción dentro del mercado.
Hacia una economía de la calidad
La islamización supone, además de reconocer el derecho a la propiedad y a la iniciativa privadas, el desarrollo de valores de calidad como las motivaciones por un trabajo bien hecho o las oportunidades de inversión en actividades cuyos efectos sean beneficiosos para la colectividad. Así pues, aunque en principio no existan contradicciones con un cierto liberalismo, parece claro que una economía islámica jamás podría estar basada en un consumo ciego de productos o en la estrategia tan conocida de la creación de necesidades, sobre todo de aquellas que son claramente supérfluas. Si el Islam no resulta en sentido estricto una barrera para el desarrollo de un proyecto transnacional, sí que es un muro infranqueable para un sistema desprovisto de ética, que no tenga en cuenta las necesidades reales del ser humano.
Para reducir la enorme deuda que tienen contraida los países islámicos, es necesario eliminar las estructuras económicas obsoletas y aquellas cuyos objetivos no están de acuerdo con el modelo islámico, por las lacras sociales que generan, por la improductividad u otras razones. Quiere esto decir que existen determinadas actividades que no podrán desarrollarse en el seno de una sociedad islámica, determinadas restricciones que harían imposible, por ejemplo, el fomento y desarrollo de casas de juego, de empresas de máquinas tragaperras, la prostitución en cualquiera de sus formas, etc. Mucho habría que decir aquí sobre los medios de comunicación y su función dentro de una sociedad islámica, en relación, por ejemplo a los modelos y formas de la publicidad, que están tan íntimamente relacionados con el sistema de mercado y con el desarrollo del consumo.
Será necesario hacer un profundo análisis para determinar qué formas de la actividad publicitaria serán las adecuadas. En muchos países europeos se ha asumido ya la necesidad de limitar la publicidad de determinados productos, por sus efectos sobre la sociedad. En algunos casos existen ya legislaciones al respecto del qué, cómo, cuándo y cuánto publicitarios.
Fáciles soluciones difíciles de aplicar
En contraste con esta fórmula en apariencia sencilla, los economistas neoclásicos occidentales siguen entonando la vieja cantinela macroeconómica, asegurando a los nuevos creyentes que la creciente liberalización traerá por fin la equidad y el desarrollo para todos. No cabe duda de que son necesarios ciertos ajustes para que el sistema global funcione y se corrijan ciertos desequilibrios, pero ¿es eso suficiente para promover la justicia social y económica? Desde su perspectiva, la eficiencia y la dinámica del sistema siempre tuvieron prioridad sobre la justicia social y la equidad.
Chapra termina su reflexión diciendo que, sin un proceso de islamización de la economía, los países de mayoría musulmana no serán capaces de hacer frente a los problemas de la deuda y a las necesidades de desarrollo y equilibrio social. Tristemente, en muchos de estos países, los dirigentes han usado del Islam sólo como una marca o un slogan, y no se han propuesto realizar la positiva contribución que el Islam podría aportar a sus sociedades. La islamización implica, es cierto, un mayor esfuerzo que continuar dentro de la perspectiva secular. Requiere una dura y continuada labor. Los pueblos tienen ya conciencia de la necesidad de islamización de sus sociedades, pero el principal obstáculo está en que sus gobernantes prefieren a toda costa mantener la dinámica actual que en muchos casos les favorece personalmente. Ésta es una de las razones de fondo en la estrategia que existe para impedir un desarrollo de la Democracia en los países de mayoría musulmana. En muchos de estos países, existe una clara mayoría de ciudadanos que optaría, ahora mismo, democráticamente, por la islamización. Sin embargo no deberíamos caer en la idea de que ésta es un antídoto para todos los problemas que padecen estos pueblos. Algunos de estos problemas vienen arrastrándose tras siglos de degeneración social, política y moral. Debe asumirse la islamización como un proceso lento y gradual, no como resultado de su imposición por la fuerza. La sabiduría y el conocimiento deben ser los pilares de la islamización, como exige el Corán:
“Llama al camino de tu Señor con sabiduría y buena exhortación. Discute con ellos de la manera más conveniente. Tu Señor conoce mejor que nadie a quien se extravía de Su camino y conoce mejor que nadie a quien está bien dirigido.”
(Corán, 16-125).

Y el Profeta, que la Paz y las Bendiciones sean con él, recomendó una gradual transición a través de su propio ejemplo.
Desgraciadamente, el estado de decadencia y pobreza, la dimensión de la deuda de muchos de estos países no permiten demasiado margen de actuación en términos de tiempo. Sus problemas no pueden ser resueltos a corto plazo y el esfuerzo que se necesitaría realizar parece a veces excesivo. El énfasis en las reformas de ciertas estructuras socioeconómicas y el desarrollo de políticas educativas pueden ser el comienzo del cambio social. Debería tener en cuenta lo que dice el Corán:
“Ten, pues, paciencia! Lo que Allah promete es verdad. ¡Que no te encuentren ligero quienes no están convencidos!”
(Corán, 20-89)

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